Entrevista a Angela Davis en torno a The
Futures of Black Radicalism:
27/06/2020 | Gaye Theresa Johnson y
Alex Lubin
Futures of Black
Radicalism (Verso)es una obra que reúne a militantes, investigadores y pensadores de
la Tradición Negra Radical en reconocimiento y celebración de las obras de
Cedric J. Robinson, el primero que definió el término. Los ensayos aquí
recogidos miran al pasado, presente y futuro del radicalismo negro, así como a
las influencias que ha ejercido en otros movimientos sociales. El capitalismo
racial, otra potente idea desarrollada por Cedric J. Robinson, conecta con
los movimientos sociales internacionales de hoy, explorando las conexiones
entre la resistencia negra y el anticapitalismo.
Gaye Theresa
Johnson y Alex Lubin:En tu investigación te has centrado en el
abolicionismo carcelario, el feminismo negro, la cultura popular y el blues, y
el internacionalismo negro, con una mirada en Palestina. ¿En qué sentido se
inspira este trabajo en la Tradición Radical Negra, a la vez que la desarrolla?
Angela Davis: Cedric Robinson nos
retó a pensar sobre el papel de los teóricos y activistas radicales negros en
la formación de las historias sociales y culturales que nos inspiran, y a
vincular nuestras ideas y nuestras prácticas políticas con profundas críticas
al capitalismo racial. Me alegra haber vivido lo suficiente para
ver como las generaciones más jóvenes de académicos y activistas han comenzado
a desarrollar su propia noción de una tradición radical negra. El marxismo
negro desarrolló una importante genealogía que giraba en torno al trabajo de C.
L. R. James, W. E. B. Du Bois y Richard Wright. Si uno mira su trabajo en su
conjunto, incluidos los Movimientos Negros en América y la Antropología del
marxismo, como ha señalado H. L. T. Quan, no podemos dejar de observar lo
centrales que han sido las mujeres a la hora de forjar una Tradición Radical
Negra. Quan escribe que cuando le preguntan por qué en su trabajo hay un
enfoque tan central en el papel de la mujer y su resistencia, Robinson
responde: “¿Por qué no? Toda resistencia, en efecto, se manifiesta en el
género, se manifiesta como género. El género es de hecho un lenguaje de
opresión [y] un lenguaje de resistencia”.
He aprendido mucho de Cedric Robinson
con respecto a los usos de la historia: formas de teorizar la historia, o
permitir que se teorice, que son cruciales para nuestra comprensión del
presente y para nuestra capacidad de concebir colectivamente un futuro más
habitable. Cedric ha explicado que sus notables excavaciones en la historia
emanan de la asunción de objetivos políticos en el presente. Siento mucha
afinidad con su enfoque desde la primera vez que leí su libro sobre el marxismo
negro. El primer artículo que publiqué, escrito mientras estaba en la cárcel,
centrado en las mujeres negras y la esclavitud, fue un esfuerzo por refutar el
discurso dañino, pero cada vez más popular, del matriarcado negro, tal y como
se representaba a través de informes oficiales del gobierno, así como a través
de ideas masculinistas generalizadas (como la necesidad de jerarquías de
liderazgo basadas en el género diseñadas para garantizar el dominio de los
hombres negros), que circulaban dentro del movimiento negro a finales de la
década de 1960 y principios de la de los 1970. Aunque no era así como estaba
enfocando mi trabajo en ese momento, ciertamente no dudaría hoy en vincular esa
investigación al esfuerzo de hacer más visible una tradición radical negra y
feminista.
Los estudios críticos sobre prisiones en
un marco explícitamente abolicionista se sitúan dentro de la Tradición Radical
Negra, tanto a través de su reconocida relación genealógica con el período de
la historia de los Estados Unidos que llamamos Reconstrucción Radical como, por
supuesto, a través de su relación tanto con el trabajo de W. E. B. Du Bois y el
feminismo negro histórico. El trabajo de Sarah Haley, Kelly Lytle Hernández y
de una nueva y emocionante generación de académicos, al vincular su valiosa
investigación con su activismo, está ayudando a revitalizar la Tradición
Radical Negra.
Parece que con cada generación de
activismo antirracista, un estrecho nacionalismo negro regresa cual ave fénix
para reclamar la lealtad de nuestros movimientos. El trabajo de Cedric fue
inspirado en parte por su deseo de responder al estrecho nacionalismo negro de
la era de su (y mi) juventud. Es extremadamente frustrante presenciar el
resurgimiento de formas de nacionalismo que no solo son contraproducentes, sino
que contravienen lo que debería ser nuestro objetivo: el florecimiento negro y,
por lo tanto, humano. Al mismo tiempo, es emocionante presenciar las formas en
que las nuevas formaciones juveniles, Black Lives Matter, BYP100, Dream
Defenders, están ayudando a dar forma a un nuevo internacionalismo negro
influido por las feministas y que resalta el valor de las teorías y prácticas
queer.
G: T. J. y A. L.: ¿Cuál es tu balance
del movimiento Black Lives Matter(BLM), particularmente a la luz de tu
participación en el Black Panther Party (BPP) durante
la década de 1970? ¿Black Lives Matter, en tu opinión, tiene un análisis y una
teoría de la libertad? ¿Ves alguna similitud entre el movimiento BLM y el BPP?
A.D.: Cuando consideramos
la relación entre el BPP y el movimiento BLM, parece que las décadas y
generaciones que separan al uno del otro crean una inconmensurabilidad que es
consecuencia de los cambios económicos, políticos, culturales y tecnológicos.
Cambios que hacen que el momento contemporáneo sea tan diferente en muchos
aspectos importantes a lo que fueron los años sesenta. Por eso quizás debemos
buscar conexiones entre los dos movimientos que se muestren no tanto en las
similitudes, sino más bien en sus diferencias radicales.
El BPP surgió como una respuesta a la
ocupación policial de las comunidades de Oakland, California y las zonas negras
urbanas de todo el país. Fue un gesto brillante por parte de Huey Newton y
Bobby Seale patrullar los barrios con armas y libros de leyes para vigilar
a la policía. Al mismo tiempo, su estrategia también estaba inspirada por
el surgimiento de luchas guerrilleras en Cuba, los ejércitos de liberación en
el sur de África y Oriente Medio, o la exitosa resistencia del Frente de
Liberación Nacional en Vietnam. En retrospectiva, esto también refleja un
fracaso para reconocer, como dijo Audre Lorde, que "las herramientas del
amo nunca desmantelarán la casa del amo". De alguna manera, el uso de las
armas, aunque era usado principalmente como símbolo de resistencia, transmitió
el mensaje de que se podía desafiar a la policía de forma eficaz a través de estrategias
policiales.
El hashtag #BlackLivesMatter
desarrollado por Patrisse Cullors, Alicia Garza y Opal Tometi tras el asesinato
del vigilante Trayvon Martin, comenzó a transformarse en una red como respuesta
directa a las crecientes protestas en Ferguson, Missouri, que manifestaron un
deseo colectivo de exigir justicia para Mike Brown y para todas las vidas
negras sacrificadas en el altar del terror racista de la policía. Al pedirnos
que resistiéramos radicalmente a la violencia racista en el corazón de las
estructuras y estrategias policiales, BLM reconoció desde el principio que, si
queríamos avanzar de un modo colectivo hacia una nueva idea de justicia,
tendríamos que colocar la demanda de desmilitarizar a la policía en el centro
de nuestros esfuerzos. En última instancia, esta reflexión está vinculada a un
enfoque que exige la abolición de la vigilancia policial tal como la conocemos
y experimentamos, planteando la forma en que las estrategias policiales se han
transnacionalizado dentro de los circuitos que vinculan a los pequeños
departamentos de policía de EE UU con Israel, que domina este campo a través de
la policía militarizada asociada con la ocupación de Palestina.
Aprecio el análisis más complejo que
adoptan muchos activistas de BLM, porque refleja con precisión una lectura
histórica que es capaz de construir, abrazar y criticar radicalmente los
activismos y las teorías antirracistas del pasado. A medida que el BPP intentó,
a veces sin éxito, abrazar los feminismos emergentes y lo que luego se denominó
el movimiento de liberación gay, los líderes y activistas de BLM han
desarrollado enfoques que abordan de manera más productiva las teorías y
prácticas feministas y queer. Pero las teorías de la libertad son siempre
tentativas. He aprendido de Cedric Robinson que cualquier teoría o estrategia
política que pretenda poseer una teoría total de la libertad, o una que pueda
entenderse categóricamente, no ha tenido en cuenta la multiplicidad de
posibilidades. Esto significa que tal vez, una teoría de la libertad solo puede
representarse de manera evocativa en el reino de la cultura.
G. T. J. y A. L.:
Tu investigación más reciente se centra en la cuestión de Palestina y su
conexión con el movimiento de libertad negra. ¿Cuándo se hizo evidente esta
conexión y qué circunstancias, o coyunturas, hicieron posible esta idea?
A. D.: En realidad, mis
conferencias y entrevistas más recientes reflejan una comprensión cada vez más
extendida de la necesidad de un marco internacionalista, dentro del cual la
tarea en curso de desmantelar las estructuras del racismo, el heteropatriarcado
y la injusticia económica dentro de EE UU puede ser más duradera y más
relevante. En mi propia trayectoria política, Palestina siempre ha ocupado un
lugar fundamental, precisamente por las similitudes entre Israel y EE UU: su
colonialismo y sus procesos de limpieza étnica con respecto a los pueblos
indígenas, sus sistemas de segregación, su uso de la ley, sus sistemas para
promover la represión sistemática etc.. A menudo señalo que mi toma de
conciencia sobre la situación de Palestina se remonta a mis años de
licenciatura en la Universidad de Brandeis, que fue fundada el mismo año que el
Estado de Israel. Además, durante mi propio encarcelamiento, recibí el apoyo de
los presos políticos palestinos, así como de los abogados israelíes que
defienden a los palestinos.
En 1973, cuando asistí al Festival
Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Berlín (en la República Democrática
Alemana), tuve la oportunidad de conocer a Yasser Arafat, quien siempre
reconoció la relación entre la lucha palestina y la lucha por la libertad negra
en EE UU. Como el Che, Fidel, Patrice Lumumba y Amilcar Cabral, Arafat fue una
figura venerada dentro del movimiento negro de liberación. En aquella época el
internacionalismo comunista —en África, Oriente Medio, Europa, Asia, Australia,
América del Sur y el Caribe— era una fuerza poderosa. Yo seguramente habría
seguido una trayectoria diferente si este internacionalismo no hubiera jugado
un papel tan importante.
Los encuentros entre las luchas de
liberación negra en EE UU y los movimientos contra la ocupación israelí de
Palestina tienen una larga historia. Sin embargo, a menudo, no es en el ámbito
explícitamente político en donde se descubren los momentos de contacto. Como destacó
Cedric Robinson, a veces están en el ámbito cultural. Freedom Dreams:
The Making of the Black Radical Imagination, de Robin Kelley, sitúa el
campo del surrealismo como una zona de contacto especialmente productiva. A
finales del siglo XX, fue la poeta feminista negra June Jordan quien puso en
primer plano el tema de la ocupación de Palestina. A pesar de los ataques
sionistas que sufrió, y de perder temporalmente de su amistad con Adrienne Rich
(quien más tarde también se convirtió en crítica de la ocupación), June se
convirtió en una poderosa defensora de Palestina. En su poesía encarnó la causa
de la liberación negra y palestina: “I was born a Black woman / and now / I am
become a Palestinian / against the relentless laughter of evil / there is less and
less living room / and where are my loved ones / It is time to make our way
home” (“Nací una mujer negra/ y ahora me he convertido en
palestina/ contra la risa implacable del mal/ cada vez hay menos sala de estar/
y donde están mis seres queridos/ es hora de regresar a casa”).
En un momento en que las feministas
negras intentaban crear estrategias basadas en lo que ahora llamamos
interseccionalidad, June, que representaba lo mejor de la tradición radical
negra, nos enseñó sobre el potencial de las afinidades políticas más allá de
las fronteras nacionales, culturales y supuestamente raciales, ayudándonos a
imaginar futuros más habitables.
Como he señalado en muchas ocasiones,
tuve la impresión de que entendí completamente la ocupación cuando me uní a una
delegación en 2011 de activistas académicas feministas indígenas y de mujeres
negras en Cisjordania y Jerusalén Este. Aunque todas nosotras ya estábamos
vinculadas al movimiento de solidaridad, todas estábamos completamente
conmocionadas por lo poco que realmente sabíamos sobre la violencia cotidiana
de la ocupación. Al concluir nuestra visita, decidimos colectivamente dedicar
nuestras energías a participar en la campaña Boicot, Desinversiones, Sanciones
(BDS) y ayudar a elevar la conciencia de nuestros diversos grupos con respecto
al papel de EE UU en el mantenimiento de la ocupación militar. Así que sigo
profundamente conectada a este proyecto, con Chandra Mohanty, Beverly
Guy-Sheall, Barbara Ransby, Gina Dent y las otras compañeras de la delegación.
En los años posteriores a nuestro viaje,
muchas otras delegaciones de académicos y activistas han visitado Palestina y
han ayudado a acelerar, ampliar e intensificar el movimiento de solidaridad con
Palestina. En la medida que los impulsores del movimiento de BDS se han
inspirado en la campaña contra el apartheid contra Sudáfrica, los activistas
estadounidenses han señalado que se pueden extraer lecciones profundas de
aquella política de boicot. Muchas organizaciones y movimientos dentro de EE UU
han visto cómo la incorporación de estrategias anti-apartheid a sus agendas
transforma radicalmente su propio trabajo. La campaña contra el apartheid no
solo ayudó a fortalecer los esfuerzos internacionales para acabar con el estado
del apartheid, sino que también revitalizó y enriqueció muchos movimientos
nacionales contra el racismo, la misoginia y la injusticia económica.
De la misma manera, la solidaridad con
Palestina tiene el potencial de transformar y ampliar la conciencia política de
nuestros movimientos contemporáneos. Los activistas de BLM y otros vinculados
con este momento histórico tan importante demuestran una creciente conciencia
colectiva en este terreno que puede desempeñar un papel importante en obligar a
otros sectores del activismo por la justicia social a asumir la causa de la
solidaridad palestina, en concreto, el BDS. Las alianzas en los campus
universitarios que incluyen a organizaciones estudiantiles negras, los Students
for Justice in Palestine y los Jewish Voice for Peace nos recuerdan la profunda
necesidad de unir los esfuerzos antirracistas y desafiar a la islamofobia y el
antisemitismo mediante la resistencia global a las políticas y prácticas de
apartheid del Estado de Israel.
Teórica e ideológicamente, Palestina
también nos ha ayudado a ampliar nuestra visión de la abolición, entendida como
la abolición del encarcelamiento y la vigilancia. La experiencia de Palestina
nos empuja a revisar conceptos como nación carcelaria o estado
carcelario para comprender seriamente las vicisitudes cotidianas de la
ocupación y la vigilancia no solo por parte de las fuerzas israelíes, sino
también de la Autoridad Palestina. Esto, a su vez, ha estimulado otras vías de
investigación sobre los usos del encarcelamiento y su papel, por ejemplo, en la
perpetuación de nociones binarias con respecto al género y en la naturalización
de la segregación basada en la capacidad física, mental e intelectual.
G. T. J. y A. L.:
¿Qué tipo de movimientos sociales pueden, o deben existir en la coyuntura
actual, teniendo en cuenta la hegemonía global estadounidense, las relaciones
económicas neoliberales, la contrainsurgencia militarizada en lo local y
el daltonismo racial?
A. D.: En un momento en que
el discurso popular está cambiando rápidamente, en respuesta directa a las
presiones que emanan de las protestas sostenidas contra la violencia estatal y
de las prácticas de representación vinculadas a las nuevas tecnologías de
comunicación, sugiero que necesitamos movimientos que presten tanta atención a
la educación política popular como a las movilizaciones que han logrado colocar
la violencia policial y el encarcelamiento masivo en la agenda política
nacional. Creo que esto significa tratar de forjar un análisis de la coyuntura
actual que extraiga lecciones importantes de los ciclos relativamente
recientes, que han llevado nuestra conciencia colectiva más allá de los límites
anteriores. En otras palabras, necesitamos movimientos que estén preparados
para resistir las inevitables presiones hacia la asimilación. El movimiento
Occupy nos permitió desarrollar un vocabulario anticapitalista: El 99 por
ciento frente al 1 por ciento es un concepto que se ha incorporado al lenguaje
popular. La cuestión no es solo cómo preservar este vocabulario, como hizo, por
ejemplo, la plataforma de Bernie Sanders, sino cómo construir sobre esto o
enriquecerlo con la idea del capitalismo racial, lo cual no puede expresarse en
términos que asuman la homogeneidad que siempre subyace al racismo.
Cedric Robinson nunca dejó de investigar
ideas, productos culturales y movimientos políticos del pasado. Intentó
comprender por qué coexistieron las trayectorias de asimilación y resistencia
en los movimientos negros de liberación en EE UU. Las estrategias
asimilacionistas que dejan intactas las circunstancias y las estructuras que
perpetúan la exclusión y la marginación siempre se han ofrecido como la
alternativa más razonable a la abolición, que, por supuesto, no solo requiere
resistencia y desmantelamiento, sino también reinvenciones y reconstrucciones
radicales.
Quizás este sea el
momento de crear las bases para un nuevo partido político, uno que hable con un
número mucho mayor de personas de las que los partidos políticos progresistas
tradicionales han demostrado ser capaces de hacer. Este partido tendría que
estar orgánicamente vinculado a la gama de movimientos radicales que han
emergido tras el surgimiento del capitalismo global. Al reflexionar sobre el
valor del trabajo de Cedric Robinson en relación con el activismo radical
contemporáneo, me parece que este partido tendría que estar anclado en la idea
del capitalismo racial: sería antirracista, anticapitalista, feminista y
abolicionista. Pero lo más importante de todo, tendría que reconocer la
prioridad de los movimientos sobre el terreno, movimientos que reconocen la
interseccionalidad de los problemas actuales, movimientos que son lo
suficientemente abiertos para permitir la aparición futura de problemas, ideas
y movimientos que ni siquiera podemos empezar a imaginar hoy.
G. T. J. y A. L.:
¿Haces una distinción, en tu investigación y activismo, entre el marxismo y
el marxismo negro?
A. D.: He pasado la mayor
parte de mi vida estudiando las ideas marxistas y me he identificado con grupos
que no solo han asumido las críticas inspiradas por los marxistas sobre el
orden socioeconómico dominante, sino que también han luchado por comprender la
relación co-constitutiva entre el racismo y el capitalismo. Habiendo seguido
especialmente las teorías y prácticas de los comunistas negros y
antiimperialistas en EE UU, África, el Caribe y otras partes del mundo, y
habiendo trabajado durante varios años dentro del Partido Comunista con una
formación negra que tomó como referencia al Che Guevara o a Patrice Lumumba, el
marxismo, desde mi punto de vista, siempre ha sido un método y un objeto de
crítica. En consecuencia, no necesariamente veo los términos marxismo y marxismo
negro como opuestos.
Me tomo muy en serio los argumentos de
Cedric Robinson en Black Marxism: The Making of the Black Radical
Tradition [de próxima publicación en castellano por Traficantes de
sueños]. Si asumimos la centralidad incuestionable de Occidente y
de su desarrollo económico, filosófico y cultural, los modos económicos, las
historias intelectuales, las religiones y las culturas asociadas con África,
Asia y los pueblos indígenas no serán reconocidos como dimensiones
significativas de la humanidad. El concepto mismo de humanidad siempre ocultará
una racialización interna y clandestina, que excluirá las posibilidades de
igualdad racial. Huelga decir que el marxismo está firmemente anclado en esta
tradición de la Ilustración. Los brillantes análisis de Cedric Robinson
revelaron nuevas formas de pensar y actuar generadas precisamente a través de
los encuentros entre el marxismo y los intelectuales y activistas negros, que
ayudaron a constituir la Tradición Radical Negra.
El concepto asociado con el marxismo
negro que considero más productivo y potencialmente más transformador es el
concepto de capitalismo racial. Aunque Capitalismo y
esclavitud de Eric Williams se publicó en 1944, los esfuerzos
académicos que exploran esta relación han permanecido relativamente en los
márgenes. Con suerte, las nuevas investigaciones sobre el capitalismo y la
esclavitud ayudarán a legitimar aún más la noción de capitalismo racial.
Si bien es importante reconocer el papel fundamental que desempeñó la
esclavitud en la consolidación histórica del capitalismo, los desarrollos más
recientes vinculados al capitalismo global no se pueden comprender
adecuadamente si se ignora la dimensión racial del capitalismo.
Gaye Theresa Johnson es profesora
asociada de Estudios negros y chicanos en la Universidad de California en Los
Ángeles. Alex Lubin es profesor de Estudios Americanos en la
Universidad de Nuevo México.
Traducción: viento sur
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