Fue un genio militar que logró vencer a
Custer en Little Big Horn (una batalla acaecida el 25 de junio); un líder
carismático que dirigió a sus hombres contra los «wasichus» (hombres blancos)
que querían conquistar las tierras de los pieles rojas y, además, un bravo
guerrero que se lanzaba contra sus contrarios al grito de «¡Hoka Hey!» («¡Hoy
es un buen día para morir!»).
Caballo
Loco fue un jefe indio que cambió la historia de
los Estados Unidos al infligir al país una de las mayores derrotas del Siglo
XIX.
Sin embargo, no murió como un bravo guerrero debe y
como él hubiera querido: combatiendo hasta desfallecer contra sus enemigos.
Por el contrario, dejó este mundo un 5 de
septiembre de 1877 después de que un soldado del ejército norteamericano le
clavara una bayoneta a traición, y por la espalda.
El potro se hace
caballo
Caballo Loco vino
al mundo en los territorios que hoy ocupa Dakota del Sur(al
norte de los Estados Unidos) en 1842. Su infancia fue controvertida pues, como
explica el divulgador histórico Gregorio Doval en
su obra «Breve historia de los indios norteamericanos», su madre
falleció cuando él no era más que un niño. Fue entonces cuando su padre (un «hombre medicina» llamado también Caballo Loco) decidió
tomar en matrimonio a su hermana para que el pequeño no creciese solo. Con
todo, a nuestro protagonista no le afectó el destino de su progenitora y creció
sano y fuerte. «Antes de cumplir los doce años ya había
matado su primer búfalo y montaba su primer caballo», explica Doval.
Durante aquellos
años fue testigo de algunas de las matanzas más
cruentas que el ejército norteamericano perpetró contra los
indios con el objetivo de que abandonaran los territorios en los que habían
vivido desde siempre y se encerraran en reservas.
«Con dieciséis años adoptó el nombre de su padre y participó por primera vez
como guerrero en una incursión exitosa, pero en la que fue herido en una pierna», completa el experto. A
partir de ese punto Caballo Loco se fue ganado la lealtad de su tribu a base de
arco y hacha, pues demostró su valor y su valía como guerrero primero, y
general después, en todo tipo de combates contra los norteamericanos.
Indios al
frente de Caballo Loco- Wikimedia
Sin embargo, su
gran victoria se sucedió en Little Big Horn (batalla cuyo aniversario se
celebrará mañana). Aquel día, un Caballo Loco convertido ya en jefe de los
siouxs oglala acabó, junto a Toro Sentado, con el
Séptimo de Caballería del mal llamado general Custer (pues era teniente
coronel). Un hombre enviado por los EE.UU. para obligar al jefe indio a pasar
el resto de su vida lejos de territorios que, desde siempre, habían sido de su
tribu. Con todo, lo cierto es que Cabellos Largos (como
le conocían los nativos) no solo no consiguió vencer a aquellos pieles rojas,
sino que murió con sus hombres tras lanzarse como un verdadero cafre con poco
más de 200 jinetes contra 1.200 nativos.
La derrota tras la
victoria
Sangre y balas para
los indios que asesinaron a Custer. Tras la derrota de Little Big Horn Estados
Unidos comenzó una campaña de venganza contra
los nativos que habían acabado con la vida de Cabellos Largos. Una tormenta de
muerte apoyada por la población, ávida de sangre, y realizada con la excusa de
confinar a los nativos en reservas. Como ya había sucedido meses atrás, las
persecuciones y matanzas de pieles rojas se generalizaron.
El frío, el hambre y las balas
estadounidenses acosaban a los indios
No importó
demasiado a la ciudadanía -poco ducha en táctica militar- que el oficial se
hubiese lanzado de bruces y sin ninguna posibilidad contra un poblado que
superaba ampliamente a su Séptimo de Caballería. Los norteamericanos, el
ejército. y el gobierno de las barras y estrellas querían derramar sangre para desquitarse. Por eso fue
por lo que el gobierno ordenó a oficiales como el general George R. Crook o el Coronel Miles (más conocido como Chaqueta de Oso Miles) que se dedicasen a hostigar
durante meses a todo aquel con penacho de plumas que se cruzara frente a sus
fusiles.
Perseguidas y
apaleadas, a muchas tribus indias no les quedó más remedio que marcharse de sus
casas y convertirse en nómadas. Casi se podría decir que el remedio fue peor
que la enfermedad pues, con la llegada del frío, se hizo
imposible para jefes como Caballo Loco dar de comer a sus hombres, mujeres y
niños. Gregorio Doval señala en su obra lo difícil que fue durante ese tiempo
para los indios conseguir alimentos. El historiador estadounidense Dee Brown es de la misma opinión, la cual
hace patente en «Enterrad mi corazón en Wounded Knee»
al señalar que el «frío y el hambre se habían hecho insoportables».
La primera traición
Al final, la falta
de un trozo de carne que llevarse a la boca, el insoportable viento gélido que en aquellas fechas
les helaba los huesos, la escasez de municiones con
las que enfrentarse a los contrarios, y las promesas de sus enemigos de que
solo querían parlamentar, hicieron que Caballo Loco se dejase convencer por sus consejeros y aceptase
reunirse con los casacones para pactar una solución a aquella persecución
malsana que iba a acabar con su tribu. Para entonces, de hecho, no le parecía
tan mala la idea de que les cediesen una reserva.
Lo cierto es que
Caballo Loco no estaba del todo conforme con la decisión de parlamentar la
posible retirada de su pueblo, pero no le quedó más remedio que hacerlo, por lo
que se preparó para llamar a la puerta -bandera blanca en mano- del mismísimo
campamento del coronel Miles. «Ocho fueron, entre jefes y
guerreros, los que se prestaron voluntarios para acudir al fuerte con bandera
de parlamento», explica Brown.
Expuesto y sabiendo que podía ser aniquilado, Caballo Loco se personó junto a sus hombres frente a las puertas de la plaza. Y todo parecía ir bien... hasta que unos mercenarios (indios como ellos, por cierto, pero a las órdenes de los «hombres blancos») les vieron llegar y les tirotearon como si se trataran de conejos. Cinco de los hombres del séquito se fueron con el Gran Espíritu (murieron baleados, vaya), pero nuestro protagonista tuvo suerte y logró salir ileso. A partir de ese momento, la poca fe que le quedaba a este jefe indio se esfumó. Aquellos bigotones no eran gente de fiar, por lo que decidió que lo que le tocaba era volver al campamento, hacer el petate, y poner pies en polvorosa.
Su última batalla
Pero Miles no estaba dispuesto a dejar escapar a Caballo Loco, un líder cuya importancia era crucial para la moral de los nativos, así que llamó a sus hombres para perseguir a los indios y acabar con ellos de una vez.
«El militar les dio alcance el 8 de enero de 1877 en Battle Butte. Caballo Loco apenas tenía munición para defenderse, pero contaba con algunos jefes guerreros extraordinarios que, recurriendo a sus argucias y audaces tácticas, lograron extraviar primero, y castigar después, a los soldados mientras el grueso de la fuerza india ponía tierra de por medio atravesando las Wolf Mountains», explica Brown.
Durante esa batalla, la última de este jefe indio, sus hombres lograron que el pomposo ejército de los Estados Unidos se retirase a base de arco, flechas e ingenio (pues la munición era algo escasa). Con todo, el frío también ayudó a que Miles saliese por piernas y se dirigiese hacia su campamento. Había sido traicionado por el hombre blanco pero, al final, Caballo Loco había salido victorioso.
La rendición de un héroe
Pie sobre pie, y todavía con 900 siouxs oglala junto a él, Caballo Loco logró llegar hasta el noroeste de los Estados Unidos, a las tierras del río Powder. Una zona que podría haber sido idílica para él de no ser porque el Ejército de los Estados Unidos andaba pisándole los talones descalzos. Las semanas siguientes continuaron entre el hambre, el frío y la desesperación para los nativos. Y todo ello, aderezado con los tejemanejes que se traía el general Cook quien, al ver lo que le estaba costando acabar con aquellos siouxs, ofreció grandes ventajas políticas a otros jefes indios a cambio de que convenciesen a Caballo Loco, de una santa vez, de que lo mejor era rendir las armas y retirarse a una reserva.
La efectividad de su llamada fue innegable, pues algunos líderes tribales como Cola Moteada o Nube Roja trataron de hallarle para convencerle de que, a pesar de todo, el hombre blanco no era tan malvado como parecía. Nube Roja fue el que encontró a Caballo Loco y le transmitió que, a pesar de que el general Crook estaba hasta el sombrero de él, le ofrecía una retirada honrosa en una reserva cerca del río Powder.
«Los 900 oglalas supervivientes se estaban muriendo de hambre […] los guerreros carecían de munición y los caballos parecían sacos de huesos. La promesa de una reserva en el territorio del Powder era todo cuanto hacía falta para que, por fin, Caballo Loco ofreciera su capitulación», explica Brown. La oferta fue demasiado tentadora para el líder indio, que terminó pasando por el aro y rindió el hacha el 5 de mayo de 1877 en Fort Robinson. «El último de los jefes guerreros de los sioux acababa de convertirse en un indio más de las reservas; desarmado, sin caballo, sin autoridad sobre los suyos y prisionero de un ejército que jamás había logrado vencerle en el campo de batalla», completa el experto. Lo cierto es poco más podía hacer.
La reserva debida
Capitular ante el hombre blanco no terminó con las penurias de Caballo Loco. Y es que, el paso de las semanas demostró al jefe indio que Crook no tenía demasiadas intenciones de darle, ni a él ni a su tribu, una reserva en la que asentarse en el territorio prometido. De hecho, el general terminó obligando a los siouxs oglala a asentarse en un campamento cercano a su fuerte para tenerles controlados.
Aún así, a partir de entonces el feroz guerrero se mantuvo fiel al acuerdo al que había llegado con aquel sujeto ataviado con tres estrellas y procuró que sus hombres no participaran en escaramuzas contra el ejército de los Estados Unidos. Con todo, de tonto no tenía una pluma del penacho y, en palabras de Doval, sus esperanzas de que el militar cumpliera con los dicho no tardaron en desvanecerse en el aire. «Caballo Loco hacía caso omiso de todo cuanto le rodeaba; él y sus hombres vivían solo pensando en el día en que Tres Estrellas Crook cumpliera su promesa», determina Brown.
La situación llegó a ser tan tensa que Crook (desconocemos si para ganar tiempo o no) ofreció a Caballo Loco viajar hasta Washington para entrevistarse con el presidente Rutherford B. Hayes. El tema a tratar: la cesión de la reserva. El jefe indio se negó.
«Él bien sabía cuanto ocurría a los jefes que acudían a la gran capital: volvían gordos y relucientes a causa de la buena mesa y del confort del gran padre blanco, y toda traza de bravura y temple había desaparecido de sus personas. Observaba los cambios experimentados por los mismos Nube Roja y Cola Moteada que, conscientes de aquello, sentían animosidad hacia el jefe más joven», destaca el experto. Esta falta de respeto al hombre blanco no hizo más que tensar unas relaciones que, ya de por sí, andaban más tirantes que la cuerda de un arco similar a los que habían utilizado en sus buenos tiempos los nativos.
Si los ánimos ya estaban candentes, terminaron por ponerse al rojo vivo en agosto. Fue entonces cuando llegaron noticias hasta Caballo Loco y sus hombres de que la tribu de los nez percés («narices agujereadas») había entrado en guerra con el ejército de los Estados Unidos. Aquello no era algo excesivamente raro, pero lo que sí lo fue es que los norteamericanos solicitaran a los oglalas que se alistaran en sus filas para servir como exploradores. El jefe indio, al que solo le quedaba el respeto de los miembros de su tribu, instó a que nadie participara en aquella absurda contienda generada por el hombre blanco. Sin embargo, el 31 de agosto su ánimo fue destruido cuando multitud de jóvenes guerreros pieles rojasdecidieron vestir el uniforme azul de la caballería para servir a las órdenes del presidente.
Las incógnitas de su captura
A partir de este punto la historia de Caballo Loco es algo confusa y varía atendiendo a las fuentes a las que se acuda. Brown, por ejemplo, afirma que se sintió tan «asqueado» al ver como sus hombres le desobedecían y se unían al ejército norteamericano, que decidió abandonar sin permiso el campamento en el que vivía para regresar a sus tierras ubicadas en el río Powder.
«Cuando Tres Estrellas Crook se enteró de la nueva, por medio de sus espías, ordenó que ocho compañías se desplazaran inmediatamente al campamento de Caballo Loco, situado a pocos kilómetros de Fort Robinson, para hacerlo prisionero. Sin embargo, el jefe indio fue advertido por unos amigos, y los oglalas se dispersaron en todas direcciones», explica el experto. Según su versión, el jefe indio huyó hacia la reserva de un viejo amigo, Toca las Nubes. Un lugar en el que fue encontrado y capturado posteriormente.
No obstante, esta no es la única teoría sobre su captura. Doval afirma en su obra que Crook detuvo a Caballo Loco basándose en la idea de que estaba organizando una rebelión contra los Estados Unidos. «El general ordenó su arresto aprovechando que [Caballo Loco] había abandonado el fuerte para llevar a su esposa enferma junto a sus padres», determina el español.
Por su parte, la página web del gobierno de los EE.UU. dedicada a la memoria de este jefe indio aporta una versión totalmente diferente: «En 1877, Caballo Loco fue bajo bandera blanca a Fort Robinson. Las negociaciones con los líderes militares de los EE.UU. estacionados en el fuerte se rompieron. Los testigos culparon de ello a los traductores, que no transmitieron bien lo que quería decir Caballo Loco. El jefe fue detenido y llevado a la cárcel».
Una muerte a traición
La llegada al fuerte de Caballo Loco no es la única parte de la vida de este jefe indio que ha generado más controversia. Ese honor corresponde a su muerte, la cual se sucedió poco después de que fuera capturado por los estadounidenses. La versión más extendida sobre su fallecimiento es que corrió a cargo del ejército norteamericano y que sucedió a traición.
«Los soldados lo hicieron prisionero y le comunicaron que sería llevado a Fort Robinson para entrevistarse con Tres Estrellas. Una vez en el fuerte, le dijeron que era demasiado tarde para ver a Crook aquel día, de modo que se le puso bajo la vigilancia del capitán James Kennington y de uno de los policías de la reserva. Este no era otro que Pequeño Gran Hombre [su antiguo amigo]», explica el experto.
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