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La crucifixión es un
método, utilizado desde antiguo, de tortura y ejecución, con el que se
pretendía, aparte de la ejecución o escarmiento del implicado, el terror
psicológico de las masas, ya que el individuo sometido a este tormento, era
exhibido ante el pueblo para que nadie desafiara la autoridad y mantener a la
población bajo control.
El origen de la crucifixión no es romano,
como se podría pensar, sino asirio. Las torturas asirias incluían el
empalamiento de las víctimas insertando un palo o lanza en el estómago y
posteriormente eran izadas. El empalamiento combinaba la imposibilidad de
respirar, de moverse y un extremo dolor durante todo el proceso. Si no te
atravesaban los órganos vitales, la víctima podía llegar a sobrevivir durante
días hasta morir exhausto y deshidratado. Alejandro Magno también utilizó este
cruel método de tortura introduciéndolo en la cuenca mediterránea, y los
fenicios fueron los que la introdujeron en el Imperio Romano, donde se
convirtió en una práctica muy habitual y popular. El método utilizado
primitivamente no es muy conocido, pero posiblemente las víctimas eran atadas o
clavadas con las manos por encima de la cabeza al poste o con ellas a la
espalda. El proceso podía variar desde 3-4 horas hasta 3-4 días, siendo el record,
9 días.
El
instrumento para la crucifixión variaba, siendo los más utilizados un simple
palo o poste o con dos travesaños: la cruz en T (cruz tau), la cruz latina
(donde supuestamente fue ejecutado Jesucristo), y cruces en forma de X o Y. La
cruz tau era la más utilizada ya que era más práctica. Tenías un poste
permanentemente clavado al suelo y un travesaño portátil (patibulum) que se
colocaba junto con la víctima al poste principal. El uso de la cruz latina, sin
embargo, requería mucho esfuerzo ya que toda la estructura debía ser izada con
la víctima, y debían realizarlo los soldados romanos, por lo que su uso estaba
muy restringido. La víctima quedaba con los brazos estirados en una posición
que indicaba humillación y sumisión, el mensaje que los romanos intentaban
extender entre el pueblo. Eran crucificados ciudadanos no romanos que amenazan
la paz, esclavos desobedientes, alborotadores de baja clase social, sospechosos
de rebeldía, y quienes cometían delitos graves y que amenazaban la paz de Roma.
Una de
las crucifixiones más famosas y numerosas, fue las que sufrió el esclavo y ex
gladiador Espartaco y 6.000 de los soldados de su ejército, después de
que humillaran en numerosas batallas al ejército romano. Los cuerpos de estos
soldados fueron crucificados y colocados en los más de 200 km que separaban
Capua de Roma, en la Vía Apia. Esta visión provocaba verdadero terror en todo
el que caminaba por esta vía y servía de escarmiento para que no volviera a
ocurrir.
Cuanto más estirada estaba la víctima, cuanto más altas tenía
las manos, antes moría. Una persona con las manos atadas por encima de la
cabeza tiene graves dificultades para respirar. Los músculos intercostales
están completamente extendidos, las costillas plenamente extendidas y el pecho
se llena de aire pasivamente. Para poder espirar y expulsar el aire viciado
rico en CO2, la víctima
tendría que izarse a sí misma para liberar la presión de esos músculos y
exhalar. El esfuerzo agota a la víctima, que acaba muriendo por agotamiento.
Para acelerar la muerte, muchas veces se golpeaban las piernas del ejecutado
con un palo de madera, hasta rompérselas, quitándole así el punto de apoyo para
poder izarse y seguir respirando, acelerando su muerte. Pero por si fuera poco,
con el paso de los siglos, la práctica se hace más cruel. El método dependía
del verdugo, pero muchos de ellos solían aburrirse y experimentaban con las
víctimas, prolongando su agonía. Se conocen casos incluso, de mujeres
crucificadas, a las que a veces se crucificaba de cara a la cruz y no de
espaldas como se solía hacer. Los romanos tenían grandes conocimientos en
fisiología y sabían qué posturas utilizar para alargar la agonía o que muriera
más rápidamente.
El condenado sufría tormentos previos como los latigazos, con
los que se provocaban graves daños y desgarros en los músculos de la espalda,
hemorragias masivas, se arrancaban trozos de carne… conforme se aumentaba el
número de latigazos. La víctima podría sufrir hipobolemia y problemas
respiratorios. Con ello se pretendía mostrar un cuerpo mutilado en la cruz,
provocando una reacción e impacto aún mayor en la población que lo presenciara.
Las víctimas también eran posteriormente obligadas a transportar el travesaño
del que serían colgados, aumentando así el estrés y los daños físicos, avivando
las hemorragias de la espalda y produciendo nuevas heridas. Si la víctima caía
de frente, atada al patibulum, el peso de éste y de su propio cuerpo,
podría provocar daños en el corazón, como hematomas y un posterior aneurisma,
al chocar éste con el esternón. La víctima no siempre era sujetada con clavos a
la cruz, sino que lo habitual era simplemente atarlo con cuerdas, ya que era
más rápido y práctico, ya que era más fácil subirlos y bajarlos. Cuando se
utilizaban los clavos, estudios forenses recientes demuestran que puede que las
imágenes y representaciones que tenemos de los crucificados no sean tan
veraces.
Los
clavos de los brazos son representados en la palma de la mano, pero es poco
probable que se pusieran en esa zona, ya que los tejidos acabarían
desgarrándose y caería de la cruz ya que en esa zona sólo es posible soportar
20-30 kg de peso. Los romanos colocaban los clavos en las muñecas, entre los
huesos largos de los brazos (radio y cúbito) ya que es el método más sencillo y
estable. Un tercer método, también muy estable, es hacer pasar el clavo entre
los huesos de la muñeca, concretamente por el espacio de Destot, pero sería
terriblemente doloroso ya que el nervio mediano que da sensibilidad al
antebrazo y la mano pasa por esta zona. Para asegurar la estabilidad, se
fijaban las manos con cuerdas. Una vez clavadas las manos, se atravesaban los
pies. Se suele representar al ejecutado con un pie sobre otro y un clavo que
los atraviesa, pero ésta quizá no era la mejor forma de crucificar a alguien.
Para que se soportara el peso de la víctima en la cruz, era más práctico poner
los pies en paralelo y que un clavo atravesara los huesos de cada tobillo hasta
el poste vertical. Así se conseguía una superficie estable de apoyo que
permitía al crucificado poder arquearse y alzarse, facilitando la respiración y
alargando la agonía. Con los pies superpuestos uno sobre el otro se impedía que
se pudieran arquear las rodillas y la víctima prácticamente no puede respirar,
con lo cual se acelera la muerte.
No hay ninguna postura cómoda en la cruz, en la que estés libre
de dolor. Si intentas izarte y respirar, estás fatigando los músculos y la
postura es realmente molesta. Cuando te dejas caer para descansar los músculos,
el dolor en las manos y los pies es insoportable ya que los clavos están
presionando los nervios. A esto hay que añadir la dificultad para respirar y el
constante roce de la espalda lacerada con la áspera madera de la cruz. Si le
añadimos los traumatismos internos que puede tener como los daños en el corazón
por las caídas al transportar el patibulum, la
exposición al sol y la deshidratación, tenemos una de las muertes más duras,
crueles y dolorosas.
Este
método de ejecución fue también utilizado en lugares tan remotos como Japón, y
actualmente hay casos documentados de crucifixiones en Sudán y en Yemen. Y no
olvidemos que en México y Filipinas, hay personas que voluntariamente son
sometidas a crucifixión, algunas veces incluyendo clavos, durante la Semana
Santa para demostrar su devoción.
Videografía
recomendada:
Documentales del Canal Historia La Crucifixión 1 y 2.
Si tienes oportunidad de verlos, cuentan lo escrito arriba en el artículo y
exponen algunos experimentos más intentando averiguar más cosas de esta cruel
técnica de tortura y ejecución.