Fragmento de un antiguo calendario romano
El astrónomo Rafael Bachiller nos descubre en esta serie los fenómenos
más espectaculares del Cosmos. Temas de palpitante investigación, aventuras
astronómicas y novedades científicas sobre el Universo analizadas con
profundidad.
La decisión de comenzar el año en enero tiene su origen en la antigua
Roma, en el siglo II a.C., pero durante la Edad Media el inicio del año se
celebraba en la Navidad, la Encarnación o la Pascua. La historia de nuestro
calendario, el más usado del mundo, es el resultado de aproximaciones sucesivas
del año civil al año astronómico que marca las estaciones.
Un fundamento astronómico
El
día y el año (tal y como está definido hoy) tienen su fundamento en el
movimiento de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. El día y el año son
pues los ladrillos de un calendario solar. Sin embargo, el mes es una unidad
basada en el movimiento de la Luna y forma la base de los calendarios lunares.
La semana, una unidad intermedia muy conveniente para organizar los días de
trabajo y de descanso, corresponde aproximadamente a una fase lunar.
El laberinto romano
Nuestro
calendario actual es obviamente solar, pero sus orígenes se remontan al antiguo
calendario romano que tenía un fundamento lunar. En la antigua
Roma, varios siglos antes de nuestra era, el año era una sucesión de diez
meses: Martius (dedicado a Marte), Aprilis (del latín aperire, abrir, por los
brotes vegetales), Maius (por la diosa Maia), Junius (por Juno), Quintilis (el
mes quinto), Sextilis (sexto), September (séptimo), October (octavo), November
(noveno), y December (décimo).
El
año comenzaba el primer día (calendas) de Marzo,
bajo los auspicios del dios guerrero, pues esta era la fecha que marcaba el
inicio de las campañas militares con la designación de los cónsules. Los meses
comenzaban con la luna nueva, algo que era difícil de determinar
observacionalmente (precisamente porque en esa fase la luna no es visible).
Además, como el año era mucho más corto de 365 días, su inicio
iba cambiando de estación, lo que creaba inconvenientes en las campañas
militares. Para evitar este problema, se intercalaban meses adicionales cada
cierto tiempo. Esta situación se prestaba a un gran desorden. Los pontífices
(encargados del calendario además de los puentes de Roma) alargaban y acortaban los años fraudulentamente, según su
conveniencia, para prolongar la magistratura de sus amigos y
reducir la de otros.
Numa
Pompilius trató de acompasar el calendario romano a las estaciones añadiendo de
manera permanente dos meses al final:Ianarius
(dedicado a Jano, mes 11) y Februarius (de februare, purificación, mes 12).
A
mediados del siglo II a.C., las campañas militares lejos de Roma (y
concretamente en Hispania) requerían nombrar a los cónsules con suficiente
antelación al comienzo de las actividades. En el año 153 a.C. se fijó el
principio del año en el día 1 de Ianarus (en lugar del 1 de Martius), fecha en
que se pasó a realizar el nombramiento de los cónsules, esto es, dos meses
antes del comienzo de las campañas.
Gracias a los dos meses adicionales introducidos por Numa
Pompilius, el año había pasado a tener unos 355 días, pero aún así era
demasiado corto respecto del año de las estaciones.
Ocasionalmente se introducía un decimotercer mes, algo también propicio a
manipulaciones por intereses políticos o económicos. En el año 46 a.C. el año
del calendario se encontraba desfasado unos tres meses respecto de las
estaciones y seguía reinando el desorden.
César bien asesorado
Fue
Julio César (102 – 44 a.C.) quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió
realizar una reforma definitiva del calendario. Encargó el trabajoal prestigioso astrónomo griego
Sosígenes que
estaba establecido en Alejandría. Sosígenes se despreocupó de la Luna y ajustó
la duración de los meses para fijar la duración total del año en 365,25 días
por término medio, es decir, unos 11 minutos más cortos que el año trópico (el
de las estaciones, que dura 365,2422 días), transformando así el calendario de
lunar a solar. Como resultaba conveniente que el año tuviese un número entero
de días, se fijó el año ordinario en 365 días (como el de los egipcios) y para
que no se acumulase un decalaje con las estaciones se decidió intercalar un día
extra cada cuatro años.
Posteriormente,
el mes Quintilus fue renombrado Julius (en honor de Julio César) y el Sextius
pasó a llamarse Augustus (por Augusto) pero, por inercia del lenguaje,
September, October, November y December han conservado unos nombres que hoy nos
resultan aparentemente absurdos y que son, obviamente,
inadecuados.
Reticencias con Enero
Este
calendario, denominado juliano en memoria de Julio César,
permaneció válido durante más de dieciséis siglos. Pero durante muchos de estos
siglos, los católicos se resistieron a celebrar el principio del año en un mes
dedicado a una deidad pagana.
En
la Edad Media, diferentes pueblos de Europa tenían por costumbrecelebrar el principio del año en
fechas de significado religioso. Dependiendo del estado
europeo, se utilizaba el ‘estilo’ de la Navidad (el año comenzaba el 25 de
diciembre), el de la Encarnación (25 de marzo), o el de la Pascua (¡con el año
comenzando en fecha variable!). Y en algunos de los estados se cambiaba a veces.
Por ejemplo, en Aragón se utilizó el estilo de la Encarnación hasta 1350, y
entonces se cambió al de la Navidad que permaneció hasta principios del XVII.
En pocos estados (por ejemplo Polonia, desde 1364) se utilizó el estilo de la
Circuncisión, con el año comenzando el 1 de enero.
El
inicio del año el 1 de enero se hizo obligatorio en
muchos estados europeos a partir del siglo XVI. Se impuso en
Alemania mediante un edicto hacia 1500; Carlos IX lo decretó en 1564 en Francia
y entró en funcionamiento en 1567; en España se generalizó hacia el siglo XVII
(en el XVIII en Cataluña), y en Inglaterra hubo que esperar hasta 1752.
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