¿Por qué una operadora salida de las filas del PRD? ¿Acaso por lo mucho que se distinguen los proyectos de derecha e izquierda?
Los bromistas frívolos decían que el regreso del PRI a Los Pinos nos regresaba a los noventas. Deja vuh. Sin olvidar que los 12 años de panismo han sido algo de lo peor de nuestras vidas como país, debemos reconocer que el regreso del prinosaurio es un salto atrás, en una historia a la que de por sí no parece gustarle marchar hacia adelante.
El PRI de Salinas y Peña recurre a una operadora que fue gobernante del DF del PRD (reivindicada como feminista ejemplar y hasta candidateable para las mujeres perredistas de ciertos hábitospolíticos) y bajo cuyo mandato la represión a la huelga de la UNAM fue vista, por cierta izquierda progre, como una especie de “mal necesario” ante los “excesos”. Aunque no se atreven a decirlo, la represión del 1 de diciembre solamente expresa la continuidad de esa política. La izquierda reprime para mostrarle a los poderosos que ella también hará el trabajo sucio “necesario” si le dan más espacios en el Estado mexicano. Pregúntenle a los chilenos cómo la represión bajo la democracia ha hecho lo mismo, para que no se enoje la oligarquía que sostuvo a la dictadura.
¿Por qué una operadora salida de las filas del PRD? ¿Acaso por lo mucho que se distinguen los proyectos de derecha e izquierda? Pongamos un ejemplo libresco, porque nuestros interlocutores (creo que los hay) ven poco TV: El libro Las manos sucias del PAN, escrito por José Reveles, que el PRI promovió mucho en Veracruz (allá lo fue a presentar el autor), lo mismo que por ejemplo usó el libroLos demonios del Edén de Lydia Cacho. Más allá o más acá de los autores, los libros son usados electoralmente; la ventaja para el electorado es que algunos ejemplares se regalan. (No aceptamos globos, cachuchas y banderines)
El libro de Reveles explica que el PAN llegó al poder y tuvo la llave para repartir las limosnas de “solidaridad”- “oportunidades”- “cruzada contra el hambre”, como se llame el programa: dinero para cooptar organizaciones, comprar votos, ganarse una base mercenaria pero base social al fin. Y cuando los panistas iban a empezar el reparto de los recursos, llegaron a formarse priistas y perredistas, que tienen ya muy bien aceitadas sus maquinarias de corporativismo y control de votantes. Entonces el PAN entró en pánico: No tenía estructuras semejantes para que el voto lo compraran ellos y no sus competidores. Cooptó a un operador priista que le armó rápidamente una estructura de organizaciones hechizas para que no todo el dinero fuera a dar a manos de PRI y PRD. El operador priista se peleó con los panistas y comenzó a soltar la sopa denunciando “las manos sucias del PAN”, ahora bajo el manto protector del PRD. La conclusión: la compra de votos, el corporativismo, la mediatización de las luchas, la contrainsurgencia de programas contra la pobreza y el hambre son malos y muy denunciables cuando los realiza el partido de enfrente, no cuando son “nuestros”. Es una ética de las intenciones: ellos las tienen malas y nosotros muy buenas. Pero las acciones son idénticas.
Los operadores políticos están entrenados para hacer lo mismo: bajar recursos y subir resultados de voluntades compradas, personas desmovilizadas o movilizadas en el sentido correcto: “el nuestro”. Así que si Rosario Robles pudo con el paquete de hacer eso mismo para el PRD en el DF y desde el gobierno de la Ciudad de la Esperanza, está perfectamente calificada (como Bejarano o Dante Delgado o algún otro) para hacer lo mismo para el proyecto Regreso a la Época de las Cruzadas.
Los combates a la pobreza tienen un origen contrainsurgente. Para entenderlo basta con checar un libro mucho más trascendente que el de Reveles y, por lo mismo, mucho menos difundido:Contrainsurgencia y miseria, Las políticas de combate a la pobreza en América Latina, de Raúl Zibechi (editado por Pez en el Árbol), quien me parece un autor bien enterado y con buenos análisis concretos sobre el tema, mejor que otros marxistas sudamericanos que se han vuelto defensores de los gobiernos progresistas impulsores de estas políticas contrainsurgentes.
El fondo del asunto lo entendí con una sola pregunta que me hiciera una investigadora, Rina Roux, para contestar a mi pregunta sobre el lema de los gobiernos perredistas del DF “Por el bien de todos primero los pobres”. Eso que incluso a autores lúcidos (a veces), como el profe Enrique Dussel, les parece recuperar lo mejor del evangelio en la política de izquierda, es una medida conservadora del status quo.
Aclaremos: No es que suscribamos el dogma: “la miseria es revolucionaria”. Suscribimos una tesis: el combate a la pobreza (en la era de las Cruzadas: al hambre) nació, tiene un propósito y, bajo gobiernos de derechas e izquierdas, cumple un papel contrainsurgente.
Antes de pasar brevemente al libro de Zibechi, una anécdota colombiana: en los tiempos de mayor hegemonía del narco en Colombia (apenas hace unas horas casi) cuando un grupo de izquierda organizaba a gente sin casa para luchar por su derecho a la vivienda, los narcos construían unidades habitacionales, las regalaban y desmovilizaban al grupo.
Raúl Zibechi explica los programas de combate a la pobreza desde su origen. No los crearon los gobiernos de izquierda, sino los de derecha: el primero en proponerlos fue Robert McNamara. El currículum de McNamara desnuda el origen de su idea: primero fue ejecutivo de la empresa Ford y luego Secretario de Defensa estadounidense, entre 1961 y 1968, durante el periodo de la guerra de Vietnam, después abandonó el cargo para convertirse en el Presidente del Banco Mundial entre 1968 y 1981. Desde el BM propuso los programas de combate a la pobreza, es el autor de la matriz que hoy siguen gobiernos de derechas e izquierdas en América Latina. El perfil de McNamara puede checarse en Wikipedia.
McNamara aprendió de la derrota militar en Vietnam: No basta el poderío bélico para doblegar la voluntad de un pueblo que quiere ser libre. A partir de esa derrota, el sistema aprendió las lecciones y perfeccionó la contrainsurgencia: hoy participan en ella no solamente militares sino todo tipo de científicos, de las ciencias duras y las sociales, y tecnócratas: expertos en pobres, hambre y combate a la pobreza. El método es un poco como el de la novela Pantaleón y las visitadoras: hay una “necesidad”, luego se necesita un mecanismo eficiente de ofrecer un satisfactor inmediato para que la necesidad no explote y el control de la población se mantenga dentro de los cauces de la gobernanza.
En otras palabras: repartamos algo que parezca un regalo del poder ahora y hagamos que el pueblo se desmovilice, que deje de desear y se limite a necesitar y “satisfacerse”. Por el bien de todos (el sistema) primero los pobres (el peligro).
Ya el sistema no es tan torpe para decir que si no tienen pan coman pasteles, ahora sabe que repartir migajas reditúa, porque evita el cuestionamiento por el reparto inequitativo del pastel. Kropotkin decía que la revolución era, entre otras cosas La conquista del pan, pero era una conquista, no un reparto de migajas hecho por los zares.
El libro de Zibechi muestra cómo los gobiernos de izquierda en América del Sur han llegado a administrar eficientemente el neoliberalismo, no han cambiado la estructura de desigualdad ni la injusticia, pero sí han cooptado a buena parte de la izquierda que antes luchaba por esas metas, mediante mecanismos de combate a la pobreza (tomados acríticamente de McNamara y su escuela) con los que las organizaciones van perdiendo su autonomía y reduciéndose a la base electoral y de movilización, la base social, pues, de sus gobiernos- partidos de izquierda, en la feroz competencia con la derecha por ver a quien elige el sistema para que les administre eficientemente el capitalismo neoliberal y,, asimismo, les administre el conflicto social (gobernanza).
De manera que, regresando a México, lo que los gobiernos priistas y perredistas hacen más eficientemente que el PAN es sobre todo la segunda cosa: administrar el conflicto mediante esquemas de “combate a la pobreza” que minan, erosionan o anulan autonomías y voluntades, subordinan la organización al corporativismo, permiten márgenes de desmovilización, desactivación de conflictos, movilización político electoral reglamentada y controlada (ni un cristal roto) y aíslan a los radicales, rijosos y ultras que no aceptan los programas de asistencia social; para a ellos está la Cero Tolerancia: importada de Nueva York vía Rudolf Giuliani o de Colombia vía Óscar Naranjo. Son muy parecidas las formas de operar de sus mecanismo de explotación de la miseria para fines contrainsurgentes; por eso son intercambiables los operadores y no causan fallas en el funcionamiento: Orive y Dante Delgado pasan a “la izquierda”, Rosario Robles pasa del PRD al PRI; alguna vez Aspe Armella puede asesorar a un gobierno del PRD en el DF o Di´Constanzo puede dejar el gabinete de AMLO y pasar al de Peña. Si los sistemas operativos y programas funcionaran de manera diferente, no serviría la pieza de uno en el mecanismo del otro.
Así que, con el PRI, regresamos a época de Las Cruzadas, pero antes, al menos en Chiapas, esos mecanismos contrainsurgentes ya operaron: lo mismo bajo el PRI que bajo del PRD, con las “manos sucias del PAN” y otras, porque así como jugaron ese papel Luis H. Álvarez, Eraclio Zepeda, Adolfo Orive o Dante Delgado, hoy puede hacerlo Rosario Robles o algún otro fiel discípulo de Robert McNamara. Me parece que todos ellos se tienen bien merecida la britney- señal que les mandan los zapatistas.
Porque Las Cruzadas son una guerra contra los infieles: es decir una guerra contra el otro, el que se niega a dejarse conquista y colonizar. No combaten la pobreza, combaten a los pobres en rebeldía. La miseria no es de por sí rebelde, pero los programas que “la combaten” son de suyo contrainsurgentes.
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