Por: Alejandro Páez Varela
COLUMNAS, Historia de unos días
Comprémonos la
versión del gobierno de Veracruz de que Gregorio Jiménez fue asesinado por
“rencillas personales” (aunque ni siquiera se explica bien a bien de qué se
trataban esas “rencillas personales”).
Digamos que es una pura casualidad que
el periodista investigaba temas relacionados con el secuestro y que fue por obra
de la mala fortuna (o de Dios) que Ernesto Ruiz Guillén, desaparecido
desde el pasado 18 de enero, apareciera en la misma fosa clandestina en la que
se localizó el cuerpo del infortunado reportero.
Digamos
también que (¡ay, los azares del destino!) (ironizo) Jiménez de la Cruz tuvo la
mala suerte de caer en manos de los mismos secuestradores que investigaba por
la desaparición de Ruiz Guillén, quien era un dirigente de la Confederación de
Trabajadores de México (CTM), el sindicato priista. Comprémonos esa versión y
metámonos en la mente de Teresa de Jesús Hernández Cruz, quien supuestamente
pagó sicarios para que el 5 de febrero pasado secuestraran (oh, el destino que
juega con nuestras vidas) (ironizo) al reportero que los estaba investigando,
sí, a ellos mismos, por otro caso.
Imaginemos que
es cierto que esos sicarios no sabían que iban por un periodista que los
investigaba y que su motivación era, dice la versión oficial, la “rencilla
personal” que sostenía Gregorio Jiménez con esa Teresa de Jesús; iban a
vengarla a ella por 25 mil pesos, y nada más. Nada que ver –creamos la versión
oficial– con la labor periodística del reportero quien, insisto aunque ya lo
dije, los investigaba justo a ellos por otro desaparecido que resultó ser
famoso, o cercano a la familia revolucionaria a la que pertenece el mismísimo
Gobernador de Veracruz, Javier Duarte.
¿Me siguen
hasta aquí? Bueno, si ya se compraron la versión oficial, si ya creyeron que
Gregorio Jiménez no fue asesinado por su trabajo como periodista (porque no
sólo investigaba esos casos, sino otros de secuestro), ahora hagan conmigo lo
siguiente: tomen una navaja, un cuchillo, un cuter o como se llamen esas
navajas de oficina y córtese su propio dedo índice. Así de estúpido, como
cortarse a voluntad un dedo, resulta la versión oficial. Es estúpida y es
dolorosa, la versión oficial. Es antinatural.
Con respeto
para el que me lea: la versión oficial de la muerte del periodista es como
cortarse un dedo porque sí: es una verdadera majadería.
2
La omnipotente
vocera del gobierno de Veracruz, Gina Domínguez Colío, tiene muchas acusaciones
en su contra. Muchas. Tantas, me contaba una reportera que me entrevistó en
Xalapa a propósito de la presentación de una novela, que entre los periodistas
veracruzanos se ha considerado demandar a la Comisión Nacional de Derechos
Humanos (CNDH) que le abra un expediente en cuanto se pueda, y esto es, en
cuanto se vayan ella y el Gobernador. Ahora es imposible.
La reacción
sería virulenta porque, me explicó, así son ellos: virulentos. La entrevista,
en la que hablé mal de Duarte, no se publicó. La reportera, por demás
simpática, me daba detalles de algo que ya se ha dado a conocer varias veces y
con distintos casos: que la señora Domínguez tiene tanto poder, que veta a los
reporteros incómodos con un método muy simple: pone a los directores de medios
entre la espada y la pared con la publicidad, de la que depende en buena manera
la prensa en esa entidad.
Los llama, les
pone en aviso, y el reportero pierde el empleo. Así. “Los reporteros que cubren
a Duarte tienen miedo hasta de hacerle preguntas. El señor se puede enojar y,
bueno, lo siguiente es que pierdes tu empleo”, me narró otra periodista; a ella
la corrieron de un noticiero por una crítica nimia, casi infantil. Pero ni las
más pequeñas críticas se valen en tiempos de Duarte. Nada.
De Javier
Duarte son muchísimos los episodios de ira. Muchísimos. Recuerdo de memoria dos
o tres: cuando le gritó a los jornaleros que le reclamaron falta de apoyo
después de un temporal (hay hasta video), cuando le gritó a los reporteros que
le preguntaron sobre autodefensas (hay una foto que reproduzco arriba), cuando
respondió a un líder empresarial a manotazos por el tema de las policías
comunitarias.
Los
periodistas locales dicen que nadie tiene una sola idea de lo que ha
significado el gobierno de Javier Duarte y Gina Domínguez. Me lo puedo imaginar
y no, no tengo ni idea. Alguna vez dije en público, a propósito de la
presentación de otro libro en Xalapa, que era una verdadera vergüenza ver los
quioscos en Veracruz: una misma foto de Javier Duarte aparece TODOS los días en
TODOS los periódicos con la misma nota y la misma cabeza. TODOS los días. No
creo que los directores de los diarios se pongan de acuerdo TODOS los días en
qué foto llevarán TODOS y qué cabeza llevarán TODOS en las portadas de TODOS.
Con respeto, pero con claridad lo digo: la única manera de que aparezca TODOS
los días en la portada de TODOS los diarios una misma foto y un mismo pie y una
misma cabeza y una misma nota alabando las proezas del señor Gobernador, es por
medio de la corrupción disfrazada, o de la publicidad encubierta, o de la
información engañosa.
Son notas
pagadas, pues. En TODA la prensa, o por lo menos aquella que está en los
principales quioscos. Y de verdad discúlpenme esos periodistas y medios
veracruzanos honestos si me los llevo de corbata. Entiendo que Duarte es un
tipo iracundo e irracional; lo he leído y me lo han contado. Pero un tipo así
sólo puede sobrevivir a una sociedad si esa sociedad lo acepta por comodidad.
Si por un
pago, se hacen de la vista gorda. Por cierto: tampoco esa vez que me dije
avergonzado por los quioscos de Veracruz (ante reporteros y gente en general)
se publicó una sola línea.
Lo entiendo.
No lo justifico pero lo entiendo. También entiendo la actitud de mucha prensa
en el Distrito Federal, que apenas publicó unas líneas sobre el asesinato de
Gregorio Jiménez, y fueron las líneas oficiales. Meses antes, Javier Duarte
pagó no se cuántos millones para aparecer a todo lo ancho en esa misma prensa,
con motivo de su informe de gobierno.
3
Pocas veces lo
digo pero lo he dicho: hay muchos casos de periodistas victimizados
(secuestrados, asesinados, hasta torturados) que yo no compro como atentados a
la libre expresión. Se lo he dicho a por lo menos dos representantes de
organismos internacionales de defensa de periodistas en charlas extraoficiales
y oficiales.
No doy muchos
detalles, pero creo que algunos de ellos –repito: algunos– estaban metidos en
asuntos turbios. Me hace impopular decirlo así, seguramente. Pero no soy
defensor de toda la lista de periodistas víctimas. Siento, sin ser investigador
y guiado por los datos que tengo y por la intuición, que no es posible creer
que Gregorio Jiménez fue asesinado por “rencillas personales”.
A esas alturas,
lamento decirles, incluso si se presenta la investigación concluida y apunta a
que no fue atacado por razones de su oficio, no la creo. La evidencia habrá
sido ya manoseada.
Tenemos
organismos oficiales federales (una cosa que se llama pomposamente “fiscalía”)
que investigan estos casos pero no tienen ni autonomía ni presupuesto. Ríos
sobre esto ha escrito mi colega Darío Ramírez de Artículo 19. Otros colegas lo
han denunciado ya. No existe interés del Estado en resolver los temas de
periodistas y les resulta cómoda la impunidad, por más loco que parezca esa
aseveración: periodistas que viven con miedo, periodistas que se autocensuran.
Yo creo que el
caso de Gregorio es uno más en la lista de impunidad generada por el ambiente
de irrespeto del gobierno de Duarte. Como se puede, los matan. Como nunca
aparecen los asesinos, pues los matan.
Que
la familia de Gregorio Jiménez encuentre la paz muy pronto; es lo único que
puedo desearles. Porque justicia no encontrarán. No con ese gobierno nefasto,
no con ese hombre iracundo y perverso, no con esa sociedad cómoda (y su prensa
cómoda) que decide agachar la cabeza antes que levantarse y decir ¡basta! Y de
verdad discúlpenme esos periodistas veracruzanos honestos, que por supuesto los
hay, si me los llevo de corbata.
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