Filiberto Vargas
Rodríguez /
Apenas iniciaba el evento en el que el Gobernador Javier Duarte
resumiría para sus invitados los logros de su quinto año de gobierno, cuando
desde las gradas del Velódromo de Xalapa surgieron mantas extendidas por
familiares de personas desaparecidas.
De
inmediato, personal de logística del evento se encargó de arrebatarles estas
personas sus instrumentos de protesta y de “invitarles” a desalojar el recinto.
Minutos
después, cuando ya los manifestantes habían sido retirados, el propio Javier
Duarte hizo un llamado desde su tribuna: “Quienes se quieran expresar de manera
pública, que lo hagan con toda la libertad y respeto que se merecen”.
Eso
se llama ambigüedad (el diccionario de la Real Academia Española, explica que
el término “ambiguo” cuando se refiere a una persona, se trata de alguien que,
con sus palabras o comportamiento, vela o no define claramente sus actitudes u
opiniones).
El
Gobierno de Javier Duarte ha sido, esencialmente, ambiguo. Sus palabras
expresan algo contrario a lo que muestran sus acciones.
Javier
Duarte ha sido ambiguo, por ejemplo, con la Universidad Veracruzana.
Por
un lado manda a su titular de Finanzas, Antonio Gómez Pelegrín, a regatear los
recursos que por ley le corresponden a la casa de estudios, y por otro se
sienta con la rectora para manifestarle su total respaldo.
Primero
manda al titular del IPE, Armando Adriano Fabre a cobrarle a la UV, y luego
sale él a anunciar que ya todo fue pagado por su gobierno, que la Universidad
ya no debe nada, que ya todo lo pagó su administración.
(Por
cierto, sería muy sano, para abonar a la transparencia, que se mostraran
documentos de la transferencia de esos dos mil millones de pesos que reclama el
IPE).
Ambiguo
también ha sido en la preparación de su sucesión. Primero impulsó con toda la
fuerza de su estructura partidista a Alberto Silva, y después les soltó la
rienda a otros aspirantes (Érick Lagos y Adolfo Mota, por mencionar sólo a
dos), al grado de alentarlos a que “se muevan” ante la posibilidad de ser “los
elegidos”.
Ha
sido ambiguo en su trato con los senadores priistas. Dice respetar a Héctor
Yunes, pero los hace víctimas de sus bromas, frente a miles de campesinos. Dice
tenerle una especial estima a José Yunes Zorrilla, pero cuestiona a “sus
asesores” y descalifica sus opiniones.
En
los temas financieros el discurso del Gobernador de Veracruz también es
ambiguo. Asegura que no ha contratado más deuda, pero la diferencia entre lo
que recibió como deuda pública en el 2010 y lo que se debe hoy, es casi del 300
por ciento. Dice no haber pedido prestado, pero sí haber renegociado los
pasivos del Estado. Eso, aquí y en China, es contratar deuda nueva, para
sustituir la añeja.
Si
el secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, acude a la reunión
extraordinaria del Consejo Directivo del IPE y propone que se dé a conocer el
adeudo que tienen los ayuntamientos y organismos autónomos con el IPE, y que se
les solicite la parte proporcional que les corresponde cubrir, es lógico
suponer que dicha petición ha sido ordenada por el mandatario estatal, y no se
trata de una ocurrencia de un funcionario menor.
Pero
si en la misma reunión el secretario de Finanzas Antonio Gómez Pelegrín,
manifiesta que mes con mes el gobierno estatal ha subsidiado al Instituto y lo
seguirá haciendo, eso habla de ambigüedad.
Falta
un año para que concluya la administración de Javier Duarte. No estaría de más
que en los próximos 12 meses se privilegie la congruencia en los actos de
gobierno.
Si
eso sucede, habrá una ostensible mejoría en la percepción ciudadana sobre la
gestión de Javier Duarte.
Más
congruencia y menos ambigüedad.
¿Será
tan difícil?
No hay comentarios:
Publicar un comentario