5 de mayo de 2011

Calderón, ¿contrito?

Por Francisco Rodríguez Pérez
Economista y Analista Político
Hombre creyente, “pecador estándar”, hombre de fe, sin vicio alguno, dedicado exclusivamente a servir a México como Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, fue hasta Roma a pedir perdón a Dios, por sus pecados de acción y omisión, poniendo como testigo e intercesor a “Juan Pablo II”, en el mero día de su beatificación.
 
Como hombre arrepentido y contrito, más que como Jefe de Estado, Presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas, “El Hijo desobediente”, como se llama a sí mismo, el “hijo pródigo”, fue a pedir perdón en la mismísima Santa Sede, al milagroso beato “capaz de cambiar sistemas políticos”:
 
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de todo lo bueno que he dejado de hacer, porque pecando te he ofendido a Ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas.
 
Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados.
 
Propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado.

Señor, por los méritos de tu pasión y muerte, apiádate de mí, y dame tu gracia para nunca más volverte a ofender. Amén.

El acto de contrición no es un sentimiento de pena, de vergüenza o de angustia. Es una disposición de la inteligencia y de la voluntad libre, no de la sensibilidad. Es una actitud de toda la persona pecadora. Es arrepentimiento, dolor, pena ante el pecado cometido por la misma ofensa hecha a Dios.
 
El dolor de los pecados, es motivado por el arrepentimiento de haber ofendido a Dios por ser Él quien es y no sólo en virtud de los premios perdidos o castigos merecidos. Los tres elementos de este concepto (sentimiento o dolor, rechazo o renuncia, propósito de cambio), han sido y son elementos claves para autentificar el arrepentimiento, de modo que uno sólo haría dudar de la autenticidad de esta disposición moral.

La contrición es “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar”, según el Catecismo de la Iglesia Católica. La contrición perfecta perdona los pecados veniales y mortales. Está motivada por el amor a Dios, en actitud de tristeza generada en las facultades superiores, inteligencia y voluntad, ante la ofensa hecha a Dios, Ser Supremo.
 
El acto de arrepentimiento o contrición debe de ser sano, interno, sobrenatural, universal y máximo en cuanto a la valoración.

Según la teología y la Iglesia la contrición es el primer y más importante acto de arrepentimiento. El acto de contrición sería un volver al Padre como el Hijo prodigo, siendo que «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia».
 
Así, reconfortado al solicitar el perdón de sus pecados, al finalizar la misa de beatificación y tras venerar los restos mortales del nuevo Beato, Calderón saludó al Papa Benedicto XVI.
 
En aquellas alturas de santidad, Calderón estuvo acompañado por su señora esposa, Margarita Zavala. Ambos iban vestidos de negro cuando saludaron de mano al obispo de Roma:
 
“Santo Padre, gracias por su invitación, gracias a Usted y a la Iglesia. Le traigo una invitación del pueblo mexicano” se escuchó en las imágenes del encuentro distribuidas la tarde del domingo por el Centro Televisivo Vaticano. “Estamos sufriendo por la violencia”, imploró Calderón al Papa. “Ellos (los mexicanos) lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo. Lo estaremos esperando”.

Confiadamente perdonado –porque Dios es muy bueno y muy grande– fortalecido en la fe y con la posibilidad de traer al Papa en año electoral, Calderón Hinojosa y su delegación se dirigieron inmediatamente al aeropuerto Ciampino de Roma donde abordaron un avión, rumbo a la Ciudad de México.
 
La Presidencia de la República, acá en su país, emitió un comunicado con el argumento central de que se trataba de una ceremonia oficial plural, obedeciendo a una invitación formal del Vaticano, que “reflejó los vínculos diplomáticos entre ambos Estados, para la celebración dedicada a honrar la vida y el legado de Juan Pablo II”.
 
La asistencia a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II permitió a Calderón “reafirmar los lazos de amistad entre México y el Vaticano”, pero sobre todo limpiar su conciencia y obtener el perdón.

En la encrucijada, en la cruda moral, en la contrición y el lamento, a ver si lo perdona Dios, con la intercesión del novísimo Beato, por las acciones y las omisiones, los pecados capitales cometidos “por la patria”, por esa terminología y esos actos de guerra, por la contraposición entre la religión y el crimen...
 
Cuán grande será su pena que tuvo que hacer procesión al Vaticano, adorar los restos de Juan Pablo II, e invitar, por enésima ocasión, al sucesor del Beato. “El Hijo desobediente”, Felipe el que “fue un desgraciado”, según su corrido favorito, parece realmente contrito. Digámosle como pide en su corrido: “Felipe, Dios te perdone”.


COMENTARIO:
"El país sufre porque tiene mal gobierno, no porque no venga el Papa... (Felipe Calderón) ahora anda viendo si Juan Pablo II, ya beatificado, le hace un milagro y lo salva del juicio de la historia y viene a resolver los problemas del país, que lo debe resolver un buen gobierno"...

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