Por
Pedro Salmerón Sanginés
Los pseudohistoriadores de la derecha, que desde
las reformas educativas de 1992 y 1993 y, más aún, desde el triunfo electoral
del PAN, combaten con feroz ahínco al molino de viento al que llaman “historia
oficial” –sin ir nunca más allá de los textos de primaria-, han dedicado
páginas y páginas a “desacralizar” a los “falsos héroes”.
Como “experto en la Independencia”, Villalpando
parte de una falsa premisa: el feroz combate contra la historia oficial y la
urgencia de “desacralizar” a los “héroes que nos dieron patria”. Considera que
la historia está conformada por una serie de hechos dados, indiscutibles e
incorruptibles, de lo que concluye que su visión de la historia es indiscutible
e incorruptible (de ahí que confunda la crítica con “envidia”). Juzga la
historia desde sus valores, ya descalificando con base en ellos, sin intención
de comprender; ya trayendo al presente, totalmente fuera de contexto, aquellas
frases o momentos que le convienen a su visión de la política mexicana actual
(véase al respecto el excelente artículo de Roberto Breña, en que demuestra que
la noción de la historia de Villalpando “es no solamente presentista y
maniquea, sino también simplista y simplificadora”, Nexos, septiembre de
2009).
Villalpando, igual que el “historiador” favorito de
la nueva clase política, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, pertenece a una
corriente de pensamiento empeñada en la “desacralización” y la
“desmitificación” de la historia, el combate contra los molinos de viento
llamados “historia oficial” e “historia de bronce”, y el uso político inmediato
de la historia. No hablan de comprender, de valorar, de rescatar las ideas y
los afanes de hombres como Hidalgo y Morelos o Zapata y Villa; no se les
ocurriría mostrarlos como ejemplos de compromiso y dignidad. No, de lo que se
trata es de “desacralizar”. Pero de desacralizar sin comprender, como los
historiadores revisionistas de los años sesenta y setenta. En fin, además de
“desacralizar” a los Hidalgo y los Zapata, parte sustantiva de la labor
autoasumida por Villalpando consiste en establecer “de una vez la verdad de los
hechos” para que la historia “haga justicia” a aquellos que la merecen,
empezando, faltaba más, por don Agustín de Iturbide.
En uno de los últimos destellos de su luminoso
cerebro, Carlos Monsiváis se preguntaba por las razones por las que
Villalpando, “aficionado a la divulgación volandera de la historia”, se
obstinaba -como Felipe Calderón, su jefe de hoy y alumno de ayer- en “rescatar”
a Iturbide, para concluir en la ausencia de razones sólidas (El Universal,
30 de noviembre de 2008). Yo creía lo mismo: hace cuatro años, cuando el
gobierno federal y sus acólitos hicieron todo lo posible porque el bicentenario
del natalicio de Benito Juárez pasara sin pena ni gloria. Sin embargo, no es un
mero ejercicio de nostalgia conservadora: “rescatar” a Iturbide tiene mar de
fondo.
Pero antes de ir al “rescate” de Iturbide,
detengámonos un momento en ese personaje representado tantas veces como su
antípoda: Hidalgo. A Villalpando, Hidalgo parece costarle mucho trabajo. En su
biografía del párroco de Dolores, el encargado o ex-encargado de los festejos
del bicentenario se deshace en elogios del buen sacerdote, mostrándolo siempre
como tal, como buen sacerdote. Villalpando se ha empeñado en “combatir” a
quienes pretenden mostrar al dulce párroco como un hombre borracho, parrandero,
jugador, enamorado y padre de varios hijos, todo lo cual, referido al padre
Hidalgo, le parece sacrílego. Hidalgo es un buen sacerdote imbuido de una causa
santa.
¡Ah!, pero de pronto el buen párroco es arrastrado
por las circunstancias y poseído por un “frenesí libertario” que lo arroja a
inenarrables excesos y terroríficas matanzas. No es Hidalgo el que les
horroriza sino “la turba”, la “anárquica muchedumbre”, la “desordenada multitud
que esa misma noche habría de convertirse en una horda sin control” (Catón, Hidalgo
e Iturbide, p. 39). Odian en Hidalgo que haya caído bajo el terrible
influjo de las masas: el 14 de abril de 2010, en una videoconferencia,
Villalpando afirmó que “Hidalgo promovió el matar gente a diestra y siniestra,
lo que explica las más de 22 mil muertes sufridas en el país desde 2006 a la
fecha, como producto de la guerra contra el narcotráfico”. El Hidalgo
sanguinario y criminal prefigura la criminalidad inherente al mexicano (Luis
Hernández Navarro, La Jornada, 3 de agosto de 2010).
Es esto: la “canalla”, la “plebe” que saquea y se
baña en la sangre de los españoles lo que asquea a los Catón y los Villalpando.
El grueso de sus textos sobre Hidalgo se detiene en “los ríos de sangre” de
“inocentes” y omite su proyecto revolucionario, continuado por Morelos. A ese
tema, a los decretos de Hidalgo en Guadalajara, a su proyecto social, a sus
ideas como caudillo revolucionario, Villalpando le dedica apenas dos párrafos (Miguel
Hidalgo, pp. 99 y 123).
No llega a tanto, pero a veces, pareciera uno estar
leyendo a Luis González de Alba, que afirma sobre Morelos, en una lectura de
los Sentimientos de la Nación aún más presentista y descontextualizada
que las de Villalpando: “¿A esa canalla intolerante y fanática estamos
celebrando? Pues sí, porque seguimos padeciendo los mismos defectos, y por
ellos seguimos hundidos en la pobreza” (Nexos, septiembre de 2009).
Hidalgo, pues, le resulta al menos incómodo a
Villalpando, pero ¡qué epifanía se produce cuando aparece El Libertador!
Quisieron borrar su nombre de la historia y para
ello decidieron acabar hasta con su recuerdo. No les bastó con extirparlo de
los libros de texto, ni con arrancar las letras de oro que lo mencionaban en el
Congreso de la Unión; tampoco fue suficiente ocultar la fecha de su mayor
hazaña (Batallas, p. 72).
El Libertador. Dice “Catón”: A mí me sorprende
mucho que hasta los más fervientes admiradores de Iturbide lo llamen “El
consumador de nuestra Independencia” (…) Iturbide no es el consumador, sino su
hacedor, su único, verdadero autor. A Iturbide le debemos la independencia, la
libertad, el nombre de nuestra patria, su bandera (Catón, p. 573)
Villalpando asegura que Iturbide fue el autentico
continuador de la obra de Hidalgo y el único que entendió la mejor parte, la
espiritual de la lucha de aquel (Batallas, p. 67).
Catón, más sagaz, dice en cambio, y por una vez
acierta, que no hay nexos entre el movimiento de Hidalgo y el de Iturbide. En
efecto, como Luis Villoro, quien ha comprendido mejor que nadie el fondo de la
revolución de Independencia dice –y fundamenta, donde Catón o Villalpando sólo
argumentan sin presentar pruebas-:
El Plan de Iguala logra reunir a las élites
criollas (El Ejército) El alto clero y los propietarios sostienen el movimiento
con toda su fuerza económica y moral. La rebelión no propugna ninguna
transformación esencial en el antiguo régimen. Por el contrario, reivindica las
antiguas ideas frente a las innovaciones del liberalismo (…) El Plan de Iguala
abole la Constitución con todas sus reformas, declara a la Católica religión de
Estado, y establece que “el clero secular y regular será conservado con todos
sus fueros y preeminencias”; lo que ratifica el Tratado de Córdoba.
La intención principal de Iturbide parece ser el
evitar la transformación del orden antiguo en el sentido de las nuevas ideas.
Es lo que expresa él mismo en sus Memorias cuando atribuye la Independencia al
deseo de detener “el nuevo orden de cosas” (…) Todo persiste, por tanto, sin
más cambio que el traspaso de manos de la administración colonial y la
sustitución de su nombre público (Villoro, El proceso ideológico de la
revolución de independencia, 1981, pp. 205-207).
Iturbide, uno de los encargados de ahogar en sangre
la revolución social iniciada por Hidalgo y estructurada por Morelos y sus
compañeros, dio un cuartelazo más o menos incruento para mantener sus fueros y
prerrogativas a los grupos de privilegio. A ese cuartelazo, que llamamos
“consumación de la Independencia”, siguieron 34 años de estancamiento
económico, político y social, durante los cuales la república perdió la mitad
de su territorio. Durante esas tres décadas y media, el país tuvo 24 titulares
del poder ejecutivo, de los cuales trece fueron militares realistas, de
familias acomodadas que pudieron pagar sus plazas de caballeros-cadetes en un
ejército de casta; hombres que combatieron a Hidalgo, Morelos y Guerrero en el
campo de batalla. De esos trece hombres (Iturbide, Negrete, Bustamante, Gómez
Pedraza, Santa Anna, Barragán, Canalizo, Herrera, Paredes y Arrillaga, Salas,
Anaya, Arista y Lombardini), dos estuvieron al frente del poder ejecutivo un
total de trece años (Bustamante y Santa Anna). Otros cuatro “presidentes”
fueron abogados y altos funcionarios realistas que en 1821, como aquellos
militares, se adhirieron al Plan de Iguala (Bocanegra, Vélez, Corro y Peña y
Peña).
La herencia de Iturbide son esos 34 años de estancamiento,
de agonía (rotos por la generación de Juárez, a quien tanto odia Catón); la
herencia de Iturbide la cobraron los ejércitos de Taylor y Scott en 1847; la
herencia de Iturbide es un régimen reacio al cambio, en el que los actores
políticos más importantes fueron la Iglesia, dueña de las conciencias y de la
tierra productiva, y el Ejército, dueño del poder y del erario público. La
herencia de Iturbide es el grito “¡Religión y fueros!” Quizá por eso les
fascina Iturbide.
Por supuesto que esos desastres no se deben
únicamente a la herencia de Iturbide, su defensa de la religión y los fueros,
de los privilegios de los “hombres de bien”. De algún tiempo a esta parte los
historiadores habíamos tratado de comprenderlo a él, a sus herederos y a su
época. Nunca pensé que tendría que escribir en este tono. Pero, en este tono,
recordemos lo que hay que celebrar: la utopía igualitaria de Hidalgo y Morelos,
su profunda sensibilidad frente al hambre y el sufrimiento del pueblo, su
enorme creatividad política; en este tono, conmemoremos las hazañas de Zapata y
Villa, los caudillos surgidos de las clases populares que fueron capaces de
proponer un país más justo y más humano, que llevaron sus propuestas a la
práctica y que, derrotados, dieron la vida por ellas. El México que queremos es
el de Morelos, el de Zapata, no, como quieren Villalpando y Catón, el de
Iturbide y Calderón.
CURRICULUM VITAE
Pedro Agustín Salmerón Sanginés
Resumen:
Es licenciado, maestro y doctor en historia por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene estudios de posdoctorado en la
Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha escrito seis libros y la
introducción y edición de diez más; ha publicado 27 artículos académicos y
capítulos en libros colectivos, además de numerosos textos y artículos de
difusión sobre la historia y la historiografía de México en los siglos XIX y
XX. Ha impartido más de un centenar conferencias en diversos foros y congresos
y difundido sus trabajos históricos en programas de radio, revistas, artículos
de periódico, documentales cinematográficos y guiones museográficos. En 2011
recibió el premio Jóvenes Científicos en el área de Humanidades de la Academia
Mexicana de la Ciencia. Actualmente es profesor de tiempo completo del
Instituto Tecnológico Autónomo de México, profesor de asignatura de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UNAM, articulista de La Jornada e investigador
nacional nivel 1
Currículum completo:
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