El cardenal Norberto Rivera. Foto: Benjamin Flores
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- “El ano del hombre no está diseñado
para recibir.” La frase es del arzobispo de México, Norberto Rivera, y se
incluye en el artículo que la semana pasada publicó en el semanario Desde
la Fe. “El ano está diseñado sólo para expeler. Su membrana es
delicada, se desgarra con facilidad y carece de protección contra agentes
externos que pudieran infectarlo. El miembro que penetra el ano lo lastima
severamente pudiendo causar sangrados e infecciones”.
De lo
que monseñor deduce que la homosexualidad es peligrosa y los matrimonios gays
deben prohibirse. (Lógica de la que devendría a su vez que las lesbianas son el
pueblo elegido de Dios, porque en los coitos lésbicos es posible alcanzar el
orgasmo sin que nada sea recibido ni nada expelido, si acaso un largo aaaaaaah
de satisfacción.)
Pero no
lo tomemos a mofa. En verdad el antedicho es el nuevo argumento contra la
homosexualidad que enarbola el prelado de más alta jerarquía de la curia
nacional, luego de que tantos otros le han fallado. Aquel de que Sodoma fue
destruida por Dios porque sus habitantes practicaban el sexo anal, ya no
conmueve a nadie –excepto a los habitantes de Sodoma, que además ya no
existen–. Aquel de que la homosexualidad es una sicosis, está desautorizado por
los estudios sicológicos emprendidos de forma científica. Aquel de que los
animales no son naturalmente homosexuales, fue refutado por los mismos animales
en cuanto los biólogos observaron sus prácticas eróticas.
Queda
ahora el argumento del ano.
No hay
que desestimar su fuerza. No la fuerza del ano. O del argumento del ano. Sino
de la actual embestida de la curia mexicana contra la homosexualidad, provocada
por la iniciativa que envió el presidente Peña Nieto al Congreso para volver
constitucional las bodas igualitarias, a decir: el derecho de todo mexicano de
casarse con quien desea casarse. El hecho es que el arzobispo ha puesto en pie
de lucha a los obispos del país.
El
obispo Castro Castro está llamando desde el altar de la Catedral de Cuernavaca
a la rebelión civil para destituir al gobernador de Morelos, Graco Ramírez, uno
de los políticos más receptivos a la causa de la igualdad de los géneros y de
las personas de distintas orientaciones sexuales. El obispo de Yucatán, Gustavo
Rodríguez, se declaró dispuesto al martirio de ser encarcelado por impedir,
físicamente, a golpes de violencia, las bodas gays. Y estos son sólo los dos
botones de muestra más coloridos.
En mi novela El dios de Darwin narro la historia verídica de una
mujer transgénero y su novio musulmán que fueron secuestrados por los Hermanos
de Mahoma en la ciudad de Dubái. En una oficina del piso 68 de un rascacielos
se les sometió a una terrible indagatoria. ¿Quién metía el pene y quién lo
recibía en el ano durante el coito? La pregunta no era banal. Según la ley
coránica, el que mete el pene merece el desprecio de la comunidad de los
creyentes, pero el que recibe el pene en el ano merece la muerte porque está
comportándose como una mujer, oh infinito pecado nacer varón y tomar el lugar
de una hembra, y estar confundiendo su ano con una vagina, mil años de miopía a
su parentela entera.
La
historia no contó con un buen final. Habiendo confesado la mujer transgénero
que ella “recibía” en el ano al pene, fue colocada sobre la mesa de acero
inoxidable de la cocina del piso 68, capada, y por fin degollada.
Es en
esa noble tradición de incomprensión y mistificación de la sexualidad y las
zonas erógenas que se inscribe el argumento del ano del Arzobispo Primado de
México y de los obispos que lo siguen sin propia conciencia.
Párrafo
aparte merece el silencio de los defensores de los derechos humanos ante la
presente embestida de los curas contra los gays. Sin duda la impopularidad del
presidente Peña Nieto influye en que los defensores de la igualdad no hayan
defendido hasta ahora su iniciativa de las bodas igualitarias. No les atrae
colocarse del mismo lado del presidente, aunque sea en un tema de justicia
social.
Más
relevante sin embargo me parece a mí el cansancio con el tema mismo. Se antoja
muy pesado en el siglo XXI volver a un debate que la sociedad mexicana ya dio
en el siglo XX y del que resultó la aceptación casi universal de que en
realidad no hay tal tema. Si dos hombres quieren hacer el amor y formar una
familia, si dos mujeres quieren lo propio, ¿a qué negarles el placer y las
tribulaciones del matrimonio, igual que sus derechos civiles?
Y sin
embargo, lo dicho: el arzobispo vuelve al ataque del amor ajeno con el nuevo
recurso del ano y sus 100 obispos han arrancado ya la nueva revolución cristera
para proteger ese anillo de músculos. Así que no cabe excusa, habrá que dar
esta enésima batalla, amigos, amigas de la igualdad. Habrá que repudiar de viva
voz y por escrito esta enésima intentona de la discriminación.
Para
evadir el cansancio, a esta que escribe se le ocurre una nueva táctica. Un
nuevo argumento. ¿Qué tal si esta vez hablamos de la homosexualidad en la
Iglesia Católica de México?
Es
conocido que la institución de Occidente con mayor densidad de gays es la
Iglesia Católica. El propio Papa Francisco reconoció que en la Iglesia Católica
el grupo de mayor poder es el “lobby gay”, los arzobispos homosexuales cuya
fraternidad reside en el secreto mutuamente conservado del amor a los
muchachos.
Pequeña
sugerencia a esos muchachos que en México son los testigos presenciales de la
hipocresía de nuestra alta curia: relaten en voz alta y por escrito esas
fiestas de prelados encendidos por la culpa. Dios, que es amplio y generoso,
que es la energía que anima la vida, que prefiere lo recto a lo torcido para
fluir, les agradecerá la sinceridad.
No hay
nada como la verdad para disipar la mentira. No hay nada como la sinceridad
para disipar la hipocresía. No hay nada como la luz para borrar la oscuridad.
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