Sup Galeano
29 de
diciembre del 2016.
Ciencia ficción.
Recuerden eso: ciencia ficción. Ya verán que, en sus próximas pesadillas,
les ayudará para no angustiarse tanto, o al menos para no angustiarse
inútilmente.
Tal vez recuerden alguna película de ciencia ficción. Tal vez a alguna,
alguno de ustedes, la ciencia ficción los llevó luego al camino de la ciencia
científica.
A mí no, tal vez porque mi película de ciencia ficción favorita es “La Nave de
los Monstruos”, con el inolvidable Eulalio González, “el Piporro”, y cuya banda
sonora ha sido injustamente excluida de los premios Oscar, los Globos de Oro, o
el renombrado y local “Pozol de Barro”. Tal vez hayan escuchado hablar de
ella, es una película de “culto”, según alguna de esas revistas especializadas
que nadie lee, ni los que la editan. Si recuerdan el filme y/o lo ven, de
seguro entenderán por qué terminé perdido en las montañas del Sureste Mexicano,
y no extraviado en la asfixiante red burocrática que, al menos en México, ahoga
la investigación científica.
Y también
celebrarán que haya sido esa película mi referente de ciencia ficción, y no
“2001, Odisea del Espacio” de Kubrick, o “Alien, el octavo pasajero” de Riddley
Scott (con la teniente Rippley rompiendo el esquema del macho sobreviviente de
Charlton Heston en “El Planeta de los Simios”), o “Blade Runer”, también de
Ridley Scott, donde la pregunta, ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?, es el punto nodal.
Así que al Piporro
y su “Estrella del Desello”, y al robot Tor enamorado de una rockola, deben
agradecer el que yo no esté de su lado en este encuentro.
En fin, filias
cinéfilas aparte, supongamos una película promedio del género: un apocalipsis
en curso o en el pasado; la humanidad entera en peligro; primero un audaz e
intrépido varón como protagonista; después, de la mano del feminismo inocuo,
una mujer, también audaz e intrépida; un grupo de científicos es convocado a
una instalación súper secreta (claro, invariablemente situada en la Unión
Americana); un militar de alto rango les explica: deben crear un plan que salve
a la humanidad; se hace, pero resulta que necesitan de un individuo o individua
que, dicho de paso, anule el trabajo colectivo y, en el último segundo, corte,
con unas pinzas que aparecieron inexplicablemente, el cable verde o azul o
blanco o negro o rojo en una decisión azarosa, y zás, la humanidad
está a salvo; el grupo de científicos aplaude a rabiar; el muchacho o la
muchacha encuentran el verdadero amor; el respetable público se retira de la
sala, mientras los colados revisan los asientos para ver si alguien dejó, a
medio terminar, algún cartón de palomitas, con ese delicioso e inigualable
sabor a benzoato de sodio.
La catástrofe tiene variados orígenes: un meteorito ha cambiado de ruta con la
misma constancia de un político haciendo declaraciones sobre el gasolinazo; o
un tornado de tiburones; o un planeta desviado de su curso; o un sol irritado y
lanzando fuera de su órbita una de esas lenguas ígneas; o una enfermedad
proveniente del espacio o de una nave extraterrestre; o un arma biológica que
se sale de control y, convertida en gas inodoro, transforma a quien entra en
contacto con él y lo transmuta en político profesional o en algo no tan
horrible.
Eso, o el apocalipsis
ya es un hecho y un grupo de sobrevivientes deambula sin esperanza, introyectandola
barbarie exterior en su comportamiento individual y colectivo, mientras la
humanidad agoniza.
El final puede variar, pero la constante es el grupo de científicos, sea como
responsables de la catástrofe, sea como esperanza de salvación, claro, si un
chico o chica guapa aparece en el momento oportuno.
O el desenlace puede ser de interrogante, o de plano modelo “dark azotado” (ya
José Alfredo Jiménez nos había advertido que “la vida no vale nada”).
Bien, tomemos como ejemplo cualquier novela, película o serie de televisión de
tema apocalíptico o catastrófico. Digamos una con tema de moda: zombis.
Un ejemplo concreto, la serie de televisión “The Walking Dead”. Para
quien no la conoce el argumento es sencillo: por alguna causa sin definir, las
personas que mueren, se “convierten” en zombis; el protagonista deambula, se
topa con un grupo, establecen una organización jerárquica en continua crisis, y
tratan de sobrevivir. El éxito de la serie pudiera deberse a que muestra
a personajes que en situaciones normales son mediocres o parias, y se
convierten en heroínas y héroes dispuestos a todo. Algun@s de ellos:
Michonne, una ama de casa ninguneada por el marido y los hermanos, convertida
en una temible guerrera con katana (interpretada por la actriz y dramaturga
Danai Jekesal Gurira y, no es por dárselas a desear, es la única de quien doy
el nombre real porque, en el baúl dejado por el SupMarcos encontré una foto de ella
en el personaje de Michonne, dedicada de su puño y letra al finado, ¡arrrrroz
con leche!).
Daril, un
paria manipulado, transformado en un “tracker” y
ballestero temible. Hasta ahora, el símbolo de la insumisión, la
resistencia y la rebeldía.
Glenn, un
repartidor de pizzas vuelto explorador estrella. El milusos y mil vidas de la serie, hasta que
Rickman regresó al comic.
Maggie,
una joven a la que el apocalipsis zombi salva de la vida monótona de la granja
y la convierte en líder aún embarazada.
Carol,
una esposa maltratada, transfigurada en la versión femenina de Rambo pero
inteligente.
Carl, un púber que esconde detrás del parche a un asesino serial, como bien
dedujo Negan.
Eugene,
el nerd que simboliza la ciencia y pasa a ser, de mitómano, a útil para el
colectivo.
El Padre Gabriel, el religioso convenenciero y oportunista que se reconvierte y
se vuelve necesario.
Tara y Aaron, la lesbiana y el gay que aseguran corrección política a la trama.
Rosita, mi sueño húmedo preferido, la latina que combina pasión, habilidad y
coraje.
Morgan, el
superviviente en modo monje shaolín.
Sasha, la mujer que muta del rol clásico romántico a la de superviviente
realista.
Y, en la parte alta de la jerarquía, el maltrecho símbolo del orden, Rick, un
ex alguacil que difícilmente puede ocultar las inclinaciones fascistas de
cualquier policía.
No sé en qué
temporada van. Desde la quinta dejé de verla porque al películero que me mandaba las ediciones “alternativas”
le cayó la justicia y a saber dónde está (lo que es una pena, porque me había
prometido hasta la temporada 10, aunque ni siquiera Kirkman sabe si habrá 10
temporadas). Pero con lo que he alcanzado a ver, me doy cuenta del porqué
de su éxito.
Como quiera, no es
difícil seguir la trama, basta revisar los spoliers que se cuelan en twiter en los hashtags respectivos.
Hace algunas lunas, le pregunté a una compañera qué hubiera pasado si Rick, o
cualquiera de los del grupo, supiera con anterioridad que iba a pasar lo que
pasó. Elijo al policía porque parece que es el único que tiene
garantizada la supervivencia, al menos en el comic homónimo.
Rick, ¿se hubiera preparado?, ¿habría construido un bunker y en él acumularía
alimentos, medicinas, combustible, armas y municiones, las obras completas de
George Romero?
¿O tal vez intentaría detener el desastre?
La compañera, zapatista al fin, me respondió con la misma pregunta: ¿qué
pensaba yo que hubiera hecho Rick Grimes?
No dudé en responderle: nada. Aun sabiendo lo que iba a pasar, ni Rick,
ni cualquiera de los personajes hubieran hecho nada.
Y eso por una sencilla razón: a pesar de todas las evidencias, seguirían
pensando, hasta el minuto previo, que nada malo iba a pasar, que no era para
tanto, que alguien en algún lado tendría la solución, que el orden se
restablecería, que habría a quien obedecer y a quien mandar, que, en todo caso,
la desgracia le pasaría a otros, en otra parte, lejos en geografía o lejos en
posición social.
Pensarían hasta la
víspera que la desgracia es algo destinado, no a ellas, ellos, elloas, sino a
quienes sobreviven abajo… y a la izquierda.
Zombis aparte, en la mayoría de esas narraciones apocalípticas, hay uno o
varios momentos en que alguien, invariablemente el o la protagonista, cuando
todos están rodeados por una horda de zombis, o el meteorito está a poca
distancia de sus cabezas, o una situación límite semejante, con serenidad y
aplomo dice: “Todo va a salir bien”.
Y resulta que, en este encuentro, a mí me ha tocado el ingrato papel de
aguafiestas. Así que debo decirles lo que vemos: No, no es una película
de ciencia ficción, sino la realidad; y no, no todo va a salir bien, sólo
algunas pocas cosas saldrán bien si nos preparamos antes.
Según nuestros análisis (y hasta ahora no hemos visto a nadie ni nada que los
refute, antes bien, los confirman), estamos ya en medio de una crisis
estructural que, en términos coloquiales significa imperio de la violencia
criminal, catástrofes naturales, carestía y desempleo desenfrenados, escases de
servicios básicos, colapso energético, migraciones, hambre, enfermedad,
destrucción, muerte, desesperación, angustia, terror, desamparo.
En suma: deshumanización.
Un crimen está en curso. El más grande, brutal y cruel en la breve
historia de la humanidad.
El criminal es un sistema dispuesto a todo: el capitalismo.
En términos apocalípticos: es una lucha entre la humanidad y el sistema, entre
la vida y la muerte.
La segunda opción, la de la muerte, no se las recomiendo.
Mejor no se mueran. No les conviene. Créanme, yo algo sé de eso
porque he muerto varias veces.
Es muy aburrido. Como las entradas al cielo y al infierno sufren de una
burocracia pesada (aunque no tanto como las de las universidades y centros de
investigación), la espera es peor que en un aeropuerto o central de autobuses
en épocas decembrinas.
El infierno es ídem, tienes que organizar encuentros de artes, de ciencias
exactas y naturales, de ciencias sociales, de pueblos originarios, y cosas
igualmente terribles. Te obligan a bañarte y peinarte. Te inyectan
y te fuerzan a comer sopa de calabazas todo el tiempo. Tienes que
escuchar a Peña Nieto y a Donald Trump en una conferencia de prensa sin fin.
El cielo, por su parte, es igual, sólo que ahí tienes que soportar el coro
monótono de unos ángeles descoloridos, y todos te dan largas si lo quieres
hablar al dios para quejarte de la música.
En resumen; digan no a la muerte y sí a la vida.
Pero no se engañen.
Van a tener que luchar todos los días, a todas horas y en todo lugar.
En esa lucha, tarde o temprano, se darán cuenta de que sólo en colectivo
tendrán posibilidades de triunfar.
Y, aun así, verán
que necesitan también las artes, y que nos necesitan también a nosotras, y a
otros, otras, otroas como nosotros.
Organícense.
Como zapatistas que somos no sólo no les pedimos que abandonen su práctica
científica, les demandamos que continúen en ella, que la profundicen.
Sigan explorando éste y otros mundos, no se detengan, no desesperen, no se
rindan, no se vendan, no claudiquen.
Pero también les pedimos que busquen las artes. Aunque parezca lo
contrario, ellas “anclarán” su quehacer científico en lo que tienen en común:
la humanidad.
Disfruten la danza en cualquiera de sus versiones. Tal vez al inicio no
puedan evitar enmarcar los movimientos en las leyes de la física, pero después
sentirán, punto.
Vayan más allá de la geometría, la teoría del color y la neurología y gocen la
pintura y la escultura.
Resistan la tentación de encontrarle lógica científica a ese poema, a esa
novela, y dejen que las palabras les descubran galaxias que sólo en las artes
viven.
Ríndanse ante la falta de sustento científico en las historias que en teatro y
cine se asoman a lo humano imperfecto, voluble e impredecible.
Y así con todas las artes.
Ahora imaginen que no es su cotidianeidad de ustedes, sino esas artes las que
están en peligro de extinción.
Imaginen a personas, no estadísticas, hombres, mujeres, niños, ancianos, con un
rostro, una historia, una cultura, amenazadas con el aniquilamiento.
Véanse en esos espejos.
Entiendan que no se trata de luchar por ellas o en su lugar, sino con ellas.
Véanse a sí mismas, a sí mismos, como los vemos nosotras, nosotros, zapatistas.
La ciencia no es su límite, su peso muerto, su carga inútil, la actividad que
deben ejercer en la clandestinidad u ocultándose en el closet de las academias
y los institutos.
Entiendan ya lo que ya entendimos nosotros: que, como científicas y
científicos, ustedes luchan por la humanidad, es decir, por la vida.
-*-
Ayer nos explicaba
el Subcomandante Insurgente Moisés, que los pueblos son ya, y desde hace
décadas, nuestros maestros, nuestros tutores. Que el interés por las
ciencias es nuevo en el zapatismo. Que ha sido incitado por las nuevas
generaciones, por las jóvenas y jóvenes zapatistas que quieren saber
más y mejor de cómo es el mundo. Que de los pueblos organizados salió el
novísimo empujón que nos tiene frente a ustedes.
Cierto. Pero lo que no es nuevo en el zapatismo es la lucha por la vida.
Aun en la disposición y planes frente a la muerte, tuvimos desde el inicio la
preocupación por la vida.
Los que tienen más edad, o interés a pesar de la edad, pueden conocer lo que
fue el alzamiento: la toma de las 7 cabeceras municipales; los bombardeos, los choques
con las fuerzas militares, la desesperación del gobierno al ver que no podía
derrotarnos, el levantamiento civil que lo obligó a detenerse, lo que le ha
seguido en estos ya casi 23 años.
Lo que tal vez no conozcan, es lo que le voy a contar a continuación:
Nos preparamos para matar y morir, eso ya se los resumió el Subcomandante
Insurgente Moisés. Entonces teníamos dos opciones frente nuestro: el país
se incendiaba o nos aniquilaban. Imaginen nuestro desconcierto cuando no
ocurrió ni una ni otra cosa, pero eso es otra historia para la que tal vez
habrá ocasión.
Dos opciones, pero ambas tenían como común denominador la muerte y la
destrucción. Aunque no lo crean, lo primero que hicimos fue prepararnos
para vivir.
Y no me refiero a
quienes combatimos, a quienes los conocimientos de resistencia de materiales
nos sirvieron para tomar abrigo y cubierta en combates y bombardeos; o a los
conocimientos que permitieron a las insurgentas de sanidad salvar la vida de decenas
de zapatistas.
Hablo de las bases de apoyo zapatistas, ésas a quienes, como explicó anoche el
Subcomandante Insurgente Moisés, les debemos el camino, el paso, el rumbo y el
destino como zapatistas que somos, así como les debemos el interés por las
artes, las ciencias, y el esfuerzo por incluirnos con trabajadores del campo y
de la ciudad, el cuartel mundial de lucha, de resistencia y rebeldía que se
llama “Sexta”.
Desde algunos años previos a ese primero de enero aparentemente ya lejano, en
las comunidades zapatistas se formaron los llamados “batallones de reserva”.
La misión que se les encomendó fue la más importante del gigantesco operativo
que llevó al combate a miles de combatientes: sobrevivir.
Durante meses se les dio instrucción. Miles de niños, niñas, mujeres,
hombres y ancianos se entrenaron para protegerse de las balas y las bombas,
para reunirse y replegarse en orden en caso de que el ejército atacara o
bombardeara los poblados, para colocar depósitos de comida, agua y medicinas
que les permitieran sobrevivir en las montañas durante mucho tiempo.
“No morir” era la orden única que debían acatar.
La que teníamos quienes salimos a combatir era: “No rendirse, no venderse, no
claudicar”.
Cuando regresamos a las montañas y nos reencontramos con nuestros pueblos, fusionamos
las dos órdenes y las convertimos en una sola: “luchar por construir nuestra
libertad”.
Y acordamos hacerlo
con todas, con todos, con todoas.
Y acordamos que, si no era posible hacerlo en este mundo, entonces haríamos
otro mundo, uno más grande, uno mejor, uno donde quepan todos los mundos
posibles, los que ya hay y los que aún no imaginamos pero que ya están en las
artes y las ciencias.
Muchas gracias.
Desde
el CIDECI-Unitierra.
SupGaleano.
México,
diciembre del 2016.
Del cuaderno de Apuntes del Gato-Perro.
“La Carencia”
Estaba yo en mi champa, revisando y analizando algunos videos de las jugadas de
Maradona y de Messi.
Como si fuera una premonición, llegó rebotando una pelota hasta el
interior. Detrás de ella llegó “Defensa Zapatista”, entrando sin avisar
ni pedir permiso. Detrás de la niña, entró el mentado gato-perro.
“Defensa Zapatista” tomó el balón y se acercó a mirar por encima de mi
hombro. Yo estaba demasiado ocupado tratando de evitar que el gato-perro
se comiera el ratón de la computadora, así que no me di cuenta de que la niña
miraba con interés los videos.
“Oí
Sup”, me dijo, “¿tú lo crees que son muy muy el
Maradona y el Messi?”
Yo no respondí. Por experiencia sé que las preguntas de Defensa Zapatista
o son retóricas, o no le interesa saber qué respondo.
Ella siguió:
“Pero
no lo estás viendo bien el asunto”, dijo, “por más que mucho de arte y de
científicos, los dos tienen una gran carencia”.
Sí, así dijo:
“carencia”. Yo ahí sí la interrumpí y le pregunté: “¿Y tú de dónde la sacaste esa
palabra o dónde la aprendiste?”
Me respondió
indignada: “Me
la dijo el Pedrito, el muy maldito. Me dijo que no podía jugar fútbol
porque las niñas tienen una carencia de técnica”.
“Yo
me embravecí y le di un zape, porque no lo sé qué cosa quiere decir esa palabra
y qué tal que es una grosería. Claro, el muy maldito de Pedrito fue a
acusarme con la promotora de educación y me llamaron. Yo lo expliqué a la
maestra como quien dice la situación nacional y de internacional, que está
cabrón de la Hidra y todo. Y como la promotora entendió que tenemos que
apoyarnos como mujeres que somos, no me regañaron, pero me pusieron a buscar
qué cosa quiere decir “carencia”. Y yo pues pensé que es mejor ese
castigo a que me manden a comer sopa de calabaza”.
Yo asentí comprensivo, mientras trataba de quitarle el mouse de la boca al
gato-perro.
“Pues
total, que lo fui a buscar en el internet de la Junta de Buen Gobierno qué cosa
es “carencia” y ahí nomás lo vi que es una canción de los musiqueros de lucha,
que es bien alegre y todos se ponen a bailar y a brincar como que se metieron a
donde hay hormiga arriera. Entonces fui con la promotora de educación y
ya le dije que “carencia” es una canción que dice: “Por la mañana yo me
levanto, no me dan ganas de ir a estudiar”. La promotora se río y dijo
“será a trabajar”. Entonces le dije que las músicas son según cada quien
y según su problema que tiene. O sea que le di la explicación política,
pero creo ella no entiende, porque sólo se ríe. Y entonces que me manda
de vuelta, que no la canción, sino que tengo que saber qué quiere decir la
palabra. Y anda vete, ahí voy de vuelta y tengo que esperar que el que
está de guardia en la Junta lo manda una denuncia, y entonces ya pude entrar yo
y ahí lo miré que “carencia” quiere decir que te falta algo. Y voy otra
vuelta con la promotora y ya le dije, y entonces ella me dijo que ya vi que no
es grosería y me felicitó, pero como ahí estaba el Pedrito de metiche, le di
otro zape, por andar diciéndome que me falta la técnica. Y entonces pues
la promotora dijo que le va a decir a mis mamaces que así estoy haciendo,
entonces pues me vine a esconder aquí porque lo sé que a ti no hay quien te
viene a ver”.
Yo encajé la puya con heroísmo, pues logré al fin arrebatarle el ratón al
gato-perro.
“Defensa Zapatista” siguió su perorata:
“Pero
no preocupas Sup, antes de entrar, primero me asomé para ver si no estás viendo
fotos de mujeres encueradas que, errrr, de una vez, Sup, no se puede creer, y
como quiera no te voy a acusar con el colectivo de “Como mujeres que somos”,
pero claro te digo que no sirve así como haces, porque eso quiere decir que
tienes carencia de mamaces, o sea que, como dice el
SubMoy cuando se embravece, no tienes madre”.
Yo aclaro aquí que no es cierto lo que dice “Defensa Zapatista”, lo que pasa es
que estaba yo tomando un curso por correspondencia de anatomía.
Como quiera, antes de que la niña siguiera balconeándome, le pregunté por qué
decía que Maradona y Messi tenían una gran carencia.
Ella ya casi estaba en el dintel de la puerta cuando me respondió:
“Porque
les falta algo que es lo más importante: ser mujeres”.
-*-
“Un Viaje Interestelar”
Entre el montón de papeles y dibujos que dejó en difunto SupMarcos, encontré
esto que a continuación les leo. Es una especie de borrador o apuntes
para un guion, o algo así, de una supuesta película de ciencia ficción.
Se llama:
“¿Hacia dónde la Mirada?”
Planeta Tierra.
Algún año lejano en el futuro, digamos 2024. Entre los nuevos destinos
turísticos, ahora se puede viajar al espacio y dar la vuelta al mundo en un
satélite adaptado “ad hoc” para ese fin. La nave espacial es una réplica
en escala del satélite lunar, con un gran ventanal que da vista, todo el tiempo
del viaje, a la Tierra. En el lado contrario, digamos la parte posterior,
hay una especie de claraboya, del tamaño de una ventana casera, que da siempre
vista hacia el resto de la galaxia. Los turistas, de todos los colores y
nacionalidades, se agolpan en el ventanal que mira hacia el planeta de
origen. Se toman selfies y trasmiten en stream a sus familiares y amistades las
imágenes del mundo, “azul como una naranja”. Pero no todos los viajeros
están de ese lado. Al menos cuatro personas están frente a la ventana
contraria. Se han olvidado de sus respectivas cámaras y miran extasiados
el abigarrado collage de cuerpos celestes: el serpenteante trazo de luz polvosa
de la Vía Láctea, el rutilante destello de estrellas que tal vez ya no existan,
la danza frenética de astros y planetas.
Una de las personas es artista; no está inmóvil, en su cerebro imagina notas y
ritmos, líneas y colores, movimientos, secuencias, palabras, representaciones
inertes o móviles; sus manos y dedos se mueven involuntariamente, sus labios
balbucean palabras y sonidos incomprensibles, cierra y abre los ojos
continuamente. Las artes miran lo que miran y miran lo que puede llegar a
ser mirado.
Otra de las personas es científica; nada de su cuerpo se mueve, mira fijamente
no las luces y colores cercanos, sino las más lejanas; en su cerebro imagina
galaxias impensadas, mundos inertes y vivos, estrellas naciendo, hoyos negros
insaciables, naves interplanetarias sin banderas. Las ciencias miran lo
que miran y miran lo que puede llegar a ser mirado.
La tercera de las personas es indígena, de estatura menor, de tez oscura y rasgos
ancestrales, mira y toca la ventana. Su mente y cuerpo cargan sobre el
sólido material transparente. En su cerebro imagina el camino y el paso,
la velocidad y el ritmo; imagina un destino en continua mutación. Los
pueblos originarios miran lo que miran y miran la vida que puede llegar a ser
creada para ser mirada.
La cuarta de las personas es zapatista, de complexión y tez cambiante, mira a
través y toca delicadamente con su mano el cristal, saca su cuaderno de apuntes
y empieza a escribir frenéticamente. En su cerebro empieza a hacer cuentas,
listas de tareas, trabajos a emprender, traza planos, sueña. El zapatismo
mira lo que mira y mira el mundo que será necesario construir para que las
artes, las ciencias y los pueblos originarios puedan realizar sus miradas.
Al término del
viaje, mientras los demás viajeros adquieren los últimos souvenirs en las tiendas “duty free”, la
persona artista corre a su estudio, o lo que sea, para que su mirada sea
sentida por otros, otras, otroas;
la persona científica convoca inmediatamente a otras y otros científicos porque
hay teorías y fórmulas que hay que proponer, demostrar, aplicar; la persona
indígena se reúne con sus semejantes y les cuenta lo mirado, para que, en
colectivo, la mirada defina el camino, el paso, la compañía, el ritmo, la
velocidad y el destino.
La persona zapatista va su comunidad, en la asamblea del pueblo explica y
detalla todo lo que hay que hacer para que la artista, la científica y la
indígena puedan viajar. La asamblea lo primero que hace es criticar la
historia o cuento o guion o como se diga, porque falta poner a los trabajadores
del campo y la ciudad. Se propone entonces que una comisión le haga una
carta al finado SupMarcos para que ponga en el cuento al quinto elemento, o sea
al gato-perro, que porque ya se comió el cable del internet y dos usb´s de los
Tercios Compas, y se la pasa persiguiendo el mouse de la computadora, así que
mejor se lo lleven; y que ponga, como sexto elemento, a la Sexta también,
porque sin la sexta no está cabal la historia. Aprobado eso, la asamblea
propone, discute, agrega y quita, planea los tiempos, distribuye los trabajos,
vota el acuerdo general y nombra las comisiones para cada tarea.
Antes de que se dé por terminada la asamblea y cada quien vaya al trabajo que
le corresponde, una niña pide la palabra.
Sin pasar al
frente, parada casi al fondo de la casa comunal, la niña se esfuerza por elevar
la voz y dice: “yo
propongo que en la lista de cosas que les van a dar para que llevan, pongan una
pelota y una bola de pozol”.
El resto de la
asamblea estalla en risas. El SubMoy, que es quien está en la mesa que
coordina la reunión, llama al respeto. Conseguido el silencio, el SubMoy
le pregunta a la niña cómo se llama. La niña responde “Yo
me llamo Defensa Zapatista” y pone su mejor cara de “no
pasarán, manque sean extraterrestres”. El SubMoy entonces le
pregunta a Defensa Zapatista por qué propone eso.
La niña se sube a la banca de madera y argumenta:
“La
pelota es porque si no van a poder jugar, pues de balde van a donde quieren
ir. Y la bola de pozol es para agarran “juerza” y no se desmayan en el
camino. Y también para que allá, lejos, donde están los otros mundos, no
se olvidan de dónde salieron”.
La propuesta de la niña es aprobada por aclamación.
El SubMoy está a punto de dar por terminada la reunión, cuando “Defensa
Zapatista” levanta su manita pidiendo de nuevo la palabra. Se le concede.
La niña habla mientras, con un brazo, sostiene un balón de fútbol, y con el
otro abraza un animalito que parecer ser un perro… o un gato, o un gato-perro:
“Sólo
les quiero decir que no hemos completado el equipo, pero no preocupan, ya vamos
a ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”.
Doy
fe.
Guau-miau.
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