POR PORFIRIO MUÑOZ LEDO
El colapso de la autoridad del Estado genera variadas formas de irrupción de la sociedad civil en la escena pública. Desde la explosión ciudadana de 1988 hasta el Movimiento por la paz con justicia y dignidad que encabeza Javier Sicilia hay una línea de continuidad. Encarnan el derecho de resistencia a la opresión, al principio y en la decadencia de nuestra transición política.
Aquella fue una empresa conjunta de diversos sujetos sociales inconformes, con el objetivo explícito de democratizar al país mediante la transformación del régimen político y de su orientación económica. Esta es fruto de la indignación moral y se propone levantar un muro de contención a los abusos y omisiones de la clase dirigente.
Es una vibrante señal de alarma que no acaba de concretarse en un proyecto de cambio. Hace tiempo hablo de una izquierda partidaria, otra social y una más contestataria. La primera ha dado muestras inequívocas de mezquindad y corrupción, la segunda está en proceso de coagularse y la tercera representa un punto de equilibrio con los poderes formales que debiera contribuir en toda circunstancia a enderezar el rumbo de la nación. Protestar en nombre de víctimas específicas otorga una legitimidad reforzada por la tragedia. El número inmenso de afectados subraya además el carácter general de las demandas. Los titulares de los Poderes se vieron constreñidos a un diálogo público que infortunadamente se ha limitado al reconocimiento de culpas y a la solicitud de perdones cuyas consecuencias prácticas se antojan remotas.
Los representantes del Congreso intentaron salvar cara con respuestas vagas, alambicadas e insinceras. Más de lo mismo. Los legisladores fueron acusados de “secuestrar las esperanzas de bienestar de la nación” junto con “los criminales y los poderes fácticos”; lenguaje que no se empleó en la entrevista con el Ejecutivo, merecedor en grado semejante de esos denuestos. Si los reclamantes revisaran el diario de los debates descubrirían que los diputados de la genuina oposición enderezamos cotidianamente ese mismo género de críticas contra el gobierno y la mayoría parlamentaria amorfa e inconsecuente que lo entronizó.
Es hora de establecer nítidamente las responsabilidades y proceder a la rendición de cuentas, a fin de no extraviarse en la literatura celeste de los pecados y las expiaciones. Empatar de modo riguroso la agenda emergente de la sociedad con las propuestas que hemos formulado hace más de veinte años quienes luchamos desde otras trincheras por una plena democracia en México. Evitar la catástrofe y retomar el rumbo de la transformación democrática. En materia de seguridad pública es urgente atajar las iniciativas militaroides que promueven los compungidos congresistas. Reabrir el debate en torno a soluciones alternativas eficaces y plenamente respetosas de los derechos humanos, como las ha exigido el movimiento. Existen planteamientos contundentes de la academia y un proyecto legal de la izquierda –Encinas, Incháustegui, Ibarra- que debiéramos discutir de inmediato. Bienvenidas las propuestas sobre una Ley de atención a víctimas y la Auditoría social de las policías. Convirtámoslas en proyectos y pongamos así en marcha la iniciativa popular en materia legislativa. Vayamos a fondo en la reconstrucción del Ministerio público, diseñando un organismo autónomo del gobierno, los partidos y los criminales. Emprendamos la reforma de los medios de comunicación con sentido democrático a través de un cambio constitucional que permita redistribuir las concesiones.
En la reforma política separemos el grano de la paja y distingamos lo aparente de lo verdadero. Sí a la participación ciudadana en las decisiones públicas, pero en términos que la hagan efectiva. También la reelección de legisladores, siempre que revisemos el sistema representativo y la acompañemos de la revocación del mandato. No dejemos en el tintero del olvido la descentralización del poder y su equilibrio mediante una distinta forma de gobierno. Un cambio auténtico exige suma y concertación entre quienes bregan en la misma dirección. La creación de un nuevo bloque hegemónico. Manos a la obra.
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