Por Ignacio García H.
Hay un chiste, tal vez nada jocoso, pero que
ilustra con precisión lo que aquí deseo exponer. Dice el cuento: “Había dos
compadres que se fueron a la Feria de San Marcos, dispuestos a jugarle a la
apostada en eso de las galleras. Uno de ellos, que se decía experto en las
peleas, llevaba al otro como novato. Después de ir ganando aquí y allá en
varias peleas, el primerizo decidió apostarlo todo en la pelea estelar.
Entonces preguntó al compadre experto: ‘Compadre ¿cuál es el bueno para usted?
El otro, halagado por la consulta del novato, le dice: ‘El bueno es el Giro,
compadre…Usted apuéstele todo a ése’. Apenas la pelea comenzó, el gallo
Colorado dio un descolgón al Giro y lo degolló. El compadre bisoño,
decepcionado y triste, interroga: ‘Compadre ¿no que el bueno era el Giro? …
¡Sí, compadre! Ése es el bueno…! El Colorado es máaaaaasss malo!.
Esto se parece al escenario que los candidatos a
la presidencia de los Estados Unidos (los peores de su historia) le han puesto
(muy aparte de la zozobra en su propia nación) a un buen número de mexicanos
que van desde amas de casa, hasta articulista, comentaristas de noticias,
cantantes, políticos de altura, iglesia, empresariado y demás.
Bajo la óptica de muchos, se mira a Donald Trump
–dadas las amenazas de bardas y excesos que tienen que ver con su propia
incapacidad para refrenar su lengua-- como el enemigo número uno de los
mexicanos… Por el discurso peyorativo del poderoso empresario, todo indica que
se lo merece: ya incluso Peña Nieto, vía Videgaray, probó que Trump no se anda
por las ramas en eso de las amenazas y que, efectivamente, por su práctica
discriminatoria resulta indeseable para los mexicanos. Ni hablar.
Y, cómo no hay ya de dónde escoger, pues ni modo.
Se ha dado en señalar –en ámbitos señalados líneas arriba, y con un entusiasmo
parecido al de los priístas que votaron por Javier Duarte —que nuestra
salvadora debería de facto ser y lo es (¡válgame Dios si no!) la señora Hillary
Clinton. Lo que no se valora aún es que, en el fondo, ella viene a ser algo así
como el gallo Colorado de la Feria de San Marcos: al lado de Trump resulta ser
“muuuuuuuuuuy mala, compadre”. Diremos por qué.
Hillary Clinton es poseedora de un background
político que habla de una “América para los americanos” (Doctrina Monroe),
“Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”, (John Foster Dulles) y el
Destino Manifiesto ( la creencia en que Estados Unidos de América es una nación
destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. Esta
idea es también usada por los partidarios para justificar otras adquisiciones
territoriales). Mucho más que Trump --bocón dado al empresariado, a la
farándula, y los affair sexuales-- la Clinton conoce en lo profundo las
entrañas de estas doctrinas que validan la pretendida creencia de unos Estados
Unidos guardianes, reyes y señores del mundo. Si eso fuera sólo una postura en
lo pasivo, Clinton no representaría ningún peligro. Pero lo es, y en demasía.
Lo es, primero porque Hillary Clinton no es ella
sola, y lo es; porque ella por sí sola (su persona, pues) y como presidenta
posible de aquella nación, encaja perfectamente en el aparato norteamericano de
represión y sometimiento hacia otras naciones: su “experiencia política” le
daría manos libres para redoblar esfuerzos para cumplir con los lineamientos y
proseguir con la política militar e injerencia en países que se le antoje, todo
bajo el pretexto de la seguridad interna de los Estados Unidos.
En la retórica oficial de la Estrategia de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos, se dice que:
"Nuestras fuerzas tendrán el poderío
suficiente para disuadir a los adversarios potenciales de adelantar una
escalada militar con la esperanza de sobrepasar o igualar el poder de Estados
Unidos".
Un conocido experto en asuntos internacionales,
John Ikenberry, describe esta proclamación de la política estadounidense, como
una:
"estrategia global que comienza con el
compromiso fundamental de preservar un mundo unipolar donde Estados Unidos no
tenga un rival a su altura (…) condición que ha de ser permanente de modo que
ningún Estado o coalición pueda jamás desafiar a Estados Unidos en su condición
de líder mundial, protector y guardián de la ley".
De esta forma, continúa Ikenberry, "La nueva
gran estrategia imperial presenta a Estados Unidos como un Estado revisionista
que busca explotar sus ventajas presentes para la creación de un orden mundial
donde él dirija la función", incitando así a otros a buscar formas de
"soslayar, socavar, contener o vengarse del poder estadounidense".
Esta estrategia, en palabras de Ikenberry, amenaza con "dejar más
peligroso y dividido al mundo y menos seguro a Estados Unidos".
¿Qué tiene que ver esto con Hillary Clinton? ¿Se
le prefiere en México porque le reduce unos centavos al dólar en un debate?
¿Porque ella no pondrá un muro de aquel lado del Río Bravo?. ¿Porque en
círculos feministas causa alegría su género y su porte de estadista? Veamos.
Si bien Trump es un ser execrable, y nadie lo
quiere como presidente de EU, él no posee –por más que se quiera-- esa
“experiencia” de una Clinton capaz hacer detonar una guerra de consecuencias
inconmensurables, además de mantener bajo el piso (como siempre ha sido) a sus
vecinos mexicanos, los llamados del “patio trasero”. Clinton poseería todos los
recursos para llevar al mundo, en nombre de esa su seguridad nacional, a una
verdadera catástrofe. No, no pondría un cerco a los mexicanos: los usaría
siempre para sus propósitos bélicos.
LA GUERRA ANTICIPADA (Toda una aberración)
Ocho años en la Casa Blanca junto a su marido
Bill, Senadora del Congreso y luego Secretaria de Estado, han permitido a la
Clinton el “entrenamiento” suficiente en la línea dura de los halcones de su
país. Ella ha sido parte sustancial de la gran estrategia imperial que afirma
el derecho de Estados Unidos de emprender una "guerra anticipada" a
discreción. ¿Qué es una guerra por anticipación? Se habla de un estado de
guerra no que podría prevenir un peligro para el país, sino de una que guerra
que, de facto, anticipa hechos y situaciones y ataca por atacar. Un estado de
guerra preventivo, por el contrario, podría encajar en el marco del derecho
internacional. Por ejemplo, de haberse detectado, un ejército bien armado en
Palestina con tanques rusos, o bombarderos chinos aproximándose a Estados
Unidos, habría razón para mover el aparato bélico norteamericano y prevenirse
de un virtual ataque. Pero no, no se trata de prevenir. La guerra que Hillary
ha promovido y encabezaría con todo el poder que le da la presidencia, está
basada en la sospecha: se trata de "imaginar" un peligro venido de
cualquier lado, y en nombre de esa paranoia, atacar a diestra y siniestra a los
posibles, aún no probados, “enemigos” –como ya se hace actualmente en muchas
regiones del planeta.
Este tipo de guerra, marcado por la sospecha, da
pie a que quienes detentan el poder de “prevenir”, se vayan contra quien
quieran por sólo "sospechar" (círculo vicioso con el que se validan
las intervenciones militares). Así es como se emprenden cruzadas en contra de
"insurgentes revoltosos" en la franja de Gaza que, si bien armados
con palos y piedras, a los paranoicos les “parecen” bazucas y comandados por el
Ejército Rojo. Esta estrategia funciona ya desde la administración Reagan en
Granada en 1983.
Lo que hoy sufren muchas pequeñas naciones de
Medio Oriente (entre ellas la despojada Palestina), forma parte de esta
agresión por anticipado: claro, aquí Estados Unidos actúa bajo el martillo del
ejército sionista.
Por otro lado, esta guerra de anticipación es sólo
propiedad de los “dueños” (valga el súper-plenosmo). Durante muchos años, Cuba,
Nicaragua, Yemen, Líbano, Libia, y muchos otros países de América Latina más,
habrían podido hacer lo mismo: ejercer también igual derecho ante un virtual
ataque estadounidense: si ellos me atacan yo me defiendo. Aunque es obvio que
las naciones débiles tendrían que estar locas para ejercer estos derechos. La
simple instalación de una armadora de camiones, sin avisar a los EU, les
valdría uno que otro bombardeo, bajo sospecha de fabricación de misiles de
latón or something like that.
Porque, cualesquiera que sean las justificaciones
para una guerra de anticipación, éstas, de acuerdo a la política
estadounidense, no son válidas para este tipo de naciones pequeñas (tampoco
para las no aliadas, aclaro), especialmente bajo la interpretación que se le
da, ya se dijo, a este concepto: “el empleo de la fuerza militar para eliminar
una amenaza imaginada o inventada” (recuérdese Irak y a Saddam Hussein).
De otra forma, y de acuerdo a una ONU, organismo
bajo el dominio de Estados Unidos, la guerra de anticipación cae en la
categoría de crímenes de guerra...Pero a los EU la ONU se los permite.
Entonces, si la política internacional pasa sobre cualquier veto internacional
y hace lo que se le dé la gana, Hillary Clinton y toda su experiencia de
agresividad, apenas si encaja en ese molde, y el mundo está en tremendos
aprietos. Basta que esta mujer “sospeche” o se “imagine” –como ya lo ha hecho--
alguna amenaza en contra de EU o sus aliados, para ir con todo contra quien sea.
Arthur Schlesinger, el destacado historiador y
consejero de Kennedy, escribió: "la defensa propia anticipada se asemeja
alarmantemente a la política seguida por el Japón imperial en Pearl Harbor, en
una fecha que, como predijo un antiguo presidente de Estados Unidos, vive en la
infamia. Franklin D. Roosevelt tenía razón, pero hoy somos los estadounidenses
quienes vivimos en la infamia”.
Y los ciudadanos estadounidenses habrán de votar
en la infamia. No hay opción: por el Giro o el Colorado. Ni a cual irle,
compadre. Creer que con ungir a Hillary Clinton se van a exorcizado los
demonios de la guerra, de la inestabilidad política, la hambruna, o los
peligros de una guerra nuclear, están equivocados. Detrás de frívolo chismorreo
llamado “debate” con Donald Trump, la señora Clinton esconde en su discurso
haber sido ella quien armó al Ejército Islámico (ISIS) (1), además de que, sin
medir consecuencias, amenazó a China con un cerco antimisiles… una respuesta
del gigante asiático a esta balandronada de Clinton, no puede imaginarse (2).
Todo esto y mucho más, se dio cuando ella fue Secretaria de Estado ¿qué no hará
como presidenta de esa nación?.
En México, por lo pronto, se olvida que no hay
necesidad de bardas para vivir bajo la hegemonía de un régimen militar que todo
lo que busca son intereses, nunca amigos, ni quien le cante corridos rancheros
o alabe su retórica demócrata. La historia ha demostrado que siempre nos ha ido
mal con los vecinos del Norte. El mismo Partido que hoy enarbola Clinton –bajo
el mando de Obama—echó de los EU a casi 2 millones de inmigrantes durante su
perído, 70% de los cuales (1.4 millones) son mexicanos (2). Asimismo, la oferta
del mismo Obama de lograr una Ley migratoria, fracasó. Creer que la señora
Clinton cumplirá con ese sueño mexicano, suena más bien a pesadilla.
En el ánimo efervescente, que la misma prensa y
mass media a diario nos receta (3), en esto de los galleros, se opta por
apostar (endiosando) a una competidora política cuya navaja es una, pero en
cada una de las patas. Una Clinton acostumbrada a que, antes de que el enemigo
(y no Trump) amarre navaja, lo sorprende de forma trapera, con el descontón:
por la pura sospecha de que aquél lo haga más rápido… No vaya a ser.
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