En esta imagen del 19 de enero de 2020, Biani López-Antúnez muestra una copia de la carta que escribió detallando las agresiones sexuales que sufrieron ella y otras niñas a manos de un sacerdote de los Legionarios de Cristo, en un parque de Ciudad de México. (AP Foto/Christian Palma)
Por MARÍA VERZAtoday
CIUDAD DE
MÉXICO (AP) — Todo empezó a descubrirse en el baño de niñas de una escuela de
Cancún en 1993. Cuatro o cinco alumnas de primaria cuchicheaban en secreto con
caras llorosas.
Beatriz
Sánchez, entonces maestra de inglés del colegio Cumbres, regido por los
Legionarios de Cristo, se dio cuenta de que algo pasaba cuando una de las
mayores entraba y salía del baño. “Cuando me acerqué me dijo: miss, cada vez el
padre se lo está haciendo más fuerte a las más pequeñitas y ya no queremos que
pase eso con ellas, por favor ayúdenos”.
Como
no se atrevieron a decir más, Sánchez, ahora de 63 años, las instó a hacerlo en
una carta para ella y otra maestra.
Biani
López-Antúnez, una de aquellas pequeñas, escribió un claro documento
incriminador contra el sacerdote Fernando Martínez que no había sido divulgado
hasta ahora, cuando la orden vuelve a encontrarse en el centro de un escándalo
sobre abusos y encubrimiento.
La
presentadora de televisión Ana Lucía de Salazar reveló en mayo los abusos que
había sufrido por parte de Martínez en la escuela de Cancún, así como los
esfuerzos de la jerarquía de la Legión de Cristo por ocultar las agresiones.
Las revelaciones han golpeado a la orden en su feudo tradicional, México, y
arrojado una sombra sobre las prestigiosas escuelas privadas que son su
principal fuente de ingresos.
Su
historia, que ha acaparado titulares en México, llevó las autoridades católicas
mexicanas a condenar los abusos y el encubrimiento de los crímenes.
También
animó a hablar a otras víctimas, como López-Antúnez, que el 14 de mayo de 1993
había concluido su carta con una petición que mostraba el miedo a revelar lo
que les estaba sucediendo: “P.S. Es un secreto entre miss Lorena y yo”.
“El
padre nos empezó a tomar confianza y pensó que éramos muy tontas y que podía
hacer lo quisiera con nosotras”, puede leerse del puño y letra de una niña de
10 años. También cuenta cómo Martínez empezó a besarlas y cargarlas entre las
piernas. “Cuando llegó a la boca nos preocupamos en serio”.
La
niña le contó a su madre, Irma Hassey, lo sucedido con Martínez. No dio muchos
detalles y Hassey no se atrevió a preguntar demasiado, pero supo lo suficiente
para llamar al superior de los legionarios quien, al día siguiente, apareció en
su casa pidiendo perdón, rogando su silencio y ofreciendo sacar al sacerdote de
Cancún al día siguiente.
También
le preguntó si existía un carta que ella entonces desconocía. “Luego descubrí
que le interesaba saber si quedaban documentos escritos como pruebas”, señaló.
Más de 25
años después, Hassey entendió que tanta celeridad en sacar a Martínez de la
escuela se debía a que ya se habían acumulado muchas denuncias, incluida la de
Ana Lucía Salazar, y que la suya fue solo la gota que colmó el vaso. Hassey
dijo avergonzarse de haber aceptado entonces las disculpas del superior de
Martínez y, sobre todo, de haber aceptado su pacto de silencio.
Solo
cuando Salazar habló públicamente, Hassey supo que sus heridas secretas no eran
únicas. El testimonio de Salazar hizo que su hija y otra alumna del Cumbres,
Belén Márquez, también hablaran públicamente en noviembre en una conferencia de
prensa.
“Sufrí
abusos de los 8 a los 10 años. Fueron abusos graduales, continuados y no solo
abusó de mí, sino que también fui obligada a ser testigo de los abusos de otras
niñas”, dijo López-Antúnez ante las cámaras con la voz temblorosa. Solo
entonces su madre, sentada entre la prensa, supo que no había sido un horror
puntual, sino que, durante más de dos años “estuve dejando a mi hija en la
puerta de un violador”.
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