Miguel Mancera jefe del gobierno capitalino se prepara para regresar al PRI el D.F |
La entusiasta
participación de los principales líderes y gobernantes del PRD en la clausura
de la primera parte de la telenovela de Enrique Peña Nieto demuestra una vez
más que este partido ha renunciado a cualquier intención de fungir como
contrapeso ante la consolidación autoritaria. Flanqueado por Silvano
Aureoles y Miguel Barbosa como sus guardaespaldas, y con los automóviles de
lujo de la oligarquía nacional acomodados por Miguel Ángel Mancera en la
plancha del Zócalo capitalino, el nuevo emperador pudo pronunciar su vacuo
discurso sin interrupción o protesta alguna.
Los poderosos están
de plácemes con la aparente victoria de su “revolución cultural”, al estilo de
Mao Zedong, que prohíbe, margina y reprime cualquier expresión de descontento
social o cuestionamiento al poder. En su discurso con motivo de la presentación
de su Segundo Informe de Gobierno, el personaje que se ostenta como el
presidente de la República en nuestra propia versión torcida de House of Cards
indicó que precisamente el eje vertebral de la segunda parte de su programa
estelar será lograr “un cambio de actitud, de mentalidad, un cambio cultural”.
El consejero
presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, ya había
adelantado hace semanas uno de los ejes centrales del proyecto ideológico de
Los Pinos. El vocero del régimen en materia electoral aclaró que el
principal problema con la democracia mexicana no sería el deficiente
funcionamiento de las autoridades electorales, sino la falta de
“confianza” de la población en estas instituciones disfuncionales, así como la
resistencia de los actores políticos a asumir y “aceptar su derrota”.
El mensaje es
meridianamente claro. Al régimen no le bastan las “victorias” legislativas del
primer tercio del sexenio actual. Para ellos no es suficiente tapar los ojos,
encintar la boca y amarrar las manos de sus adversarios. También habría que
arrodillar y humillar a los críticos obligándolos a asumir su “derrota” jurando
lealtad eterna al nuevo rey. Se busca pasar de la “vieja” cultura de la crítica
ciudadana y el cuestionamiento al poder a una “nueva” cultura de obediencia
civil y de abyección frente a los poderosos.
‘‘Valoro que dos
representantes de la izquierda mexicana conduzcan los trabajos de ambas cámaras
en el Congreso de la Unión. Su presencia en este acto republicano reafirma la
vocación democrática, nuestra condición de madurez y de civilidad
política, y de normalidad democrática’’, señaló con absoluto cinismo e
hipocresía el Frank Underwoodmexicano la semana pasada en Palacio Nacional.
Es importante
recordar que la autoalabanza televisada que organizó Peña Nieto no cuenta con
ningún respaldo legal ni tiene carácter republicano alguno. La única obligación
del presidente de la República es entregar el informe por escrito al Congreso
de la Unión. Si el ocupante de Los Pinos realmente tuviera “vocación
democrática”, hubiera acudido personalmente al Congreso para escuchar los
posicionamientos de los partidos de la oposición y dialogar con sus
adversarios. Peña Nieto también tendría que aceptar el reto ciudadano
reiterado desde hace meses de afrontar un debate en vivo y sin teleprompter con
la sociedad sobre las “reformas estructurales”, y responder favorablemente a la
petición generalizada de someter la reforma energética a una consulta
popular.
Pero para el
régimen la mejor forma en que un político puede demostrar su “madurez” y su
gran “civilidad” es negociando bonos, cargos y componendas atrás de puertas
cerradas. Mientras, en público los dirigentes de la oposición “moderna” cierran
la boca y aplauden de pie al gran líder. Aquello es precisamente el modus
operandi tanto de los sistemas burocrático-autoritarios del viejo bloque
soviético como del sistema clepto-privatizado enarbolado hoy por Washington.
El comportamiento
de Aureoles, Barbosa, Mancera, Graco Ramírez y Arturo Núñez tampoco tiene nada
que ver con la “izquierda”, sino todo lo contrario. Su subordinación al
poder del dinero y la represión implica el desplazamiento de cualquier
compromiso ético con la sociedad por un “pragmatismo” absolutamente corrupto y
traidor.
La conversión de la
Plaza de la Constitución en un gran estacionamiento de autos de lujo blindados
constituye la viva imagen de la “utopía” neoliberal de quienes hoy nos
malgobiernan. Solamente faltaría agregar algunas bailadoras haciendo table
dance agarradas del asta-bandera para completar la “revolución cultural”
priista con los elementos centrales de la “victoria cultural” panista.
El camino actual
nos lleva a un país totalmente estacionado, un país donde todos los espacios,
las instituciones y los intereses públicos estarán ocupados por los intereses
más retrógrados y excluyentes. Urge encender el motor y echar a andar al México
profundo conocido internacionalmente por su gran dignidad, entereza y
conciencia.
Twitter: @JohnMAckerman
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