Parte 1
En sigilo, envían tweets al Papa Francisco, para que se entere
de sus desatinos
-Se
siente infalible en sus decisiones y llama: “anti-católicos” a los que se
oponen...
Orizaba Ver.- Le llaman “El Gerente”
porque, dicen, el jerarca de la diócesis de Orizaba Eduardo Cervantes Merino
dirige el obispado como si de una sucursal multinacional se tratara. Rodeado de
un grupúsculo de colaboradores, margina y «desprecia» al clero diocesano que,
harto de tantos desaires, se comienza a levantar contra el prelado, en una
revolución silenciosa.
El
pulso llegó hasta Roma, a donde han escrito los párrocos menospreciados,
pidiendo socorro al Papa Francisco.
La
rebelión se viene cocinando desde el 2015, después de la toma de posesión del
nuevo obispo. Ya entonces los curas comenzaron a escribir cartas al Papa, para
quejarse de la forma de actuar y de vivir del prelado, así como de su
«antievangélica gestión pastoral y económica» de la diócesis.
En las
misivas, describen a un «obispo señorito», al que le «gusta comer y beber bien»,
que frecuenta el reservado de restaurantes de lujo y prestigio. En una de esas
comilonas, le invitaron a elegir vino y optó por una botella de varios miles de
pesos.
Además
del coche oficial con chófer del obispado, tiene otros dos coches de camuflaje:
un Golf y un híbrido. Le encanta salir y realiza constantes viajes a Boca del
Río y otras playas del pacífico.
Cuando
algún cura (pocos se atreven a hacerlo) le reprocha un dispendio de este tipo,
él contesta: «El obispo soy yo». Por eso hablan de él como «el jefe» y lo
describen como un obispo-Señor que, en tiempos de Francisco, el Papa de los
pobres, quiere seguir ejerciendo como príncipe.
Todos
los entrecomillados se corresponden a contenido de las misivas que han ido
mandando a Roma los descontentos y al testimonio directo de párrocos que, salvo
uno, exigen anonimato.
En la
diócesis hay 72 sacerdotes. Sus seguidores suelen ser ultraconservadores. El
Obispo los trae especialmente como secretarios.
"Tiene
dividida la diócesis, en dos bandos", denuncian los curas rebeldes. Por un
lado, los jóvenes y viejos, a los que ha colocado en los puestos más
importantes y que, «con su colaboración o su silencio se han convertido en sus
cómplices.
Los
curas han optado por una rebelión «en forma de indiferencia total hacia el
obispo». Sin contar con los religiosos, a los que tolera, aunque sin muchas
consideraciones.
«Desprecia
hasta a sacerdotes con arraigo entre la comunidad que han entregado toda su
vida al servicio de la Iglesia, a los que no visita ni provee en sus
necesidades».
Más
aún, en sus constantes viajes «se jacta de decir en público que los curas de
las comunidades indígenas son poco espirituales, carentes de formación y de
baja talla humana… En el fondo, los considera nativos que hay que evangelizar».
A los
pocos críticos que se atreven a levantar la voz, dicen, los margina y se ríe de
ellos. «Ángeles caídos», les dice, “Aquí se hace lo que yo digo: si se oponen a
mis decisiones los llamaré, anti-católicos”, amenaza.
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