por guillermo manzano | foto: césar sánchez
La cámara la captó sola. Ahí está. Con el torso
desnudo, sombrero de palma y pantalón de mezclilla azul. Rostro de niña. Su
cuerpo no muestra señales de maternidad aunque ‘sus líderes’ digan que ya es
madre y por eso es responsable de estar en ‘las protestas’. Es la niña de los
400 pueblos. Una menor que no está en la escuela sino desnudándose en las
calles xalapeñas por capricho de un líder vetusto y un diputado indeseable que
provino de sus testículos.
Su mirada al horizonte. Ve sin mirar.
Sabe que es observada por cientos de ojos que pasan por la calle. Ella baila al
ritmo de la música estruendosa que sus ‘compañeros’ varones eligen para ellas.
Una más de la llamada ‘asamblea de
mujeres de los 400 pueblos’. Un membrete que sirve a un infeliz para hacerse de
dinero en forma indebida.
La niña de los 400 también es filmada,
videograbada y su imagen circula en las redes sociales. La usan para criticar a
un gobierno que dice promover el turismo. Así las cosas.
Su mirada es triste. Su cuerpo se mueve
con desgano, con pena. Es diferente a sus compañeras. Más joven, más delgada,
más bonita.
Sabe que del vodevil que presentaron
durante dos semanas en la capital veracruzana, ella fue una de las más vistas.
Por morbo. Porque resalta del montón de lonjas decrepitas que están alrededor
suyo.
Porque es una niña, una menor de edad
que dicen que ya es madre y por eso tiene que ‘estar en la lucha’. Porque la
mirada de los hombres la ofenden tanto como los caprichos de la familia Del
Ángel.
¿Qué pensamientos tendrá en su mente
mientras baila para un público callejero? ¿Escuchará lo que le gritan desde los
autos que pasan? ¿Se dará cuenta que la filman con teléfonos inteligentes?
¿Sabrá el número de las cientos o quizá miles de personas que ven su cuerpo
desnudo? ¿Pensará en el futuro o sólo en el pasado que la ata a una lucha que
quizá ni exista?
Ella sin nombre. Ella sin ropa. Ella
baila con sus compañeras. Se desnuda completamente. Su cuerpo se ofrece a la
vista del que quiera ver. Como ícono de la cultura popular su fotografía se
distribuye. Sus videos se pasan de un teléfono a otro. De los usuarios de las
redes sociales. Su imagen va y viene. ¿Alguien sabe como se llama?
Darle un nombre nos permitiría
humanizarla, preguntarle qué siente cuando desnuda su cuerpo en las calles. Si
es verdad que es madre y campesina, ¿ dónde está su hijo o hija? Saber si su
pareja también es del ‘movimiento’ y por lo tanto también se desnuda. Si ambos
están ‘en la protesta’, ¿quién trabaja la tierra y quién cuida al hijo o hija?
Pero no sabemos su nombre. Sólo
conocemos su rostro, su torso, su cuerpo que se mueve automáticamente mientras
se escuchan los gritos de los varones que las rodean ‘para cuidarlas’.
Veo la foto y recuerdo los días pasados
en que los ‘400 pueblos’ hicieron de la ciudad un burdel. Veo la foto y la
indignación que provoca es tanta o más que la que generan ‘las autoridades’
pusilánimes y complacientes con los lenones que se dicen ‘líderes sociales’.
La Niña de los 400 nos recuerda la
podredumbre social en la que nos movemos. Corromper a las personas de la forma
en que los hacen ‘los líderes del movimiento’ es una de las más bajas. El
proceder de estos individuos al obligar a las mujeres a desnudarse no tiene
perdón. ¿Acaso Usted permitiría a su hija o nieta que se encueren por las
calles de Xalapa?
Pero lo inadmisible son las respuestas
de las autoridades estatales y municipales. Las primeras, en voz del Secretario
de Turismo, quien dijo que las mujeres desnudas no afectan la imagen de Xalapa
y las segundas, porque ‘no encontraron reglamento, bando o ley que violentarán
las mujeres y hombres desnudos en la vía pública. ¿Acaso ellos van a desnudar a
sus esposas, hijas o madres? Si es así, ¡qué lo hagan!
Y también que lo hagan todos y todas
que quieran mostrar sus miserias o atributos, en esta ciudad nadie puede ser
detenido por caminar o bailar encuerado en la calle. No hay delito que
perseguir. Nadie viola la ley por hacerlo.
Pero lo que no debemos hacer es obligar
a una persona a que lo haga. Podemos dejar de hacer lo que nos gusta, pero no
estamos obligados a realizar lo que no queremos. La imagen de la Niña de los
400 nos dice mucho de esto.
La dignidad de una persona debe ser
siempre respetada. Y quienes se mofan de estas mujeres, quienes hacen mutis y
quienes la juzgan deberían –deberíamos- hacer una reflexión sobre nuestra ética
y moral. ¿Quién soy yo para señalarlas?
Los 400 pueblos van a regresar a
Xalapa. No hay dinero que dure mucho y menos para quienes se acostumbran a
vivir bien sin trabajar. Volveremos a ver los cuerpos desnudos de hombres y
mujeres. Volveremos a ser voyeristas involuntarios (o voluntarios, de todo hay
en esta culta ciudad), volveremos a ver la complicidad de los gobiernos y
volveremos a ser rehenes de una familia sin escrúpulos que no tiene llenadera en
sus ambiciones políticas y económicas. Estemos seguros de eso.
Pero si vuelve a ver a la Niña de los
400, pregúntele su nombre. Conozcamos un poco más de ella y de sus compañeras.
Tratemos de saber el porqué hacen lo que hacen. ¿Por dinero? No demos respuestas
antes de elaborar las preguntas.
Si vuelve ella, ellas y ellos, no
olvidemos que sólo es una niña. Si es madre o no, si lo hace por dinero, si le
gusta, si es feliz, dejemos que ella nos cuente. Dejemos que esta niña nos diga
cuándo y en qué momento decidió desvestirse a la orden de un hombre vetusto y
decrépito.
Detrás de la fotografía hay un ser
humano y una historia que pronto habremos de contar. No olvidemos: sólo es una
niña, aunque sea de los 400 pueblos…
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