Lorenzo Meyer, en entrevista con SinEmbargo. Foto: Crisanto Rodríguez
¿En qué momento nos agarra Washington ahora?, se le pregunta a Lorenzo Meyer. “En el peor”, contesta. Luego acota: “en toda crisis hay una buena oportunidad”. Y “si hay un líder que recupere el nacionalismo mexicano, los sacrificios se aceptarán”.
“Dentro de algunos años, tal vez le pongamos una estatua a Trump: es el padre de nuestra segunda Independencia”, dice agrega.
El historiador y politólogo cree que Donald Trump está en su derecho de poner un muro. Pero lo que no está bien es que México lo pague, afirma. “Es como si un vecino de tu casa, un millonario, no quiere ver tu casa pobre y va a poner una bardota y encima, que tú se la pagues”.
“Lo importante es que se puede hacer de la necesidad una virtud, para lo cual se requiere liderazgo. Hay que convencer a la sociedad de que toda esta etapa de conseguir mediana independencia va a contemplar sacrificios. En ese proceso de recomponer la economía, va a pasar como cuando se firmó el TLC: hubo que matar a un montón de industrias pequeñas, medianas, que no daban para la competencia. Los fuertes como Carlos Slim vivieron. Ahora también va a ocurrir así. Pero si hay un líder que recupere el nacionalismo mexicano, los sacrificios se aceptarán”, afirma.
Ha tenido que luchar mucho para poder escribir para el pueblo, salirse de sus aulas cerradas con alumnos tan expertos como él y hacer, sin tener que renunciar a su estatus en el Colegio de México (Colmex), unos libros explicativos de un México que cada vez más va hacia su distopía.
Lorenzo Meyer sabe que su México no es el definitivo. “Las ciencias sociales son absolutamente objetivas, no tienen un grado científico. Así que esta mirada es la mía, puede haber otras”, explica.
Que sí, que muchos se atreven a hablar de los beneficios de la crisis. Pero en realidad el muro es una posibilidad de cambiar el rumbo, de que México no siga eligiendo la geografía pero sí su historia, su sentir. Hay que volver a Latinoamérica, hay que hacer frente al cambio para que Estados Unidos no nos siga pareciendo conveniente, como le pareció a Carlos Salinas de Gortari en 1988, cuando firmó el Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
“Tiene que haber muchos mexicanos sacrificados, porque así fue en 1988. Pero el cambio será bueno”, dice Meyer.
Que no es Enrique Peña Nieto ni mucho menos los candidatos del PAN los que pondrán la cara y el gesto frente al muro y su hacedor, señala: “Imagínese, el Presidente, sin ningún contacto con los líderes del mundo, viniendo de la política del Estado de México, yendo con ‘la Gaviota’ a comprar con la escolta presidencial a Miami”, dice, con cierto dejo de ironía.
“Dentro de algunos años, tal vez le pongamos una estatua a Trump: es el padre de nuestra segunda Independencia”, dice Lorenzo Meyer.
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Proporcionado por Sin Embargo
DE UTOPÍA A DISTOPÍA
–Distopía es
un libro pesimista o es una manera de decir: así estamos, y vamos a ver el
futuro.
–Vamos
a ver el futuro. Me gusta eso. Desde la óptica de un realismo casi brutal,
no vale la pena hacernos ilusiones. Hay que poner las variables en la
superficie, con ojos casi clínicos: el organismo nacional está muy enfermo, no
vale la pena decir: “fue un catarrito”, como alguna vez llegara a decir el
Gobernador del Banco de México (Banxico) sobre los efectos de la crisis
del 2008. Hay que ver exactamente cuál es el caso de algunas de las
instituciones principales. Ahora bien, yo no pretendo y nadie puede pretender,
en estos asuntos, tener todas las circunstancias objetivas. En particular en
esto de la política, la objetividad es imposible. No podemos tener los
instrumentos poderosos que tienen la física, la química. No podemos hacer
experimentos y nuestros conceptos siempre han estado mal definidos: no se
puede tener conceptos tan claros como distancia, velocidad, peso. Aquí
todo es más
o menos. El diagnóstico que hago del México actual –el libro lo
terminé de escribir y de redactar en 2016–, usando el enfoque histórico, de
dónde viene ese problema, esta mala institucionalidad. Pero sí fue más
factible un enfoque histórico, con una crítica social, porque creo que la
ciencia social debe ser crítica y no consentir al poder,
[sino] examinarlo e incluso reclamarle. Se puede ser optimista, a pesar de
un diagnóstico más o menos crudo.
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