Por Mónica Maristain
Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).– “La bala me había entrado por la espalda y me había salido por el lado izquierdo, debajo de las costillas. El impacto me destrozó un pedazo de pulmón, el bazo y la tercera parte del intestino grueso… siete meses de hospital y cinco intervenciones quirúrgicas”.
“Intentamos saltar por la ventana de una de las recámaras, pero ya nos estaban rodeando. Entonces me encerré en el baño. Después escuché la sinfonía de los cristales rotos. No, no traían orden de cateo. A José Luis lo torturaron, al Tolo lo acribillaron, a mí casi me matan. Pero no me arrepiento de nada, tanta locura era necesaria”.
Así relata la economista Rosa Albina Garavito (Santa Cruz, Sonora, 1947) su paso por la guerrilla mexicana, fruto de haberse tomado en serio la consigna del mayo del ’68 francés y querer tomar el cielo por asalto, hasta toparse abrupta y trágicamente con el muro en el Tlatelolco del ’68 y la matanza del 10 de junio de 1971.
En el libro Sueños a prueba de balas, editado por Cal y Arena para su colección de “Ensayo personal”, Garavito hace precisamente eso, un recuento íntimo de su toma de armas para formar parte de una efímera guerrilla urbana en los ’70, motivada por el deseo de que su historia no se repita.
Profesora investigadora del Departamento de Economía de la UAM-Azcapotzalco, es directora fundadora de la revista El Cotidiano de la misma institución. Fue colaboradora deLa Jornada y de El Universal.
Una de las fundadoras del PRD e integrante de su dirección nacional hasta 2004, fue Diputada y Coordinadora del Grupo Parlamentario de ese partido en la LV Legislatura, y Senadora en la LVII Legislatura.
Directora fundadora de la revista Coyuntura del Instituto de Estudios de la Revolución Democrática y ex Directora de ese Instituto, ha colaborado en diversas revistas y libros sobre economía nacional, economía laboral y política nacional.
Premio Nacional de Periodismo 2002, es autora, entre otros, de Apuntes para el camino. Memorias sobre el PRD, un tema que no evade en su entrevista con SinEmbargo.
—¿De aquellos vientos vienen estas tempestades?
—Y sí, hay mucho, claro. En aquellos tiempos el Estado enfrentó la oposición radical y política de nuestra generación con una violación masiva a los derechos humanos, que por otra parte quedó impune. El mensaje que el Estado dio entonces fue que esas violaciones se podían repetir. Lo que vivimos ahora es la consecuencia de esa impunidad. Estos 43 desaparecidos de Ayotzinapa son la consecuencia de no haber investigado ni condenado las desapariciones y los crímenes del ’68 y el ’71.
—La impunidad es un estigma en la historia del México contemporáneo, ¿verdad?
—Sí, porque es un país con una larguísima e inveterada tradición autoritaria y corrupta. Esta combinación lleva de manera muy fácil a la impunidad, porque la impunidad tiene como característica esencial el encubrimiento, en este caso en el ámbito de toda una clase política. Nos obligan a convertirnos en una sociedad detectivesca, cuando la realidad es que la seguridad y de la justicia son asuntos del Estado.
—¿Por qué contar ahora tu paso por la guerrilla, a 42 años de aquello?
—Es una pregunta que también me hice. La verdad es que como cuento en el libro lo escribí en el 2002 y el texto entonces estuvo durante una década en un cajón. La primera razón para tardar tanto en publicarla es que la considero una historia absolutamente personal y me daba mucho pudor compartirla. Me preguntaba a quién le podía interesar algo tan íntimo. Después pensé que a las nuevas generaciones podía ser útil saber cómo se vivía en un país más represivo y más autoritario que el nuestro en estos momentos. Pensar el mundo y el país que éramos hace 40 años y confrontarlo con lo que somos ahora nos ayuda mucho. Con respecto a las luchas de entonces lo que puedo decir es que no me considero para nada una derrotada. Aunque resulte un poco pretencioso mencionarlo, estoy convencida de que nuestras luchas contribuyeron a abrir las puertas para esta democracia incipiente que vivimos.
—Aquel México era también un México muy esquizofrénico. Recibía con los brazos abiertos a los perseguidos por las dictaduras sudamericanas y reprimía ferozmente a los suyos…
—Sí, por supuesto. Era un Estado mexicano con una imagen internacional de gran prestigio. Teníamos un gobierno que había reconocido la legitimidad de la Revolución Cubana. Afuera de México nos veían como locos que protestábamos contra un Estado que veían ejemplar. Recuerdo incluso la visita de Salvador Allende a la Universidad de Guadalajara, poco tiempo antes del Golpe de Estado en Chile, en 1973. La represión a la guerrilla mexicana estaba en su punto álgido y Allende reprende a nuestros jóvenes.
—¿Qué queda frente al caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa sino la lucha armada?
—Pero siempre hay mucho que perder, aun en la más terrible de las circunstancias. Las valoraciones que hago al respecto tienen que ver con que hay que insistir por todos los medios legales y pacíficos para conseguir la justicia necesaria. Eso ya en México supone muchísimos y graves riesgos, pero es fundamental en la construcción de una ciudadanía libre y consciente de sus derechos. Aquella experiencia de la lucha armada ayudaron a la obtención de las libertades que hoy gozamos y al mismo tiempo abrieron las posibilidades para conseguir cosas por vías menos dolorosas.
—Cambiando radicalmente de tema, ¿qué le pasó al PRD?
—Lo dije desde 1999: el PRD es una reedición del PRI, se convirtió en un nuevo PRI. Todos esos liderazgos históricos como el del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas o Andrés Manuel López Obrador provinieron del PRI. Esas personas no podían involucrarse en la formación de un Partido realmente democrático. Su formación es priísta. No tienen la democracia en ninguna de sus células. Se opusieron con toda la fuerza al autoritarismo, sobre todo Cuauhtécmoc Cárdenas, a quien siempre he reconocido su contribución para formar un Partido de oposición real, pero cuando se abrieron las puertas para una democracia participativa que fue con la reforma de 1996, el PRD se pierde en los vericuetos de la lucha electoral. Y lo que se dice la izquierda mexicana olvida toda la tradición de lucha social del siglo XX.
—¿Cómo vio la integración de Rosario Robles al gabinete de Enrique Peña Nieto?
—Como un espectáculo penoso. Y no es que diga que el PRD es una reedición del PRI porque se me ocurrió una mañana en la que me levanté cruzada…no. Participé en la elección de 1999 para ser presidente del Partido y perdí. Pude palpar entonces las prácticas clientelares y corruptas de los dirigentes del PRD. Todos los que los dirigentes reclamaban para el país: democracia, transparencia, lo cometían de las puertas para adentro del Partido y esa esquizofrenia no se puede sostener. Empecé a criticar esa esquizofrenia hasta que al final me di cuenta de que estaba sola. Por eso renuncié. Quienes no apostaron a las ideas, al debate, a la autocrítica, son los responsables del estado del Partido en la actualidad. Nunca termino de indignarme lo suficiente. ¿Tú puedes imaginar lo que sentía yo cuando en los primeros días del Caso Iguala los dirigentes del PRD trataban de disculpar al gobernador de Guerrero? ¿Cómo es posible algo tan espeluznante? Hace mucho tiempo que el PRD perdió el rumbo. Ese Partido no existe como Partido de izquierda, ese Partido es funcional, conservador, hace rato que le hice el funeral. Va a caer en una lenta agonía, se va a reciclar un poco y va a morir definitivamente dentro de poco.
—¿Qué aporta tu libro en este contexto de país?
—Ojalá que el libro contribuya sobre todo con los jóvenes a reflexionar sobre el país que fuimos y el que somos; a pensar en esos jóvenes de entonces en relación con ellos, con los jóvenes de la actualidad. Que sirva para que todos nos demos cuenta de que nunca hay que perder la capacidad de indignarse frente a cualquier injusticia. Si los jóvenes no sueñan un país mejor, ¿entonces, quién lo hará?
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