Por Redacción
/ Sin Embargo agosto 21, 2016 - 6:34 pm •
La tarde del pasado viernes, decenas de sicarios
encapuchados arribaron al municipio de Actopan, “se trepaban al techo de
las casas y corrían de un lado a otro”. De acuerdo con el relato de los
pobladores, primero llegaron a El Embarcadero, hurtando los objetos de valor
para después llevarse a tres hombres. La segunda parada, bajo el mismomodus
operandi, fue en El Ojital, donde levantaron a otros tres. Después
llegaron a Alto Lucero, para entonces ya habían dos personas heridas y seis
secuestrados. Los habitantes han asegurado que “fueron Los Zetas, el grupo
más fuerte en el estado de Veracruz […] Acabaron con la felicidad de
Alto Lucero. Secuestraron gente. Llevaban una pinche lista y comenzaron a hacer
su desmadre”.
Por Miguel Ángel León Carmona
Veracruz/Ciudad de México, 21 de agosto (SinEmbargo/BlogExpediente).- “Esos
cabrones andaban secuestrando gente. Llevaban una pinche lista y
comenzaron a hacer su desmadre. Yo le puedo decir, primo, que nomás iban por
tres; los otros cinco eran inocentes. Nosotros en el pueblo somos bragados y
quisimos detenerlos; pero contra esa gente no se puede pelear”.
Voces de tres vaqueros, sobre la avenida Murilla Vidal, de Xalapa, Dicen
sentirse incómodos en las salas donde ahora velan a cinco de los ocho
asesinados el pasado viernes 19 de agosto, en la llamada masacre de Alto
lucero.
Allí adentro, en el parque memorial Bosques del Recuerdo, sólo abundan
los quejidos y el olor a cadáveres de tres días. Además, los hombres tampoco
pueden recordar a los suyos como se acostumbra en el rancho El Limón; llorando
y maldiciendo culpables, aferrados a una botella de tequila Cien Años.
“Estos canijos acabaron con la felicidad de nuestro pueblo. Iban
buscando billete, porque sí hay, pero las fortunas se hacen chiquitas cuando se
tienen seis o siete hijos. A esa gente le gusta hacer dinero a la mala.
Nosotros tratamos de defendernos; pero eran un chingo”.
¡Ay, primo nos partieron la madre!”, dice el más viejo de los vaqueros,
mientras se cura la pena con sabor a agave.
El reportero escucha la charla mientras busca un encendedor para quemar
un cigarrillo. “Venga, mijo, aquí se lo prendemos. Además se ve que quiere
escuchar la historia. Venga, que se la vamos a contar, pero antes péguele un
trago a la botella y no sea grosero”.
El más sobrio de los tres se recoge el llanto y se presenta como
pariente de cuatro difuntos: Orlando Grajales Aguilar de 23 años. Tomas
Grajales Rodríguez de 46. Francisco Montero Rodríguez de 40, y Mario Montero
Rodríguez de 67. “A Tomás lo mataron por defender a su chamaco y a Pancho por
querer salvar al viejón. Así las cosas”.
Es como la tragedia comienza a dibujarse, brindando por los caídos, unos
de Alto Lucero y otros del municipio vecino de Actopan, Veracruz. Una barredora
fúrica en menos de 12 kilómetros que sembró el pánico en tres comunidades de la
costa veracruzana.
En tanto, de los agresores, los vaqueros reprochan sobre la vía pública:
“Qué otro grupo habrá sido que no sea el más fuerte en Veracruz, primo. Los
Zetas”.
ADEMÁS:
“EN EL EMBARCADERO, PRIMERA PARADA, SE LLEVARON A TRES”
Eran las 16:00 horas del viernes 19 de agosto en la comunidad de El
Embarcadero, Actopan, Veracruz; las señoras levantaban los trastes de la
comida, los niños jugando con las canicas y el trompo de madera; los más viejos
contemplaban el silencio desde sus butaques (sillas de madera
con forro de piel de borrego). Fue cuando una tormenta de proyectiles cimbró el
cielo.
Los entrevistados hablan de al menos quince vehículos de distintos
modelos, con al menos 50 gatilleros abordo. La Fiscalía General cita
12 que fueron decomisados, con placas del Estado de México y de Veracruz.
“Había unos bien chamacos, otras ya señores; unos se dejaron ver las caras,
otros iban de pasamontañas”.
El presunto mando del convoy sacó una lista de papel y leyó el nombre de
Claudia Montero Zavaleta. No fue difícil localizarla, aseguran, pues en el
camino de terracería apenas se asoman cuatros viviendas. La orden fue
levantarla.
Los sujetos armados irrumpieron en las viviendas del Embarcadero
hurtando los objetos de valor: pantallas, electrodomésticos, dinero en
efectivo. Dejando un destrozo en los interiores.
Sin embargo, dos hombres de oficio queseros trataron de impedir el secuestro
de Cluadia Montero. No hubo respuestas de los encapuchados; se los llevaron
también. Los subieron a las bateas, vistiendo sus mandiles y botas de hule
blancas; el uniforme de su eterno oficio.
“No sabemos si la difunta tenía dinero, pero estos queseros eran bien
pobres. Su error fue querer rescatar a la muchacha; murieron haciendo lo que
nos enseñan los viejos en el pueblo, defender a las mujeres”, comparten los
vaqueros, ya con la botella de tequila anunciando el fondo.
A ninguno mataron en ese momento, aseguran los testigos. El plan seguía
en pie, secuestrar a todos. “Mejor para los malos, pues ya se les estaba
haciendo costumbre secuestrar por esos rumbos. Dijeron si vengo por uno pues me
llevo a tres, qué chinga”.
“SEGUNDA PARADA, EL OJITAL, LEVANTARON A OTROS TRES”
¿Quién es Mario López?, preguntó un encapuchado, palomeando su lista de
papel. “El viejo ya colmilludo, contestó que no estaba. Pero, Mario, su hijo,
al ver a tantos hombres armados bajo corriendo desde la azotea y dijo que era
él… Pero a quien buscaban era al Pancho. A esos canijos les valió madre y
se llevaron a los dos” comparte el vaquero a las afueras de Bosques del
Recuerdo, esta vez con un trago profundo a su bebida de tequila, por tratarse
de sus familiares.
Del primer poblado, El Embarcadero al Ojital, hay unos cinco kilómetros
de distancia. La gente no tuvo tiempo ni señal telefónica para prevenir a los
vecinos. Además, cuentan los testigos que los gatilleros esta vez bloquearon
las estradas del pueblo con sus vehículos. Nadie debía escapar, fue la orden.
De la comunidad El Ojital, también perteneciente al municipio de
Actopan, secuestraron en total a tres personas. La última víctima, cuentan los
entrevistados, responde al apodo de “El Pelón”, a quien no hallaron los
pistoleros y en su lugar plagiaron a su hermano. “Fue la misma chingadera,
primo. Nadie quiere que le quiten a un hermano”.
La técnica para penetrar el temor entre los lugareños fue la misma;
lluvia de balas, palabras altisonantes y carcajadas de los encapuchados. “Allí
se robaron hasta una camioneta; ropa, tenis, todo se llevaron. Tengo una prima
que tenía unos loros, pues hasta los loros se chingaron”, precisa el hombre,
que si bien rebasa los niveles del alcoholímetro, advierte que su nombre no
debe salir en el escrito.
ADEMÁS:
“LA TERCERA PARADA ERA EL LIMÓN, PERO NO LOS DEJAMOS”
Los personeros arrancaron los automotores y pusieron la mira en el
tercer poblado, ya en el municipio de Alto Lucero, en el rancho El Limón, a
escasos siete kilómetros de distancia. Habían transcurrido al menos 20 minutos
y la presencia policial de José Nabor Nava Holguín, Secretario de Seguridad
Pública del Estado.
El saldo para entonces ya era de seis personas plagiadas y otras dos
heridas por proyectiles; gente que ante el estruendo de los armamentos salieron
a asomarse desde la azoteas. “A uno le impactaron en el pecho y está
hospitalizado de gravedad. A otro le rozaron la oreja”, detalla Manuel
Domínguez, Alcalde de Alto Lucero.
El mensaje, en el poblado rural había llegado más pronto al Limón que la
asistencia policial. Acto seguido, la comunidad, no mayor a los 200 habitantes,
decidieron repeler el convoy de presuntos secuestradores con una hilera de
camionetas y carros de remolque.
“Nosotros esperábamos un carro o dos, pero eran un chingo. La primera
vez que hubo un secuestro nada más entraron dos camionetas. La verdad, primo,
al ver tanta gente mejor decidimos escondernos en nuestras casas. Tenemos más
huevos que ellos, pero con tanta pistola no se puede”, se lamentan los
vaqueros, advirtiendo que la bebida de litro está por terminarse.
“ALGUIEN LES DIO EL PITAZO A LOS MALOS Y SE FUERON”
“A lo mejor les dieron el pitazo de que iban los soldados y ya no
entraron al Limón. Desafortunadamente ya le habíamos dicho a mi pariente Tomás
que se jalara para el pueblo a auxiliarnos. ¡Ay, primo, a ellos no les tocaba,
pero por querer venir a apoyarnos se lo chingaron junto a su hijo también”.
El convoy se desvió del Limón con rumbo a la comunidad de El
veinticuatro, Alto Lucero. Tomás y Orlando regresaban de su jornada en el
campo, a bordo de una camioneta Pointer color gris… Fue en un camino sin salida
donde padre e hijo se toparon con el arsenal de los encapuchados.
“Donde acorralaron a mis parientes está un puente; se quedaron a cinco
segundos de haber llegado a la cima. Me imagino que de haber visto el desmadre se
pudieron haber desviado o escondido. Pero los malos vieron que la camioneta
venía recio y comenzaron a dispararles”.
“Pensamos que Tomás murió al instante, porque recibió varios impactos en
el cuerpo. Aun así lo subieron a la camioneta con los otros seis que iban
secuestrados. A Orlando le pegaron con los rifles en el rostro. A lo último lo
mataron con el tiro de gracia”, cuentan los hombres de sombrero.
ADEMÁS:
“SI NOS VA A CARGAR LA MADRE, A USTEDES TAMBIÉN”
El Alcalde de Alto Lucero asegura que apenas recibió la noticia del
altercado en la zona de su municipio solicitó apoyo a la Secretaria de la
Defensa Nacional (Sedena) y de la Seguridad Pública (SSP). Los lugareños dicen
que a los gatilleros les dio tiempo suficiente para decidir.
“Esos canijos dijeron: si me va a cargar la madre, pues les va a cargar
la madre a ustedes también. Entonces asesinaron a las ocho personas, una por
una, abandonaron los carros y se dieron a la fuga con rumbo a la sierra de
Laguna Verde. Cuando la policía llegó nomás vieron el regadero de gente”.
“Aquí las cosas están raras, cómo es que los soldados se encuentran de
frente a los malos, ya con los helicópteros sobre volando y no matan a nadie y
además se les pelan. Ya no sabemos si les dieron chance”, comenta el vaquero,
que para el final de la botella de tequila y se ha puesto a tono del llanto de
sus compañeros.
“Lo que nos da más muina, primo, es que mataron a personas que
trabajaron como animales y ni siquiera pudieron disfrutar. Semos hermanos y nos
queremos como hermanos. Por eso me duele esta pérdida. Por la pinche maldad de
estos cabrones”.
Así termina la entrevista sobre la masacre de Alto Lucero; una historia
más en el libro de Javier Duarte de Ochoa.
Una botella de tequila Cien Años que permitió a los más valientes de la
familia llorar por los suyos y hasta dictar el grupo de los presuntos asesinos.
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