De fijo uno pensaría que la protesta ante las injusticias
tendría el respaldo incondicional de la gente común y corriente, porque ésta
también es objeto de las iniquidades y de los abusos de los que se encuentran
en el poder; uno esperaría que la solidaridad y la lucha por la justicia entre
la gente que vive ganándose honradamente el pan de cada día fuera lo más
natural del universo; pero no es así, lo sabemos.
Puede hundirse el mundo en el
cieno de la maldad, naufragar la humanidad en el lago de la ignominia,
incendiarse el continente en el páramo de la tristeza, pero al pobre que se
nutre en las aguas de la carencia, al burócrata que se culiatornilla al sillón
de la pequeñez, al manso universitario que cada día le aprietan más el
cinturón, al dócil empleado que gana una bicoca en las sombras de la rutina, al
comerciante que ahoga su pregonar entre las marchantas y cargadores del
tianguis semanal, a los microbuseros que se les va la vida en las prisas de una
travesía, al plomero que vive de cerrar las fugas de su existencia, todo esto
los tiene sin cuidado, no piensan en el futuro, se guarecen bajo el paraguas
del “mañana dios dirá”, se cobijan en las penumbras del “de todas formas esto
no va a cambiar”, se parapetan en el dudoso baluarte del “no quiero meterme en
problemas” y se escabullen por la cuarteadura de un “¿y a mí qué?”, o en otras
razones y justificaciones de similar catadura. Todas estas frases constituyen,
ni más ni menos, la filosofía del mediocre: “detrás de mí el diluvio”, “el que
venga atrás que arree”, “el que no tranza no avanza”, “al que le pique la
espina que se la saque”; en efecto, la filosofía lumpen que resuella en la
desgana de los agachados, que respira en la desesperanza de los dejados, que
rezuma en el desaliento de los conformistas. La APATÍA es el imperativo
categórico de los pusilánimes.
De tal forma que en vez de enarbolar la dignidad de los trabajadores, de poner en alto la frente ante los atropellos, de luchar y protestar ante los abusos de los políticos chabacanos, de denunciar a los demagogos que disfrutan del poder, muchos mexicanos obedecen sumisamente a los gandules de los billetes, defienden a éstos y al gran capital y no dudan en gritar, cuando se encuentran a un grupo de obreros en marcha, a una manifestación de campesinos, a un mitin estudiantil: ¡huevones, ya pónganse a trabajar!, frase nauseabunda que refleja la más estúpida de las obediencias, y muestra el yugo y el sometimiento a la burguesía y al monarca en turno, pensando, quienes la profieren con orgullo, que estas exclamaciones los convertirán en domésticos héroes anónimos de una masa igual de enajenada que ellos.
Estos desclasados son incapaces de insultar a los que ostentan la riqueza construida con base en el saqueo a los pobres, no se atreven a faltarles el respeto a los que hacen gala de su falso poderío paseándose en coches lujosos o exhibiéndose en caros restaurantes, a esos tipos bañados en el mito del oro no los molestan ni con el pétalo de una crítica, más bien los miran con envidia, los admiran, quieren ser como ellos, por ello no los repudian, antes los disculpan. Pero vuelve la pregunta inicial ¿por qué defienden a los opresores? Y brotan las respuestas entre esa gente sumisa: “porque no puedo morderle la mano a quien me da de comer”, “porque ellos me dan trabajo”, “porque así es la vida”, “porque ellos tienen el dinero”, “porque no me puedo pelear con el jefe”. La falsa conciencia en todo su esplendor. La Clase En Sí, pero no Clase Para Sí, dice Marx. Proletarios que piensan como burgueses, razón por la cual descalifican la lucha de los rebeldes. Prefieren que les piquen el trasero con una pica de buey, antes que protestar y movilizarse para quitarse el yugo que los humilla. Optan porque el dueño del dinero les ponga una argolla en la nariz para irlos jalando con las mentiras de más migajas, más prebendas, y las promesas de un mundo feliz reforzadas por los medios electrónicos e impresos. Y por ello son seres completamente anestesiados por los mensajes y por la seducción de las redes del mercado y del consumo. Es una manipulación seductora. El caso es que vivimos en un renovado hábitat del capitalismo mundial, enriquecido ahora por las estrategias de dominio del ciberespacio de los prepotentes dueños de los medios de producción económica y medios de información masiva.
Esto le ha conferido a este sistema un rostro
presumiblemente más atractivo y seductoramente más lujoso, con olores de
santidad y recubierto con un lenguaje moderno pletórico de términos gabachos y
palabras espectaculares que aluden a un pretendido esplendor donde brilla el
consumo por encima de todo, en un orbe de fantasías y banalidades de base.
Hacer visible ese poder (la seducción, la manipulación mediante la “diversión”,
el “juego”, el estrépito, lo estridente, las formas silenciosamente
manipuladoras de control) y demostrar la fuerza oculta de las masas, en potencia,
es una de las metas de todo militante que se precie de ser conciente. Sólo así
podremos cambiarle la conciencia a los “apolíticos” y a los apáticos. A eso nos
abocamos los que utilizamos estos medios y trascendemos a ellos.
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