Por Miguel Ángel Castillo
Imagen: Presidencia de la República |
En medio de esta euforia futbolera donde sentimos que el ‘mexican moment’ se hace presente a través de las peripecias de la Selección Mexicana, donde no hacemos goles pero mejor aún, nadie puede meterlos en nuestra portería gracias a las buenas dotes del canonizado Guillermo Ochoa, nadie o muy pocos se dieron cuenta de dos jugadas que terminaron traspasando el arco de nuestra vida cotidiana.
Tan pendientes estábamos de que no nos fueran a madrugar en lo que se refiere a las reformas en materia energética y de telecomunicaciones que ni sentimos el cañonazo que prácticamente nos pasó por debajo de las piernas al momento en que los diputados aprobaron cambios a la Ley General en Materia de Delitos Electorales a través de los cuales ahora los ministros de culto nos pueden decir sin temor por quién sí y por quién no votar.
Los legisladores abren la puerta para que cualquier ministro religioso “oriente” a sus fieles sobre su decisión a la hora de ir a las urnas, lo cual no sería algo sorprendente si no fuera porque se supone que vivimos en un Estado laico.
Ahora ya sólo se castigará a quién desde el púlpito “presione” para que la gente vote o se abstenga de votar por algún candidato, partido o coalición. Como si ‘orientar’ desde la autoridad de la religión no se convirtiera al final en una presión para las culpas que cada uno carga.
Así como se lee, esta ambigüedad al eliminar la palabra “orientar” de la ley sólo da pie a que desde cualquier institución religiosa se enaltezca o vilipendie a cualquiera que vaya en contra de sus intereses, que en el caso de la Iglesia Católica (la de mayor adeptos en el país) siempre ha sido contra los partidos de izquierda y nunca en sentido contrario, como parte de su naturaleza, de ahí lo inequitativo que tiene esta decisión.
Lo anterior no tendría mayor problema sino fuera porque los argumentos de los sacerdotes para irse en contra de algún candidato tiene un elemento que difícilmente se puede contrarrestar: el miedo. El temor a un castigo en un plano más allá de lo terrenal que por si fuera poco promete ser eterno y bastante duro.
Difícilmente alguien que actúa bajo los lineamientos de una fe arraigada se deja ‘orientar’ por una autoridad religiosa. No lo piensa, lo hace tal y como se lo dijeron, so pena de pagar muy caro la osadía de hacer algo distinto a lo que sugirió su guía espiritual. Luego entonces, la orientación se convierte en una presión explicita, pero con la modificación a la ley, eso ya no será sancionado.
Nuestros ‘usos y costumbres’
El otro golazo que nos dieron exhibiéndonos en todo nuestro esplendor a nivel mundial es el espinoso y bochornoso tema del grito de la palabra ‘puto’ usado por la afición mexicana en los partidos de futbol en cada despeje del arquero del equipo rival, tema que ha causado controversia ante la investigación que ha iniciado la FIFA por tratarse de una situación de discriminación.
Es curioso cómo nos envolvemos en la bandera para defender ese ‘arraigo’ cultural haciéndolo pasar por unos como un momento de “esparcimiento” y muy nuestro con el cual “sólo se busca presionar al rival” en un encuentro deportivo. Sin embargo, no podemos tapar el sol con un dedo, pues por donde se vea y en sentido estricto se trata de una expresión homófoba. Se puede decir que con este grito nadie habla o piensa en ese momento en la comunidad homosexual, lo cual no es cierto, pues se diga lo que se diga el término tiene un sentido peyorativo.
Decir que es parte de nuestros ‘usos y costumbres’ es defender una práctica machista que por más arraigada que la tengamos no quiere decir que sea correcta, como tampoco lo es el poco respeto que se tiene hacia las mujeres y cuya violencia hacia ellas se explica de manera absurda como un ‘factor genético’. Porque así hemos sido siempre, ¿o no es así?
La FIFA y la Federación Mexicana de Futbol se han metido en un embrollo con esta situación (tolerada y jamás cuestionada en los estadios del país), pues hacerse de la vista gorda implicaría que deba hacerlo con todas las expresiones de racismo que han sido censuradas de manera tajante en los encuentros europeos. De no existir al menos una declaración por parte de estos organismos que censure estas manifestaciones estará abriendo la puerta para que cualquier grupo que crea tener una superioridad racial arroje plátanos o brinque imitando a un primate, para ‘presionar’ a un rival de color, pues podrán argumentar que, como los mexicanos con el ‘puto’, lo único que hacen es tener un momento de esparcimiento. Porque el hecho de que lo hayamos hecho siempre, no quiere decir que esté bien.
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