El Papa anunció que la Iglesia “perdonará” a las mujeres que hayan abortado –lo que para el dogma católico es un pecado grave- si se muestran verdaderamente “arrepentidas de corazón”. La noticia causó un revuelo mediático sensacional.
Como ya adelantamos en La Izquierda Diario, el Vaticano ordenó a los sacerdotes de todo el mundo, perdonar los "pecados graves", provocando opiniones encontradas. El debate involucra a sectores conservadores que se alarman frente a las demagógicas decisiones de Bergoglio, como los norteamericanos del Tea Party que lo consideran un “marxista” y, en el otro extremo, a quienes avizoran, en esta inocua medida y un tanto exageradamente, un cambio radical sin precedentes en la milenaria y reaccionaria institución eclesiástica.
¿Es acaso un cambio en la consideración que tiene el dogma de la Iglesia sobre el “pecado del aborto”? En absoluto. Para el derecho canónico actualmente vigente, que data de 1983, al aborto le corresponde la pena de excomunión, precisamente para marcar la gravedad que la Iglesia le confiere a esta práctica.
De hecho, el documento de Bergoglio señala claramente que los sacerdotes “se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión.” Incluso, para obtener la indulgencia, se estipula que las mujeres arrepentidas deberán realizar “una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión”.
¿Novedad?
Pero que los sacerdotes ante quienes una mujer confesara este “pecado”, pudieran “perdonar” con la autorización del obispo de su diócesis, ya existía en la doctrina eclesiástica. Incluso, en algunos países, como Argentina, por disposición del ex arzobispo de Buenos Aires Antonio Quarracino, los sacerdotes ya están exentos hace muchos años de la obligación de consultar a sus autoridades eclesiales ante cada caso.
Lo novedoso es que ahora, esa posibilidad de “perdonar” el “pecado” del aborto, la tendrán todos los sacerdotes del mundo, sin tener que solicitar la autorización de los obispos ante cada caso. Un “perdón” que tan sólo se extenderá desde el 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016, fechas que marcan para la Iglesia el “Año de la Misericordia”.
La clandestinidad no perdona
Mientras tanto, en ese lapso en el que transcurrirá el “Año de la Misericordia”, se practicarán 42 millones de abortos inducidos en todo el mundo, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La mitad, serán abortos inseguros, por cuyas consecuencias, cerca de 70 mil mujeres morirán por infecciones generalizadas, lesiones y hemorragias, perforaciones o desgarros uterinos.
La Iglesia no llegará a “perdonarlas” porque esas 70 mil mujeres no llegarán a tiempo siquiera de mostrar “verdadero arrepentimiento”.
La Iglesia, aliada indispensable de los gobiernos y Estados que no permiten la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo –como en Argentina-, no tiene ninguna preocupación por la discriminación que hace el aborto clandestino entre aquellas mujeres que pueden acceder a las prácticas seguras de un consultorio privado y aquellas otras, las más pobres del pueblo trabajador, que mueren por infecciones generalizadas, hemorragias, perforaciones y desgarros uterinos.
La separación de la Iglesia del Estado, para que no sea el dogma oscurantista el que legisle sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, no es tan solo una módica aspiración democrática, sino una necesidad imperiosa para evitar las muertes de millares de mujeres en todo el mundo.
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