Y esto apenas empieza. En medio del
saltadero de chapulines de todos los colores inició el bombardeo de spots de
los partidos políticos por radio y televisión. Uno no sabe qué es peor: si la
saturación visual y auditiva, reiterativa y machacona de los mensajes
partidarios o el cinismo que acusa su contenido. Entre mentiras, lugares
comunes, frases huecas, obviedades, se lleva a cabo el despilfarro de millones
y millones de pesos en costos de producción de los mensajes que lo que
realmente provocan a la ciudadanía no es hastío, sino coraje.
Con el inicio de las precampañas
electorales, a partir del pasado 10 de enero y hasta el 18 de febrero se
transmitirán en radio y televisión siete millones de spots de 10 partidos
políticos registrados, de cara al proceso electoral del 7 de junio. Durante 40
días la ciudadanía escuchará o verá en medios electrónicos desde las 6:00 y
hasta las 24:00 horas, dos mil 400 spots cada día, supuesta y oficialmente “con
las ofertas que ofrecen para posicionarse en las urnas y obtener el mayor
número de votos”. Aparte, los organismos electorales federales emitirán otros
4.5 millones de spots para promover los comicios y difundir su reglamentación,
que invariablemente será violada.
El Instituto Nacional Electoral (INE)
explica que de los tiempos del Estado, el propio INE tiene 48 minutos diarios a
su disposición: 30 minutos se reparten entre los partidos políticos, lo que
representa 3.3 spots de 30 segundos por hora, esto es, siete millones de
mensajes que se deberán transmitir a través de tres mil medios de electrónicos.
Los restantes 18 minutos son para las autoridades electorales y
jurisdiccionales federales como el INE y el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación, así como los organismos públicos Locales
Electorales.
En la realidad, lo que tenemos es un
duelo inaudito de mensajes insulsos. Por supuesto no hay ninguna propuesta,
ninguna innovación, ningún arrebato de creatividad. Y luego el nivel. Puro
rollo: En medio de la catástrofe nacional que padecemos, el PRI dice que
“¡todavía hay más!”, mientras el PRD, sumido en el desprestigio y las pugnas
intestinas asume que ellos sí “estamos muy conscientes de lo que pasa en
México”, qué bueno, y nos propone que “queremos ser tu voz” y el PT presume,
como si fuera un galardón, que “decidimos ser de izquierda”.
El PAN, con un cinismo fuera de toda
medida, ignora sin más el lodazal de moches, abusos, traiciones, adulteraciones
del padrón interno, dedazos y agandalles por parte de la pandilla que encabeza
Gustavo Madero, y asegura que “sí se puede” combatir la corrupción… En tanto,
el Partido Humanista invita a que “cambiemos juntos” y el Verde se apropia de
cuanta reforma legislativa se ha llevado a cabo –desde el incremento de las
penas para secuestradores hasta la prohibición de animales en los circos— para
atribuírsela como “propuesta” propia y así postular que “sí cumple”. Y resulta
que en algunos sondeos ya aparecen los spots de los muchachos del Verde como
“los más convincentes”. Junto a todo eso, el mensaje más sensato, por sencillo,
resulta el de Morena, en el que Andrés Manuel convoca a sumarse al partido que
representa la honestidad. Imagínense.
Si algún denominador común podemos
encontrar en los spots que literalmente inundan durante 18 horas diarias los
espacios televisivos y radiofónicos de todo el país es su ausencia total de
autocrítica, de coherencia, de ética. Son expresiones claras de la misma
realidad que se manifiesta en el ignominioso fenómeno de los chapulines,
funcionarios públicos y legisladores de todos los niveles que abandonan las
obligaciones para la que fueron electos con el fin de asegurar mediante un
salto –y por supuesto a través de negociaciones, transas y cochupos— otro hueso
que les asegure no –por supuesto— la posibilidad de seguir sirviendo a sus
conciudadanos, sino otros tres años de un sueldo que nunca habrían soñado
recibir, amén de canonjías, prestaciones, privilegios, posibilidades insospechadas
de negocios y enriquecimiento. Ellos y sus defensores, que los hay, alegan que
al chapulinear descaradamente no violan ninguna ley. Es cierto. Existen
suficientes lagunas, océanos más bien, en la legislación actual para que lo
hagan de manera impune. No es ilegal, cierto, pero es absolutamente inmoral y
debería darles vergüenza (si la tuvieran) cometer sus audaces acrobacias.
Entre esos brincadores están los jefes
delegacionales del Distrito Federal que antes de cumplir dos años y medio de su
encomienda de tres años dejan todo botado, colocan a un incondicional como su
sustituto para seguir manejando el presupuesto, eso sí, y se largan en pos de
su nueva prebenda. Es el caso de los 14 delegados perredistas que ya pegaron el
brinco y de los otros dos que lo harán en breve: el priista Adrián Rubalcaba,
de Cuajimalpa, que ha reconocido abiertamente sus aspiraciones, y el
desprestigiado panista Jorge Romero Herrera, que se mantiene agazapado en
espera del momento, pero sin reconocer que esa es su intención, su proyecto
político puntualmente planeado: saltar a una diputación local plurinominal, sin
someterse a votación alguna, y convertirse en coordinador de la bancada del PAN
en la ALDF.
Con esta clase de “servidores
públicos”, con este mediocre e insufrible duelo de anuncios insulsos en los
medios, nada alentador resulta el futuro político de los mexicanos. Más bien es
desolador. Algunos pusieron el grito en el cielo hace unas semanas cuando
comenté aquí que no parece ser tan mala idea la de anular de manera voluntaria
nuestro voto, como una acción de protesta, una manera de expresar nuestro
hartazgo, ante el panorama político que se nos presenta, porque eso según ellos
favorecería al PRI. No lo creo así. Pienso que la anulación razonada,
organizada y compartida de nuestro sufragio –no la abstención, ojo— puede ser
una muy poderosa arma ciudadana, digna de tomarse en cuenta. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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