Luis Linares Zapata
Allá por
los inicios de los años 70 del siglo pasado llegó a la Presidencia de la
República Luis Echeverría después de una atrabancada campaña electoral. Buena
parte de la burguesía citadina del país se escandalizó con sus primeras frases
y desplantes. Les sonaban ajenas y raras a sus aturdidos oídos y la ausencia de
sólida información indujo requiebros de un posible comunista. Presos mentales
de la entonces vigente guerra fría, no tardaron de huir hacia
el norte protector de sus –pocos o muchos– capitales y modos cristianos de
vida. El posterior desencanto con las ajenas costumbres, obligadas por el mayor
desarrollo, fue casi inmediato: tenían que aprender a lavar trastos, ayudar a
cocinar, arreglar desperfectos hogareños y hacer negocios de una manera
distinta a los de un club de amigos. A muchos de ellos les fue mal en los
negocios emprendidos, los gringos abusaron de su impericia y les hicieron
varias trampas. Regresaron con el rabo metido entre las piernas para darse
cuenta de lo timorato, torpe y medroso de sus estimaciones políticas sobre el
alocado presidente ya en funciones.
Casi 50 años
después se vuelve a dibujar un cuadro con parecidos contornos. La consistencia
que revelan las encuestas sobre el puntero, Andrés Manuel López Obrador (AMLO),
en las opiniones ciudadanas hace sonar alarmas internas de cierta gente,
inquieta por lo observado. No le temen al dios castigador ante el cual se
persignan, sino del espantajo que ellos mismos y otros interesados han diseñado
a modo. Pretenden, en su timorata existencia cotidiana, resguardar lo mucho o
poco que han podido amasar o construir en su vida de cómodo trabajo. La
posibilidad de que López Obrador, en efecto, triunfe en los venideros comicios
tiene bases ciertas. Tal emergencia la ven, en sus fantasías de inminentes y
constantes riesgos, como un renovado peligro. Vuelven a entonar estribillos de
pánico ya inertes e intentan insuflarles vigor sin que, al parecer y por el
momento al menos, afecten al presunto destinatario. Han prestado oídos a cuanta
conseja ha pasado por delante de su desbalagada mirada. Han sido muchos de
ellos activos agentes de dañinos rumores. Se han prestado, con sospechosos
intereses personales, de grupo o clase, a esparcir francas mentiras, falseadas
verdades y tontas certezas sobre un candidato que, en verdad, se parece muy
poco, o nada, al que describen y condenan.
Se reincide con
insistente pavor fingido en alertar sobre lo que sobrevendrá si en realidad
AMLO llega a la Presidencia. El mesías que lleva dentro saldrá a flote e
impondrá su autoridad inapelable, afirman apoyándose en dichos de intelectuales
orgánicos. Llevará al país a una situación de crisis total, al más descarado
estilo venezolano, se oye con una insistencia por demás tramposa, carente de
basamento. Será, qué duda, un dictador similar al odiado Chávez o, peor aún, al
engreído Nicolás Maduro. Se olvidan por completo de sujetos como el argentino
presidente ahora rechazado con el cántico masivo ¡Macri, la puta que te
parió! o el bandolero brasileño Michel Temer que ha empinado a su país.
Nacionalizará de nueva cuenta, lo que se ha, afortunadamente, privatizado, sin
agregar que fue para beneficio de algunos socios cómplices. Repartirá, entre
pobres y muchos holgazanes, la poca riqueza creada con tanto esfuerzo,
borrando, sin discreción alguna, la consigna: que sólo debía ser capturada por
burócratas privilegiados. Es un hombre antiempresarios, sobre todo si los
referentes son compadres. Y así sigue la retahíla de falsedades inventadas sin,
o con endeble, base cierta. La propaganda en curso presenta un espantajo a modo
para que, en seguida, se pueda denostar, darle periodicazos y golpes mediáticos
en la plaza pública. Es notable cómo el aparato completo de información masiva
se va acomodando en esta cruzada estigmatizadora. Lo grave para estos
estrategas y operadores es que un buen cacho de la ciudadanía los desoye y puja
por un cambio.
No el
modernizador que el panista Anaya predica con americanizados ejemplos
tontos, sino el que lleve al poder, no sólo a López Obrador, sino a un conjunto
de hombres y mujeres de honesta capacidad probada. No vale concentrar la mirada
en los torpes ejemplos que, con torcido propósito, se mientan (Gómez Urrutia y
Gordillo), sino dirigirla a los miles de militantes de Morena que trabajan por
el bienestar de todos y, en primer sitio, para los desamparados de siempre.
Pobres y marginados que el priísmo y el panismo han sido tan eficaces de
producir por millones.
En días
recientes se ha encontrado una mina a explotar con fruición: el despertar
del tigre. Tergiversan la intención de AMLO de condenar el fraude que tanto
propalan como posible los mismos que se escandalizan con la frase lanzada ante
los banqueros. Los culpables de desatar la violencia son los que, con toda
conciencia irresponsable, han puesto en ejecución acciones fraudulentas.
El argumento de
que Andrés representa un retorno a programas y visiones fracasadas desde el
pasado es, por decir lo menos, irónico. Primero porque la tecnocracia
neoliberal insiste en afiliarse a tesis de los años 70 (Acuerdo de Washington)
ya probadas en concentrar la riqueza (desigualdad), reducir el crecimiento
económico y crear inmensos batallones de excluidos y miserables. Y esto no sólo
en México, sino en el mundo entero. Segundo, porque para la continuación del
modelo vigente es indispensable corromper todo el entorno. Sin esa premisa no
sería posible sostener el régimen de privilegios de la plutocracia local y sus
socios externos.
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