J. Jesús Esquivel
Corresponsal de la revista Proceso en Washington
@JJesusEsquivel
Corresponsal de la revista Proceso en Washington
@JJesusEsquivel
El gasolinazo y
Javier Duarte
Washington – La insensibilidad de Enrique Peña Nieto ante la indignación y
desesperación de nosotros los mexicanos por la hecatombe económica que nos
viene al bolsillo a causa del gasolinazo, quedó demostrada al firmar un
“acuerdo” entre sus subordinados del gabinete y los serviciales y corruptos
líderes sindicales.
No quiero minimizar este deplorable error del hijo predilecto de
Atlacomulco, las manifestaciones por todo el país por el gasolinazo son más que
un manifiesto del fin de su sexenio, pero me sigue indignando más que un pillo
de talla mundial como Javier Duarte siga gozando de libertad y de los lujos que
le ofrecen los millones de dólares que se robó de Veracruz.
Es imposible creer que Peña Nieto y su gobierno todavía no puedan capturar
a Duarte. No tengo la menor duda de que era más difícil encontrar al
estadunidense de origen indú que disparó sobre su paisano e integrante del
consulado de Estados Unidos en Guadalajara, que a Duarte. Pero en México hay
niveles y clases sociales hasta para atrapar a delincuentes.
Claro que saben los dirigidos por el atlacomulquense donde está escondido
Duarte y los millones de dólares que sacó de Veracruz. Los mexicanos estamos
hartos de que Los Pinos, la PGR y Gobernación nos tomen el pelo.
La impunidad, la corrupción, el descaro y la incapacidad de Peña Nieto para
gobernar tiene al país al borde de la anarquía. Duarte no es cualquier
delincuente, se robó cientos de millones de pesos, y de manera tan descarada,
que el gasolinazo desde mi punto de vista no es nada en comparación con el daño
que un solo político corrupto y priista causó a los ciudadanos del estado de
Veracruz.
Si Peña Nieto y sus secretarios de Estado que aspiran a la grande, como
Miguel Ángel Osorio Chong, José Antonio Meade y hasta el aprendiz Luis Videgaray
Caso, aunque lo niegue, siguen creyendo que pueden todavía ganar las elecciones
de 2018, lamento gritarles y reiterarles lo contrario: ¡No ganarán!
Capturar a Duarte y entregar al pueblo mexicano al delincuente en un
momento especial del calendario electoral, no les servirá de nada. Al
contrario, eso sería la mejor demostración de sus actos de corrupción
premeditados y perfectamente calculados. La aprehensión y envío a la cárcel de
Duarte tiene que ser ya, para ayer. La sociedad entera lo demanda.
La dilación para echarle el guante al corrupto exgobernador de Veracruz son
clavos para el ataúd electoral del Grupo Atlacomulco y el PRI, no un as
escondido bajo la manga.
El ejemplo del nuevo PRI, como prematuramente llamó Peña Nieto a Duarte, no
puede estar escondido bajo la tierra. La rata es tan grande que los desagües o
fosas sépticas de cualquier ciudad o nación donde se encuentre tarde o temprano
la van a vomitar.
Osorio Chong, que presume la efectividad del Cisen y de otros servicios de
inteligencia del país, ya tendría que haber presentado su renuncia como titular
de Gobernación, ante el tamaño del fracaso y ridículo que Duarte le hizo pasar
con su fuga y ahora efectiva manera de presuntamente saber esconderse.
Los mexicanos seguimos sin entender la eficacia de los servicios del
gobierno cuando se trata de aplicar la ley y la justicia para los intereses de
otros, como los de Estados Unidos.
La corrupción de Duarte y los millones de dólares del erario público que se
embolsó, es una ignominia más grande que el gasolinazo y la curva de
aprendizaje de Videgaray para doblegarse ante el próximo presidente de Estados
Unidos, Donald Trump.
No puede ser posible que Duarte sea tan astuto como para hacerse ojo de
hormiga ante el gobierno de Peña Nieto.
Si el hijo prodigo, ¡perdón!, predilecto de Atlacomulco me preguntara que
haría yo ante la burla del hampón jarocho, mi respuesta sería arrestarlo ya y
castigarlo con todo el peso de la ley para por lo menos demostrarle a un pueblo
que está ofendido e indignado, que al gobierno le queda un poco de vergüenza y
de dignidad, pese a todo el alud de corrupción (que no es cultural), que
sepultó a su gobierno desde hace rato.
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