por MUJERES QUE SABEN LATINPor
Yadira Hidalgo
Este
fin de semana, el sábado pasado para ser precisa, una chica que conozco de
manera indirecta casi fue víctima de un secuestro. Afortunadamente la joven en
cuestión hizo uso de su valor y su instinto de supervivencia y logró escapar de
sus captores que ya la habían subido a un coche a fuerza de empujones.
Es
gracias a su valor, y nada más, que ahora no estamos posteando su foto vía
redes sociales para buscarla; pues es innegable que éstas se han convertido en
los vehículos desde donde obtenemos esta información, ya que los periódicos,
los noticieros radiofónicos y televisivos, en su mayoría, no están dando cuenta
de este tipo de noticias.
Gabriela
ArleneAsí, cada vez que reviso mi muro de Facebook, invariablemente me
encuentro con la foto de una chica a quien sus familiares y amistades buscan
con desesperación. Desde Chiapas hasta Chihuahua, obviamente pasando por
Veracruz, rostros de jovencitas, algunas casi niñas sonríen desde una foto que
se tomaron sin saber que sería la imagen que advirtiera sobre su desaparición.
¿Qué
hay detrás de las constantes desapariciones de niñas y mujeres en el país? Nos
lo hemos preguntado varias veces desde esta columna y al mismo tiempo que se
nos ocurren varias respuestas, tampoco obtenemos ninguna en concreto de parte
de quienes, supuestamente, deberían estar investigando estos casos.
Durante
los últimos años he conocido a madres y familiares de personas desaparecidas,
quienes no solo comparten una historia de dolor sino también un viacrucis
colectivo en la búsqueda de alguna noticia que pueda dar con el paradero de sus
seres queridos, lo cual, en la mayoría de los casos, no sucede.
No
comer, no dormir, no querer moverse del domicilio para no perder una llamada o
algún indicio que de noticia de ese ser querido que un día no volvió a casa. La
espera que se prolonga días, meses, años; es la constante de un sin número de
familias en este país cuyos integrantes, a pesar de todo, cada mañana logran
despertar y levantarse, quién sabe cómo.
“Lo
peor son los primeros días”, me ha contado innumerables veces mi querida amiga
Bárbara Ybarra, la valiente madre de Gaby, desaparecida y asesinada hace ya dos
años, y aún en espera de que se le haga justicia a su hija adolescente. “Lo
peor es saber que no puedes hacer nada para protegerla”, dice a pesar de todo,
con esa fortaleza que tanto le admiro.
Ojalá
ninguna madre, padre o familiar tuviera que pasar por enfrentar un dolor tan
grande como el que causa la desaparición de un ser querido, ojalá tuviéramos
autoridades más sensibles que dieran pronta respuesta a las solicitudes de
búsqueda dejando fuera la revictimización y los prejuicios que muchas veces se
esgrimen contra las y los desaparecidos.
Ojalá que las
sonrisas que las jóvenes comparten desde sus fotografías, no se convirtieran
nunca en la advertencia de una incertidumbre…
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