Trump es un magnate de la construcción. Su giro es el el
inmobiliario, tiene edificios en Nueva York y en varias partes de Estados
Unidos y del mundo.
Es probable que en su ideología construir y construir sea una
solución para problemas económicos. Las grandes obras, el concreto, el acero,
las autopistas, el hormigón, las vigas, las represas, los puentes, los
rascacielos. Es una especie de anhelo romántico de aquellos años 20, con la imagen del obrero maniobrando en las alturas.
Lo del muro es una de esas grandiosas
edificaciones. Cientos y cientos de kilómetros de una construcción que además
es un símbolo múltiple. Simboliza el gran empeño norteamericano, pero también
es una barrera psicológica contra los peligros de "afuera" y encima
viene a satisfacer tendencias xenófobas y discriminatorias contra los mexicanos
y los hispanos.
Si China, el competidor
global de Estados Unidos y una de las obsesiones de Trump, tiene su Gran
Muralla como orgullo nacional y como símbolo de su unidad, ¿por qué Estados
Unidos no ha de tener la suya frente a sus propios peligros?
El muro representa además
una concreción de la idea de Trump de "América primero", es la
materialización del proteccionismo. Se apela al sentimiento de las clases
trabajadoras que se sienten desplazadas, minusvaloradas o frustradas en sus
aspiraciones. El responsable es el "otro", el externo, la dinámica
global que se retrata como injusta y desleal.
Desmontar este discurso
quizá no desmonte el muro pero sí nos da la claridad teórica para guiar la
praxis frente al peligro de Trump y la derecha aislacionista norteamericana…
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