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A doña Gloria la interceptaron
de camino a la escuela de sus hijos. Un promotor de la campaña de Alfredo
del Mazo le ofreció la “Tarjeta Salario Rosa”.
Le aseguraron que, de ganar el candidato a gobernador del PRI,
podría retirar con ella dinero en
efectivo.
Para
inscribirse a los beneficios era necesario que doña Gloria entregara
una copia de su credencial de elector y un comprobante de domicilio. Pensando
que, a ella y a sus hijos les caería bien el dinero, accedió a cumplir
con tales trámites. Al final recibió el documento y quedó tranquila con la
promesa de que obtendría noticias en su domicilio para activar el plástico, una
vez que hubiera ganado Alfredo del Mazo.
El documento de doña Gloria se
presta al engaño. A simple vista es una tarjeta de débito,
igual a cualquier otra que en el reverso tiene un cuadro blanco alargado para
que el dueño registre su firma.
Sin
embargo, en la parte posterior parece un volante de propaganda. Dice “Tarjeta
Salario Rosa” y trae las leyendas “Del Mazo. Fuerte y con Todo.”
En el extremo derecho hay una imagen de una abuelita acompañada por sus nietos,
arropándola con gran afecto.
La
inteligente ambigüedad de ese pedazo de papel debe denunciarse. Si solo se
revisara el documento por la parte de enfrente podría argumentarse que se trata
de publicidad a favor de una política ofertada en campaña por el candidato a
gobernador del PRI.
Pero el reverso simula
claramente una tarjeta de débito y
por eso fue posible que sus repartidores hablaran de activarla —en caso de
triunfo del candidato priista— pasadas las elecciones.
La
cuestión más intrigante es cuando los promotores del voto exigieron copias de
la credencial de elector y también un comprobante de domicilio para afiliar a
doña Gloria al
programa “Salario
Rosa”. Para ella no fue obvio que tal política aún no existe y
por tanto fue vilmente engañada. Hoy ella confiesa haber votado por Alfredo
del Mazo el pasado fin semana.
No
estoy aquí para criticar la candidez de la señora Gloria y
mucho menos el grado de necesidad económica que lleva a tantos a cambiar su
voto por un poco de dinero.
Con
todo, me rebelo a ser de los que aceptan como natural el cinismo de las
maquinarias electorales mexicanas.
¿Para qué querían esos señores
los documentos de identificación oficial de esta y muchas otras personas? ¿Cómo
traficaron con esos datos personales? ¿A quién le cobraron por hacer esa tarea?
¿Cuánto cobraron?
Mi
tarea es la del periodista y no la del funcionario de la Fepade o
del Instituto
Electoral. Desde esta función social denuncio y me pregunto
cómo es posible que el Estado mexicano gaste tanto dinero del contribuyente
para vigilar elecciones y, sin embargo, sea incapaz de combatir trampas como la
“Tarjeta
Salario Rosa”.
Si
en esta ocasión el PRI volvió a las
andadas fue porque la vez anterior no se procedió en contra de quienes
repartieron las famosas tarjetas Monex y Soriana.
La
impericia de la autoridad para probar los fraudes en la elección de 2012 amplió
el margen de impunidad con que el domingo pasado actuaron los promotores del
voto para seguir engañando gente necesitada de apoyos económicos.
Hay entre nosotros quienes dicen que este tipo de trampas son
inevitables. Se trata de los desfachatados que felicitan al más mañoso y
admiran al mejor engañador. Otros compatriotas creen con bobería que denunciar
este comportamiento delictivo solo sirve para los propósitos del candidato
derrotado.
Me rehúso a ser de los unos o los otros. En todo caso me afilio al
contingente de ciudadanos a los que todos los días nos cobran impuestos para
pagar el salario de los funcionarios electorales responsables de evitar que las
señoras Glorias de este país sean víctimas de la compra y la coacción del voto.
ZOOM: agotar en Coahuila y el Edomex hasta
el último recurso legal para defender la honestidad de las elecciones es prever
un futuro político a salvo de maleantes y secuestradores de la democracia.
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