Como en las épocas de Santa Anna, de Maximiliano, de Porfirio Díaz y deVictoriano Huerta, el país vive tiempos oscuros y, al igual que en esas épocas, la oscuridad se espesa con los aluviones de mentiras vertidos desde las cúpulas y con el ejercicio de poderes aparentemente omnímodos e imbatibles que oprimen a la sociedad”
Por Pedro Miguel | Navegaciones
Cunde el desaliento social. La oleada de propaganda del segundo
informe de Peña Nieto lo ahondará, pero también extenderá el descrédito
gubernamental y la exasperación ciudadana. No es grato experimentar el
bombardeo de una retahíla de éxitos falsos, triunfos de papel, avances de
utilería. Digan lo que digan los espots presidenciales, México es hoy más desigual, más
inseguro, más dependiente y más antidemocrático que hace 22 meses, cuando el
régimen oligárquico adulteró la voluntad popular por segunda ocasión
consecutiva para impedir un cambio de rumbo en la conducción del Estado. En realidad,
cada triunfo del régimen –desde la alineación tripartidista del Pacto por México hasta
las reformas estructurales que hizo posibles, desde la
destrucción de las autodefensas michoacanas hasta las impunidades otorgadas a
diestra y siniestra entre políticos padrotes, empresarios causantes de
desastres ecológicos– ha representado una derrota para el país, de modo que el
mensaje presidencial es un recuento de descalabros y tragedias en imagen
invertida.
La ruta de la consulta popular para
echar abajo las reformas es, por ahora, la más transitable para que la sociedad
ponga freno al saqueo y a la acelerada destrucción nacional que ha caraterizado
a este más reciente tramo del ciclo neoliberal, impuesto abiertamente en el
país en 1988 mediante otro fraude electoral. La Suprema Corte de Justicia de la
Nación tendrá que escoger entre someterse sin argumentos al poder presidencial
o acatar la demanda de millones de ciudadanos que exigen ser tomados en cuenta.
El Instituto Nacional Electoral se las va a ver negras para decirle no a la organización de
un referéndum a todas luces necesario. El régimen, en su conjunto, pasará las
de Caín para distorsionar el sufragio de los dos tercios de los votantes que se
oponen a la privatización del sector energético. Y el gabinete de Peña,
empezando por Videgaray, tendrá que sudar la gota gorda para desconocer la
voluntad de la mayoría absoluta de los mexicanos, expresada en las urnas, y
proseguir, pese a todo, la entrega de los recursos naturales del
país a un puñado de zopilotes corporativos.
Como
en las épocas de Santa Anna, de Maximiliano, de Porfirio Díaz y de Victoriano
Huerta, el país vive tiempos oscuros y, al igual que en esas épocas, la
oscuridad se espesa con los aluviones de mentiras vertidos desde las cúpulas y
con el ejercicio de poderes aparentemente omnímodos e imbatibles que oprimen a
la sociedad desde casi todos los frentes: el presidencial, el legislativo, el
judicial, el mediático, el empresarial, el delictivo y el represivo propiamente
dicho. Pero un régimen tan destructivo, depredador, violento y corrupto como el
que padece México en el presente tropieza más temprano que tarde con su propia
inviabilidad y acaba por desmoronarse. Los informes presidenciales son el canto
del cisne del ciclo neoliberal y repiten su sonsonete triunfalista y
exasperante (todos son iguales: los de Salinas, los de Zedillo, los de Fox, los
de Calderón, los de Peña) en tanto el grueso de la sociedad no cae en la cuenta
de que en buena medida la apariencia del poder se sustenta en el poder de la
apariencia: de inamovilidad, de control absoluto, de impunidad inveterada.
Una
vez que la mayoría social cobra conciencia de las dinámicas empleadas para
oprimirla, explotarla, endeudarla, desarticularla, manipularla y despreciarla,
los días del régimen están contados. Y la gestación de esta lucidez mayoritaria
no puede tomarse demasiado tiempo.
Twitter: @Navegaciones
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