29 de agosto de 2017

LA NUEVA INTOLERANCIA RELIGIOSA

Por Simón Itunberri
Superando los prejuicios y el miedo mediante la empatía y el respeto a la dignidad humana.

Martha Nussbaum, nacida en Nueva York en 1947 y profesora de la Universidad de Chicago, es una autora especializada en filosofía política y ética. Entre otros muchos reconocimientos, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2012.

El dominio del miedo

En este libro, subtitulado “Cómo superar la política del miedo en una época de inseguridad”, analiza la forma en que el miedo al otro, al desconocido, bloquea el abordaje racional de los problemas de convivencia. Como ejemplos de ello, expone algunos fenómenos recientes de intolerancia hacia colectivos religiosos en Europa y Estados Unidos, en especial hacia los musulmanes. «El miedo se está acelerando y tenemos que tratar de comprenderlo y de pensar en el mejor modo de atajarlo», dice la autora (pág. 39).

Según ella, el miedo parte de un problema real; «es fácilmente trasladable hacia un destinatario que puede tener poco que ver con el problema subyacente, pero que hace las veces de conveniente sustituto del mismo»; y «se alimenta a partir de la noción de un enemigo que simula no serlo» (pág. 44).

El miedo activa dinámicas de “cascada” «cuando las personas responden al comportamiento de otras sumándose apresuradamente a ellas», bien por el prestigio de estas, bien porque creen que aportan una información relevante. Estas dinámicas explican por qué determinados colectivos son considerados repugnantes por la sociedad, estigmatizados y en ocasiones “hiperanimalizados”. Expone el caso de los judíos a principios del siglo XX, a quienes muchos, influidos por teorías conspiratorias, llegaron a creer que los judíos «se hacían pasar por personas normales y simpáticas, pero que, llegado el momento (en un futuro no muy lejano), no dudarían en lanzárseles encima por sorpresa para aniquilarlos» (pág. 62).

Similares sospechas a las que recaían sobre los judíos hace cien años (y que ya sabemos en qué desembocaron) son las que recaen ahora sobre otros colectivos, en especial los musulmanes que viven en Occidente. Nussbaum analiza fenómenos como la disparatada campaña de islamofobia que tuvo lugar en Suiza con motivo del referéndum de 2009 sobre la prohibición de construir minaretes, o el hecho de que al producirse los atentados de Anders Breivik en Noruega en 2011, inicialmente, y sin apenas disponer de datos, todos los medios se lanzaran a atribuírselos a “islamistas”, cuando lo cierto es que habían sido cometidos por un islamófobo. El prejuicio también explica que el FBI haya utilizado textos cargados de odio y profundamente sesgados para formar a sus agentes de cara a la lucha contra el “terrorismo islamista”. La autora concluye que «la sospecha y la desconfianza que el mundo académico inspira en el FBI y que comenzaron ya en tiempos del macartismo nunca han desaparecido en realidad» (pág. 80). Aun así, considera que en Estados Unidos se ha buscado más que en Europa «el desarrollo de regímenes jurídico-legales que insistan en el trato equitativo a las minorías e incluso en la acomodación de muchas de las prácticas de esas minorías» (pág. 86).

Premisas básicas

El enfoque de Nussbaum parte de varias premisas: la igualdad de todos los seres humanos «en tanto portadoras de una dignidad humana básica inalienable» (por desgracia, algo no suficientemente asimilado en nuestra “civilización”); el que «los gobiernos no pueden vulnerar esa igualdad de dignidad»; y el que «la facultad que permite a las personas buscar un sentido último a la vida (a la que habitualmente llamamos “conciencia”) es una parte muy importante de los individuos, que está estrechamente relacionada con su dignidad».

A estas premisas añade la de la vulnerabilidad; los antiguos estoicos tenían un alto sentido de la dignidad como condición intrínseca de la persona, pero pensaban que esta no podía ser dañada por ningún factor externo, de ahí que por ejemplo no fueran capaces de demostrar argumentalmente la perversidad ética de la esclavitud (pues en definitiva lo que importa es la libertad interior de la persona). Pero para Nussbaum asumir la premisa de la vulnerabilidad implica que haya que dar a las personas unas condiciones materiales y ambientales que protejan su libertad de práctica y expresión de sus creencias, lo cual promovería un modelo en el que la libertad es amplia e igual para todos.

Sobre premisas de este tipo se erigió el sistema constitucional estadounidense, que no se limitaba a la establecer una mera tolerancia religiosa basándose en que «un grupo privilegiado tolera a otro cuando consiente la presencia y actividad de este, pero reservándose el poder de dejar de consentirlo si cambia de opinión»; sino que George Washington y otros Padres Fundadores se decantaban más bien «por la idea de unos derechos naturales inherentes e iguales para todos» (pág. 97).

Modelos lockeano y acomodacionista

Nussbaum identifica dos tradiciones respecto a estos asuntos: una es la procedente de John Locke, según la cual la libertad de conciencia requiere leyes que no penalicen la fe y leyes que no discriminen entre prácticas similares. Ahora bien, según este enfoque si una persona considera que su conciencia no le permite obedecer determinada ley, hará bien en seguir el dictado de su conciencia, pero tendrá que pagar la penalización legal correspondiente.

La autora, en cambio, se identifica más con la otra tradición, la procedente de Roger Williams, que contempla la implantación de una exención especial, denominada «acomodación», para el creyente de la fe minoritaria. Se basa en la idea de que «las personas que no comparten unos principios fundamentales en materia religiosa pueden compartir de todos modos la virtud moral y ser ciudadanos de confianza» (pág. 102).

Ambas tradiciones no son opuestas entre sí, sino que «podemos situarlas en un mismo continuo»; de ahí la dificultad que ha habido para aplicar principios coherentes en situaciones diversas (Nussbaum analiza algunos casos llevados ante el Tribunal Supremo de EEUU). Para ella «el principio acomodacionista es superior al de Locke porque es aplicable a formas sutiles de discriminación muy presentes en la vida de las democracias regidas por el principio mayoritario» (pág. 116). Aun así reconoce que presenta algunos problemas, como que la administración judicial de todas las posibles excepciones al cumplimiento de leyes generales pueda resultar caótica, o que se favorezca a quienes tienen motivos religiosos para incumplir algunas normas, y se desfavorezca a quienes tienen otro tipo de motivos; de ahí que haya académicos que busquen una definición más amplia del concepto “conciencia” para incluir múltiples casos de conciencia no religiosa.

La filósofa considera más acertado el modelo americano que el europeo, porque Europa de algún modo arrastra la tradición de que todos los países son o han sido alguna vez Estados confesionales. Significativamente, incluye aquí el laicismo francés, «que vendría a ser el encumbramiento de la irreligión como postura oficial del Estado» (pág. 124).

La prohibición del burka

Nussbaum considera que toda sociedad tiende a practicar lo que Jesús ilustraba con la imagen de que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Esa idea está presente en el principio kantiano que incita a preguntarnos si el fundamento de nuestra acción sería recomendable como ley de aplicación universal para todo el mundo. A partir de estos planteamientos, analiza las leyes que en algunos países europeos han prohibido que las mujeres lleven burka en público, y desmonta los diversos argumentos que se han dado para implantar esas leyes, que están dirigidas específicamente hacia las mujeres musulmanas aplicando argumentos que no se aplican en casos similares: por ejemplo, no se prohíbe cubrirse el rostro por protección ante el frío o el calor, ni se prohíben otras expresiones públicas que degradan y cosifican a la mujer (pornografía, publicidad…). Ella entiende que, efectivamente, el sexismo «se combate por medio de la persuasión y el ejemplo, no eliminando la libertad» (pág. 147). La clave es que «legalidad no equivale a aprobación»; hay muchas cosas (como la tacañería, la incivilidad, el narcisismo…) que todo el mundo deplora; pero no por ello deben prohibirse, pues «en el seno de la ley no cabe ni está contenida toda la moralidad» (pág. 149).

Por otro lado, Nussbaum considera absurdo prohibir el burka por motivos de seguridad: si un(a) terrorista quisiera cometer un atentado, lo último que haría es ponerse un burka para llamar la atención. Y rechaza compararlo con prácticas como la mutilación genital femenina, que deben estar prohibidas porque son lesivas e irreversibles. Respecto a las limitaciones físicas que implica el burka, ¿acaso deberíamos prohibir también que se lleven zapatos de tacón alto, o que las personas se expongan al sol durante mucho tiempo, o la cirugía plástica, por ejemplo? Y en cuanto a la supuesta presión que la familia puede ejercer sobre las mujeres para que lleven burka, ¿se deberá regular legalmente el chantaje emocional con el que algunos padres someten a sus hijos para que sigan determinados estudios, por ejemplo? «Si la gente piensa que las mujeres llevan burka únicamente porque las presionan para vestir así, generemos entonces amplias oportunidades para ellas y veamos qué optan por hacer» (pág. 160), propone ella.

Analizando los sesgos prejuiciados y los agravios comparativos, la autora argumenta que se tiende a demonizar a ciertos colectivos porque siguen pautas de sumisión a la autoridad, pero en cambio el Estado no sólo no prohíbe, sino que promueve que los jóvenes ingresen en el ejército, una institución basada en grado sumo en el autoritarismo.

Como prueba de la incoherencia aplicada en estos casos, Nussbaum analiza cómo la ley francesa que prohíbe «llevar ropa destinada a ocultar el rostro» contempla diversas excepciones: razones de salud, motivos profesionales, prácticas deportivas y «festivales o manifestaciones artísticas o tradicionales». Es evidente que es una ley que «ha tratado de incluir entre las excepciones todo posible motivo u ocasión para taparse la cara… excepto el burka» (pág. 168). Choca en especial la referencia a “manifestaciones tradicionales”, que incluiría por ejemplo procesiones religiosas o carnavales (en los que parece que no hay miedo a que esa ocultación de la identidad sirva para cometer crímenes). Se da la paradoja de que con esta ley el laicismo francés defiende la tradición como criterio de corrección ético-legal.

Los argumentos de Nussbaum son de lo más apropiado en este año 2016 en el que algunos municipios franceses prohibieron el “burkini” y generaron una encendida polémica.

La empatía como principio

Nussbaum considera que para que se respeten los derechos de toda la sociedad, es necesario que todos desarrollemos la “mirada mental”: mediante el uso de la imaginación empática tendríamos que ponernos en el lugar de las personas que son diferentes a nosotros y así comprender cómo se sienten y por qué actúan como actúan. Eso no quiere decir que debamos aprobar todas las conductas religiosas por igual; simplemente nos insta a que «veamos al otro como una persona con unos objetivos humanos y a que entendamos de manera más o menos aproximada cuáles son esos objetivos, para que apreciemos qué puede ser una limitación a su conciencia y qué no, y si la conducta en cuestión contraviene realmente algún interés estatal vital» (págs. 179-180).

La filósofa toma como modelo de imaginación empática la obra de algunos autores que se esforzaron por comprender a las minorías y por defender su dignidad. Uno es el inglés Roger Williams, fundador de la colonia de Rhode Island en América del Norte en el siglo XVII. Williams aprendió la lengua de los nativos, valoró las virtudes morales que como pueblo habían desarrollado y, sin aprobar todas sus costumbres, defendió sus derechos y dignidad, y enseñó a los colonos a relacionarse amistosamente con ellos.

Otros ejemplos de “mirada mental” son la obra teatral Nathan el sabio de Gotthlod E. Lessing 1779, en la que el autor reivindica al pueblo judío, objeto de todo tipo de bulos y discriminaciones en la historia de Europa; o la novela Daniel Deronda de la escritora inglesa George Eliot, que contribuyó a que se contemplara con normalidad a los judíos de Inglaterra; o los relatos para niños de Marguerite de Angeli (1889-1987), cuyas protagonistas son principalmente jóvenes de las minorías de Estados Unidos (amish, menonitas, cuáqueras, afroamericanas…), y que han significado una interesante aportación para superar el racismo y para que los colectivos con costumbres diferentes sean vistos con respeto en el país.

La “mezquita de la Zona Cero”

Finalmente, Nussbaun dedica un extenso capítulo a analizar el caso de Park51, el proyecto de centro cultural multiconfesional impulsado por musulmanes (que incluiría en sus instalaciones un espacio para el rezo islámico), a pocas manzanas de la Zona Cero de Nueva York (donde se encontraban las tres torres derribadas el 11-S de 2001). Sin dejar de señalar algunas de las torpezas cometidas por los promotores al presentar el proyecto, Nussbaum explica cómo ciertos sectores de extrema derecha, de los que se hicieron eco medios como Fox News, realizaron una campaña basada en mentiras y tergiversaciones para evitar que se construyera ese local, mentiras que la autora desmonta una a una.
La filósofa analiza las diversas posiciones de políticos y periodistas al respecto. Destaca el comportamiento equilibrado del alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, quien no cedió ante quienes, invocando supuestas “ofensas a un espacio sagrado”, querían suprimir el derecho a construir el centro; el presidente Obama, en cambio, mostró una actitud oscilante que no contribuyó a que se contemplara el asunto con la perspectiva adecuada. Algunos llegaron a decir que hay personas (los musulmanes, se entiende) que no son dignas de los “privilegios” de la Primera Enmienda (que garantiza la libertad religiosa).
Conclusión

Este libro de Martha Nussbaum es una destacada contribución al respeto de las libertades de todos los individuos y colectivos de nuestras sociedades, en especial de las minorías, sujetas a todo tipo de simplificaciones y estigmatizaciones. La autora incluye aquí y allá algunas de sus experiencias vitales, como niña criada por un padre protestante rigorista y racista, y como conversa al judaísmo reformista en su edad adulta. Su enfoque filosófico y legal no está basado en el simplismo relativista de algunos “progres”, sino en la dignidad inalienable de todo ser humano, y también en la empatía como clave fundamental para construir una sociedad en la que todos podemos convivir. Las siguientes citas son una muestra de estos principios, que tanto nos convendría aplicar:
«Al final, todo autoconocimiento digno de llamarse así nos hace ver que las demás personas son tan reales como nosotros mismos, y que en la vida de uno (o de una) no es sólo la propia persona la que importa: lo importante de verdad es que esta acepte el hecho de que comparte un mundo con otras, y que emprenda acciones encaminadas a lograr el bien de otras personas» (pág. 15).
«Un defecto humano frecuente es ver el mundo desde el punto de vista de las metas y los objetivos de uno mismo, y tomarse la conducta de otros como una ofensa personal» (p. 180).
«Una buena amistad o convivencia casi nunca es acrítica y los amigos pueden muy bien diferir en sus evaluaciones y discutir, incluso acaloradamente. Pero para seguir siendo amigos, deben dar el primer paso, consistente en intentar ver la situación desde el punto de vista del otro» (págs. 226).
«Ponernos a nosotros mismos en la piel de otra persona no va a decirnos si esta tiene razón o está actuando con justicia; sólo ligando la visión del mundo de esa persona con un argumento ético general podremos hacernos tal juicio. Ahora bien, la empatía sí consigue algo importante, que es mostrarnos la realidad del carácter humano de otras personas a quienes, de otro modo, podríamos haber considerado repugnantes o subhumanas, o meros seres extraños y amenazadores para nosotros» (pág. 274).
«Nuestra empatía debe ir dirigida especialmente hacia aquellas personas a las que solemos mirar con una actitud cerril o inadecuada, y no sólo hacia quienes ya conocemos y estimamos» (pág. 274).


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