Donald
Trump, presidente electo de Estados Unidos, se convertirá en el 45 mandatario
estadunidense, tras su toma de posesión programada para el 20 de enero de 2017Foto Ap
Adolfo Gilly
El día de ayer, 14 de noviembre de 2016, el profesor Leopoldo
Santos Ramírez, investigador del Colegio de Sonora, abogado y defensor de los
mineros de Cananea y de otros movimientos sociales del Norte mexicano y
colaborador de La Jornada, publicó en nuestro periódico un artículo titulado Rebasar
a los claudicantes, acerca de la política de México en la nueva situación
creada por la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Como
expresión de mi solidaridad con los términos y las razones de dicho escrito,
publico un mensaje enviado el 12 de noviembre a Laura Carlsen, conductora del
programa Hecho en América, RompevientoTv.
Ciudad de México,
12 de noviembre de 2016.
Querida Laura, recibí bien tu mensaje pero fui postergando la respuesta,
como tantas otras a diversas citas con la vida. Agradezco la invitación para tu
programa, pero no estoy en ánimo de una entrevista en el mundo de la política
de estos días; y en general rehuyo las entrevistas, de cuyo formato y contenido
casi siempre me arrepiento cuando después las escucho o las leo.
En cuanto a Trump, ahora que fue electo
confirmo mi anterior opinión: no es fascista, es nazi. El nazismo tiene una
carga de racismo, frustración, odio y exterminio sustentado en un propio
poderío industrial diferente de la dictadura de Mussolini. Éste mantuvo a
Antonio Gramsci, a los comunistas y a otros opositores en prisión y estableció
una violenta dictadura con cárceles, campos y asesinatos, pero no los trató de
exterminar como hizo Hitler con los judíos.
Las propuestas de Trump son de esta
misma estirpe racista exterminadora, con un ánimo y un lenguaje que
corresponden a una violencia allá siempre latente, ajena y opuesta a las
costumbres hospitalarias y democráticas que hemos conocido como experiencia
propia cuantos tuvimos alguna vez la fortuna de vivir y trabajar en Estados
Unidos.
En una carta de septiembre pasado
Marshall Sahlins, admirable antropólogo nacido en Chicago en 1930, escribió: “Los mexicanos
son para Trump lo que los judíos eran para Hitler: violadores, traficantes de
drogas, asesinos, una degenerada raza criminal que debe ser arrestada y
deportada para preservar la pureza de los estadunidenses y la mera existencia
de la patria”.
Donald Trump apunta –y lo está
logrando– a reagrupar tras esos sentimientos un movimiento de odio y violencia
acorde con los tiempos presentes, esta época nueva de la dominación del capital
financiero globalizado, una de cuyas sedes territoriales está en Estados Unidos
y en su potencia científica y militar. Pero esta de hoy ya no es una dominación
hegemónica y exclusiva como en los tiempos de la Guerra Fría.
Las masas poblacionales, territoriales,
culturales, industriales, militares y civilizatorias de los nuevos capitalismos
tecnológicos y financieros –Rusia, China, India, Brasil…– son impresionantes y,
hasta cierto punto, invulnerables para el tipo de dominación afirmado y
ejercido por Estados Unidos en la década sucesiva a la segunda guerra mundial,
antes de que la revolución cubana y la ola de revoluciones coloniales
–recordemos Vietnam y Corea, no olvidemos Argelia y Angola– lo cuestionaran y
socavaran.
*
Estados Unidos vive hoy un retroceso sin guerra, una herida doliente a
su idea de potencia mundial hegemónica, similar a la idea de sí mismo que tenía
el Imperio Británico hasta la Primera Guerra Mundial y poco más allá. El trato
que Donald Trump ha venido dando a México es una descarga sobre su vecino de
una creciente frustración en los altos mandos políticos de Estados Unidos
acerca de su propia ubicación como potencia en esta época nueva inaugurada por
la digitalización, donde se sustenta la dominación económica y tecnológica de
las finanzas detentadoras del poder real en este planeta sin ley, mientras
mantiene una capacidad de destrucción irracional y sin precedente.
Make America Great Again es un lema de campaña que
resume situación y sentimiento en aquella parte de la población de Estados
Unidos a la cual Trump procura reagrupar –yendo más allá de sus predecesores
como Sarah Palin, el Tea Party y similares– en un movimiento
que canalice frustración, violencia y nostalgia. Será ese su empeño desde el
poder.
Contra lo que creía sobre su propia
nación, a esa multitud irritada y conservadora que hoy apoya a Trump ahora le
está resultando realidad que mientras Estados Unidos había sido el vencedor en
la Guerra Fría, al mismo tiempo las revoluciones e insurrecciones coloniales
habían engendrado este mundo donde su poder y también su imagen como nación se
relativizan y encogen aunque crezca sin medida su arsenal militar.
Así, Make America Great Againsurge
como la consigna perfecta de frustración vivida, ira experimentada y nostalgia
por un pasado reciente de grandeza y dominación que parece esfumarse ante las
irrupción de multitudes de árabes, musulmanes, norafricanos, chinos, indios,
japoneses, vietnamitas y las vastas poblaciones de color en Asia, África y
América Latina que cuestionan la grandeza y la dominación del hombre
blanco, esas multitudes a las cuales pertenecen también los pueblos originarios
de Mesoamérica y de los Andes y sus descendientes mestizos del color de la
tierra.
La retórica de Trump y los suyos ¿no
recuerda acaso el odio y la frustración que después de la derrota de la Gran
Guerra y de la legítima indignación del pueblo alemán ante la conducta
humillante de los vencedores alimentó el surgimiento y la incontenible expansión
popular del nazismo y su ideología en Alemania y más allá?
De esta especie es Donald Trump y
perfectos para el caso son su consigna: Make America Great Again,
su machismo, su violencia verbal y la violencia física de sus partidarios. Más
allá de su victoria electoral después de haber tomado por asalto la otrora
sólida estructura política del Partido Republicano, el movimiento de Trump va
para largo y condicionará fuertemente la política y las decisiones de cualquier
gobierno sucesivo en Estados Unidos.
*
La política del gobierno mexicano frente a esta realidad es de
parálisis, subordinación y desastre, incluido el hecho notorio de que los
poderes financieros, económicos y militares de Estados Unidos tienen cada día
mayor control sobre cuanto sucede o pueda suceder en nuestro territorio. El
desmantelamiento de Pemex es un ejemplo trágico y está lejos de ser el único de
similares magnitud y alcance histórico. De la misma estirpe es el ilegal muro
prometido y el trato humillante a mexicanas y mexicanos y sus descendientes en
aquellas tierras.
Ante estas amenazas, urge unir fuerzas
y voluntades para alzar y oponer un cambio radical en la política interior y
exterior de nuestra República.
Un abrazo afectuoso, Adolfo.
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