Por VICE News en español junio 2, 2016
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Hay un chiste negro que cuentan los habitantes de
Veracruz sobre el nombre de ese estado en el Golfo de México: se escribe con
“z” porque el destino dictó que sería dominado por un grupo con esa letra.
Esa broma se repite en la capital —
Xalapa-Enríquez, el nombre oficial —, en ciudades importantes como Orizaba,
Coatzacoalcos, Ciudad Mendoza, Zongolica, Aculztingo, y en los lugares que
tengan una zeta en su nombre, porque en algún momento la leyenda se hizo
realidad: entre 2005 y 2013, el cártel de Los Zetas se convirtió en el gobierno
de facto en grandes porciones del estado.
“El Sangres” posa
para la cámara y, por iniciativa propia, se tapa con una sábana y apunta con
sus dedos al lente. Foto: Nathaniel Janowitz, VICE News
Por Óscar Balderas y Nathaniel Janowitz
Ciudad de México, 2 de junio (SinEmbargo/VICE News).- Afuera de nuestra
habitación, hay un jefe de sicarios de Los Zetas.
Los que viven en la zona centro de Veracruz saben quién es este tipo o
han escuchado de él, y si está del otro lado de tu puerta, significa que en
algún lugar, muy cercano a él, hay un comando de jóvenes sicarios que trabajan
bajo su mando.
Él nos observó a lo lejos, desde la calle, y avanzó detrás de nosotros,
manteniendo una distancia de unos 15 metros para disimular que no seguía
nuestros pasos. Vio que entramos al lobby del hotel, al elevador, al pasillo en
el primer piso, al cuarto y fue detrás de nosotros. A punto de entrar a la
habitación, hizo una pausa, sacó un teléfono móvil de su pantalón y escribió a
alguien — ¿a su superior en el cártel? ¿a los sicarios que trabajan con él? —
para después abrir la puerta y cerrarla.
Ahora está adentro. Pone el seguro y con su cuerpo bloquea la entrada
del pequeño cuarto de hotel barato que se renta por menos de 28 dólares al día:
dos camas individuales, una silla, una televisión empotrada en la pared, un
baño viejo y unas pesadas cortinas que él cierra para impedir que seamos vistos
desde la calle.
‘Anteriormente fui policía ministerial y comandante municipal… [y luego]
‘me llegaron al precio’.
Ocho meses después de búsquedas, preguntas y seguir pistas, estamos
frente a un mando de “la letra” activo y en su reino de violencia. Él hará una
pausa en su vida asesina para responder sobre la organización criminal a la que
pertenece, los cárteles rivales y el rol que juega el gobierno de Veracruz en
una trama de política y crimen.
Especialmente, está aquí para responder una duda, ¿están realmente Los
Zetas perdiendo presencia en su zona de mayor de influencia en México?
— Muy bien, señores, estoy listo — dice con una voz cavernosa — ¿Qué
quieren saber?
Todo en él transmite dureza: su apretón de manos es como atenazar una
corteza reseca y su mirada parece cargar con las decenas de muertos que tiene
atorados en el alma. Incluso, sentado en la única silla de la vieja habitación,
tiene una presencia intimidante. El apodo que elige no es en vano: “El
Sangres”.
— ¿Cómo inició usted?, ¿cómo fue que entró a la organización?
— Fue un momento de mi vida de desesperación, aunado a lo que yo sé, a
lo que yo me dediqué: anteriormente fui policía ministerial y comandante
municipal. Al ver tantas injusticias, yo renuncié a mi cargo. Me hicieron unos
achaques en los que yo no tuve nada que ver y no encontraba trabajo. Dijeran
por ahí que ‘me llegaron al precio’ y así fue como inicié.
— Usted primero fue policía y después esto, ¿mezcló ambas actividades?
— Para nada.
— ¿En qué año es que ingresa a la organización?
— En la organización llevo ya cinco años.
— ¿Cuáles son las funciones que usted lleva a cabo?
— (Jefe de) Sicarios. Nada más.
— ¿En qué zona?
— Zona centro. Llámese Veracruz, Córdoba, Orizaba, Mendoza… a donde me
manden.
— ¿Cuánto gana aproximadamente?
— Dependiendo del trabajo que vaya yo a realizar es lo que me pagan.
Oscila entre unos 20 y 25.000 pesos [entre 1.000 y 1.350 dólares].
— ¿Cómo conciben ustedes al cártel?
— Ellos son una familia, mi familia es el grupo que yo manejo. Puros
sicarios. Yo no me dedico a extorsionar a la gente. A mi me dicen ‘ve a tal
lugar, está fulano de tal, te lo llevas y no lo quiero volver a ver’ (…) Yo
sólo voy a mi trabajo. Yo (a ustedes) no les voy a robar lo que traigan en la
cartera, no les voy a quitar un teléfono, yo no les voy a quitar un reloj. A mi
me dicen ‘llévenselos’ y se acabó.
Los Matazetas o
Cártel Jalisco Nueva Generación acusaron al anterior gobernador de Veracruz
(PRI) de entregar el estado a Los Zetas. Imagen tomada de Youtube, VICE News
EL ‘DEZTINO’ DE VERACRUZ
Hay un chiste negro que cuentan los habitantes de Veracruz sobre el
nombre de ese estado en el Golfo de México: se escribe con “z” porque el
destino dictó que sería dominado por un grupo con esa letra.
Esa broma se repite en la capital — Xalapa-Enríquez, el nombre oficial
—, en ciudades importantes como Orizaba, Coatzacoalcos, Ciudad Mendoza,
Zongolica, Aculztingo, y en los lugares que tengan una zeta en su nombre,
porque en algún momento la leyenda se hizo realidad: entre 2005 y 2013, el
cártel de Los Zetas se convirtió en el gobierno de facto en grandes porciones
del estado.
La historia de los Zetas no es una verdad oficial, sino retazos de
versiones de gobierno e investigaciones periodísticas: entre 1997 y 1999, el
Cártel del Golfo, la organización criminal vigente más antigua en México,
reclutó a militares de élite desertores del gobierno para convertirlos en su
guardia armada. Los llamó Los Zetas y con el tiempo, tuvieron tanto poder que
se independizaron de sus jefes y les disputaron el estado donde nacieron —
Tamaulipas, que comparte frontera con Texas, Estados Unidos — y sus
alrededores. Para 2005, “la letra” ya había invadido Veracruz, en los tiempos
del gobernador Fidel Herrera, militante del Partido Revolucionario
Institucional y hoy cónsul de México en Barcelona, España.
Para 2010, ya eran un poder de facto que infundía horror por sus sádicas
ejecuciones, que en aquel año elevaron los homicidios a uno cada seis horas:
colgar cuerpos en puentes peatonales, abandonar cabezas frente a escuelas,
desmembrar mujeres, grabar sus asesinatos en video y publicarlos en línea,
disolver cadáveres en ácido, secuestrar gente para luego sembrar sus cuerpos en
alguna de las 144 fosas clandestinas hasta ahora reconocidas oficialmente, eran
sus marcas.
En Veracruz, el crimen organizado está tan presente en la vida pública
que en tres días habrá elecciones para renovar gobernador y dos de los tres
candidatos punteros — los primos hermanos Miguel Ángel Yunes (PAN-PRD) y el
oficialista Héctor Yunes (PRI)— se han cruzado acusaciones de lavar dinero para
Los Zetas. En medio de esa guerra electoral, el expresidente mexicano Felipe
Calderón afirmó que el PRI, partido en el que milita el actual gobernador
Javier Duarte, entregó el estado a los cárteles de la droga.
Ese poder e impunidad con la que actuaban Los Zetas dio origen a casos
como el de Fernanda Rubí, ocurrido un año después de que “El Sangres” debutó en
el mundo criminal.
Gerson Quevedo fue secuestrado y desaparecido; su hermano menor y cuñado, asesinados. Todo en un mismo día de 2014, cuando el CJNG comenzó a desplazar a Los Zetas de Veracruz. Foto: Nathaniel Janowitz, VICE News
‘LOS ZETAS SE LA LLEVARON POR BONITA’
A Fernanda Rubí Salcedo, dicen los investigadores del gobierno, se la
llevaron Los Zetas por ser bonita.
La noche del 7 de septiembre de 2012, ella y varios amigos fueron a
bailar al Bulldog, un bar de moda en el municipio de Orizaba, una importante
ciudad al centro de Veracruz que en los últimos dos años se había convertido en
fortaleza del cártel.
Cerca de la medianoche, cuatro hombres armados entraron al bar y se
dirigieron directamente hasta Rubí, una joven de 21 años de rasgos finos y
figura espigada. Adentro del lugar había un centenar de clientes y afuera había
seguridad privada, según recuerdan los testigos, pero nada impidió que el
comando se llevara a la aspirante a chef con jalones de cabello desde la pista
de baile hasta una camioneta que se perdió en la noche. Tampoco sirvió que el
Bulldog estuviera a 50 metros de la comandancia de la policía municipal y a
menos de medio kilómetro de una base de la policía estatal.
— Que a un narco le había gustado mi hija y por eso se la llevaron, eso
me dijeron — se queja Araceli Salcedo, con un gesto amargo que no se le quita
desde hace cuatro años y que se endurece aún más cuando recuerda que el
gobierno le quería cobrar 990 pesos por cada manta que quisiera exhibir en la
vía pública con el rostro de su hija bajo la leyenda “Desaparecida”.
Ella aún no sabe el paradero de su hija Rubí y el caso parecía olvidarse
bajo la pila de 680 desapariciones en el estado, según el Registro Nacional de
Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, pero su figura tomó dimensiones
nacionales el 22 de octubre pasado, cuando un diario local la grabó reclamando
a gritos la “ineptitud” del gobernador Javier Duarte, exempleado de su
antecesor Fidel Herrera.
“¡No se vale, usted viene con su familia! ¿y la mía dónde está?”, le
espetó Araceli, de frente, tratando de que el gobernador se detuviera a
atenderla. Duarte siguió caminando, tratando de ignorarla y sonriendo ante el
cartel con la foto de Rubí. “¡Y no se burle! ¡Quite su sonrisa! ¡El fiscal es
lo mismo que ustedes: pura corrupción!”
— El gobierno tuvo muchas pruebas en sus manos para resolver el caso de
mi hija. Yo me metí a investigar muy hondo y les di direcciones, nombres,
pistas. Y no actuaron ¿por qué? Porque ellos conocen a Los Zetas. Ellos saben
con quiénes están involucrados y no le pueden pegar a esa gente. Son los
mismos.
Fernanda Rubí desapareció en Orizaba, Veracruz, en 2012, cuando dicha
ciudad era una zona de control de Los Zetas. Foto: Nathaniel Janowitz, VICE
News
‘EL GOBIERNO METIÓ AL CÁRTEL’
Cuando alguien piensa en un jefe de sicarios de Los Zetas, llegan a la
mente estereotipos que poco tienen que ver con “El Sangres”. Él es un tipo de
apariencia “normal” y por ello, tal vez sus víctimas nunca sospecharon que él
iba a ejecutarlos… hasta que lo tuvieron encima.
Ha pedido que no se le describa físicamente, pero sí es posible decir
que es un adulto, una rareza en el mundo de los cárteles de la droga, pues sus
contemporáneos están muertos o encarcelados. Tampoco es posible revelar el
lugar exacto del encuentro ni su verdadero alias. Para esta entrevista, él creó
su propio apodo que, piensa, representa su carrera criminal.
VICE News corroboró con tres fuentes confiables que él es quien dice ser: un
expolicía durante el gobierno de Fidel Herrera, zeta activo y el líder de unos
diez jóvenes sicarios que asesinan por dinero, por diversión y por venganza.
— ¿Cuál es el orgullo por pertenecer a los Zetas?
— El sicario nunca debe andar sucio, nunca debe demostrarlo, debes
actuar como eres. Tú me revisas mi cuerpo y yo no tengo tatuajes, no tengo
nada. Yo no puedo andar en la calle, ¿cómo te diré?, expresando lo que soy.
¿Ando nervioso? Sí, ando nervioso. Y siempre me verás solo, pero en contacto
con mis ‘angelitos’, que es el grupo que yo tengo.
— ¿El grupo es grande?
— No. Es pequeño. El grupo que yo manejo es de 10 personas nada más.
— ¿Y usted es el líder?
— Yo lo manejo, pero yo pertenezco a la organización. A la grande.
“El Sangres” suelta respuestas cortas, porque el encuentro debe durar
menos de una hora. Su explicación es que su “trabajo” le obliga a cambiar de
ubicación cada 60 minutos. Vive con la paranoia latente de que si se queda
quieto, un comando llegará a “levantarlo” o a rafaguearlo con la misma frialdad
que él ha mostrado con sus víctimas.
Su nerviosismo es evidente. En la esquina de la habitación está sentado
en la misma postura que un condenado a muerte en la silla eléctrica: un pie
alineado a cada pata y las manos agarran con fuerza los brazos de la silla. Sus
yemas están blancas de tanta tensión y mira constantemente la puerta. Aunque no
ha pasado la media hora acordada, cada minuto parece más inquieto, así que la
conversación debe alejarse de su persona y centrarse en el cártel, su presunta
pérdida de fuerza y sus nexos con el gobierno.
Seguramente “El Sangres” recuerda un video aún disponible en internet,
solemne, de pobre calidad, pero cargado de violencia: un comando armado declaró
la “guerra” a Los Zetas en un mensaje transmitido en Youtube en julio de 2011.
“Le hacemos saber por este conducto, a todo el estado de Veracruz, que
ya estamos aquí. Y a toda la República Mexicana, que somos el grupo Matazetas
del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG)… Hacerles saber que esta lucha en
contra del grupo de secuestradores que se hace llamar Los Zetas ha sido a raíz
del daño que le han hecho a muchos de nuestros colaboradores, amigos y
familiares y al pueblo entero del estado de Veracruz (…) Aquí ya no es novedad
que la policía municipal y estatal trabajan para Los Zetas (…) Asimismo,
decirles que no teman, que el que les permitió asentarse en este estado, ya
cumplió su tiempo como gobernador el señor Fidel Herrera Beltrán alias ‘Z1’.
Todos en la República entera sabemos que él los apoyó para cometer todos los
secuestros, extorsiones y demás ilícitos”.
Cuatro años más tarde, a finales de 2015, la Administración para el
Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) publicó un mapa con la nueva
distribución de los cárteles en México y ponía al CJNG como los dueños del
centro de Veracruz y con una metástasis tan rápida y amplia que es probable que
desplacen a Los Zetas de todo el estado.
— Hay una narrativa de gobierno federal que dice que su organización
está minada y que han ido perdiendo fuerza porque han ido surgiendo más grupos
con un mayor fortalecimiento en la zona, ¿ustedes han ido perdiendo fuerza en
Veracruz o la han ido afianzando?
— Se ha perdido…
— ¿En qué zonas han perdido presencia?
— Muy fuerte en Boca del Río, Córdoba, Orizaba, se perdió presencia.
— ¿Ante el grupo del Cártel Jalisco Nueva Generación?
— Al grupo contrario, a la contra, se ha perdido presencia ¿por qué?
Porque desgraciadamente la organización de la letra está contratando gente
inexperta, puro chiquillo que son los que mandan al frente, a los
enfrentamientos y no están capacitadas esas personas. Yo te puedo decir que
aquí, antes, cuando ingresaba en esto, te mandaban al campo a entrenar, a
tirar, yo entrenaba a los chamacos, pero ahorita nada más llegan, les dicen
‘súbete y vámonos’. No hay una capacitación. Si tu ahorita vieras a algunos de
los chavos, de 15 a 20 años no pasan. Somos muy pocos los que tenemos una edad
madura y conocimiento de a lo que nos dedicamos.
— ¿Cuáles han sido las consecuencias para el grupo de tener gente poco
experimentada?
— Estar perdiendo terreno, presencia, respeto, todo.
Otro informe de la DEA, pone al CJNG y a sus socios Los Cuinis como los
narcotraficantes más ricos del mundo, por encima del legendario Cártel de
Sinaloa y su ahora detenido líder Joaquín El Chapo Guzmán. El estudio ubica a
Veracruz con color rojo, como clave para la superioridad económica: gracias a
ese estado, el CJNG puede traficar cocaína y metanfetamina hacia Europa, Canadá
y Asia.
— ¿Qué problemas están pasando con los otros grupos? ¿hay broncas entre
“las letras” o con otros grupos?
— Ahorita el problema es con los grupos, que se están llegando a
empoderar o están teniendo más presencia. Los enfrentamientos que se han dado
(son por eso).
— ¿Qué otros grupos específicamente?
— Están surgiendo de dos a tres grupos diarios, ¿cómo los ubicamos?
Porque muchos de nuestros compañeros se fueron a otros grupos y ellos mismos
nos han dicho que ‘ya llegó fulano, ya llegó sutano’.
— Esos grupos ¿están apoyados por el gobierno?
— Así es. Te digo que yo no puedo hablarte de eso porque esos grupos los
está manejando el gobierno. Una parte es el gobierno del estado y otra parte es
el gobierno federal.
— ¿Es una estrategia…
— Así es…
— … del gobierno para acabar con ustedes?
— Ha habido enfrentamientos para rompernos la madre a nosotros, pero ahí
viene disfrazada la Marina, Policía Federal, Mando Único. Vienen mezclados con
los grupos (criminales). Prácticamente estamos peleando contra fuerzas federales.
— ¿Qué piensa de México, de su país?
— Pienso que por los políticos estamos como estamos. Aquí en Veracruz,
nosotros no estábamos. Entramos porque nos lo permitió el gobierno de (el
exgobernador del PRI) Fidel Herrera y eso sí te lo garantizo.
— ¿Cómo fue eso?
— Nosotros estábamos en otro estado (Tamaulipas), aquí había respeto, no
podíamos entrar. No había nada acá. Pero Fidel Herrera tenía problemas, mandó a
traer al patrón y el Señor mandó a los primeros grupos acá. Pero después
empezaron a venir todos. Llegó otro Señor — nuestros jefes — y empezó el
secuestro, el homicidio, la extorsión. Fue cuando Fidel ya no pudo con
nosotros. A Fidel se le salió de control, ya no pudo, por eso fue que nos
asentamos totalmente acá, pero ahorita los grupos que están entrando los está
permitiendo el gobierno federal.
— ¿Y la relación con el actual gobernador, Javier Duarte, cómo es?
— Está totalmente rota. Es un títere.
— Está la versión de que no hay una buena relación con el actual
gobernador, porque él está permitiendo la entrada de nuevos grupos…
— Así es…
— ¿Para él hacer un nuevo pacto?
— Así es. Él quiere desaparecer a la letra, pero esto nunca se acaba.
Matan a uno de nosotros y surgen tres, cuatro.
— ¿El gobernador Javier Duarte está apoyando al CJNG?
— Por supuesto.
— ¿Usted cree que en algún momento Veracruz pueda vivir sin cárteles?
—Sí… sí, se puede. Siempre y cuando, el gobierno del estado autorizara
bien que nos rompieran la madre. Hay capacidad en la policía, pero como hay
contratos y convenios, no hay nada. La policía no se mete en enfrentamientos.
La policía no se va a meter si yo ahorita salgo y te balaceo.
La respuesta flota en la habitación: “la policía no se va a meter, si yo
ahorita salgo y te balaceo”
YA LLEGÓ EL ‘CÁRTEL JALISCO’
Si la historia de Rubí es ejemplo de la vida bajo el poderío de Los
Zetas y mandos con el estilo de “El Sangres”, la de la familia Quevedo Orozco
es ejemplo de la vida bajo el nuevo poder: el CJNG. Diferentes nomenclaturas,
tragedias similares.
La mañana del sábado 15 de marzo de 2014, Gerson Quevedo, de 19 años,
fue secuestrado a la salida de una tienda de conveniencia en Medellín de Bravo,
Veracruz. Horas más tarde, sus captores habían fijado un precio por su vida:
80.000 pesos [4.300 dólares] a cambio de la liberación del estudiante de
arquitectura. Esa misma tarde, la familia entregó el dinero, según las
condiciones exigidas por los plagiarios, pero la llamada que avisaría a la
familia dónde reencontrarse con su primogénito no llegaba.
Cada minuto, aumentaba la desesperación y, con ella, la posibilidad de
que Gerson no fuera liberado. En casa, aguardaban papá, mamá, hermana, cuñado,
hermano menor y la novia de Gerson, hasta que un supuesto amigo de la familia
les dijo que no esperaran más: él sabía donde estaba retenido.
Temerosos de que los secuestradores tuvieran nexos con la policía, el
hermano menor de Gerson, Alan, de 15 años, — portero del equipo sub-17 de los
Tiburones Rojos de Veracruz — y el cuñado de Gerson, Miguel, de 25, —
taekwondoísta — condujeron, sin avisar a las autoridades, hasta una dirección
en el mismo municipio Medellín de Bravo. Iban a rescatar a su familiar, pero
apenas se acercaron a la fachada de la casa de seguridad, fueron interceptados
y rafagueados.
Alan y Miguel fallecieron al instante. Gerson aún está desaparecido. Y
la familia huyó de Veracruz a tratar de recomponer lo que les queda de vida,
porque tienen la certeza de que los secuestradores son parte del CJNG y están
protegidos por las autoridades.
— La célula que se lleva a mi hijo y asesinó a mi otro hijo eran de Los
Zetas y ahora son Cártel Jalisco (Nueva Generación). El jefe de la plaza en ese
entonces era “don Beto”. El gobierno tiene todos los datos, desde el segundo
día, pero como trabajan para ellos, no hacen nada — cuenta Marisela Orozco,
mamá de Gerson y Alan.
Ya hay un presunto responsable en la cárcel y, según los dichos del
acusado, el grupo criminal tiene en la nómina a autoridades municipales y
estatales.
— Es casi imposible buscar. Ya llevamos dos años y, pese a todo lo que
este muchacho habló, no se ha logrado casi nada. No sólo desaparecen a nuestros
familiares, también desaparecen evidencia, ¿cómo le haces con tanta corrupción?
Es nadar a contracorriente — reclama y su voz se quiebra — ¿Qué hacemos? Pinche
gobierno, es el que nos está acabando.
VIVIR COMO UN FANTASMA
— ¿Cómo ha tenido que cambiar su vida para adecuarse a lo que hace?
— Tu vida no cambia, tu vida empeora en todos los aspectos. En lo
sentimental, en lo rudo, en todo. Tu vida no cambia, al contrario, se va
empeorando cada vez más (…) No duermes tranquilo. Con un presentimiento tienes
que andar de un lado para otro, moviéndote, ¿por qué? Porque la misma
organización también te quiere dar para abajo.
— Parece que usted trabaja entre dos fuegos: entre la autoridad y sus
compañeros.
— Así es, tengo compañeros y excompañeros de mi trabajo y tengo los que
se dicen ser compañeros del actual trabajo, pero ahí no hay amigos, hay
compañeros. Ahí sí simplemente se hace el trabajo y cada quien por su rumbo. Se
dice que somos una familia, pero eso es mentira. Por acá se termina el trabajo
y cada quien agarra su rumbo. Esa es mi manera de trabajar.
— ¿Cómo compensan perder terreno? Eso impacta económicamente al grupo,
¿cómo se nivelan?
— No se puede nivelar. Ahorita como estamos nosotros, muchos han
desertado, se tienen que ir ¿a dónde? A la contra o a otro lado.
— ¿Es posible desertar?
— Estarás tranquilo uno o dos meses, pero después te ubican y para
abajo. Siempre que estás metido en esto o a lo que ya me dediqué.
— ¿Usted está bien con la idea de que en cualquier momento lo van a
matar?
— Sí…
— ¿Cómo es su ritmo de vida?
— No aspiro a nada. Mi ritmo de vida es andar huyendo, un momento estás
acá, mañana estás allá, hoy duermes en un hotel, mañana duermes en otro lugar,
te olvidas de tu familia. La familia para mi ya no existe, estoy solo, a pesar
de que sé que la tengo, pero no… ellos ya son…. Ni ellos saben de mi, yo sí sé
de ellos, pero no…
— ¿Ellos saben a qué se dedica usted?
— Mi exmujer sí, mis hijos no.
“El Sangres”, por un breve instante, se quiebra. Algo en la dura coraza
de su apariencia se requebraja, pero se recompone en segundos.
— ¿Qué piensan ustedes de lo que la gente piensa de ustedes?
— La gente piensa mal de uno. Para la gente somos lo peor, para la
sociedad somos de lo peor ¿estamos de acuerdo? Pero no es así. Yo, a los que me
he despachado, me los he despachado por algo ¿por qué? Porque la debían, porque
se metieron. Yo no he matado gente inocente, ¿qué lo he hecho en caliente y en
frío? Sí, cómo va. Pero la gente no lo entiende, que esa gente que está
haciendo daño son los que han provocado que el estado esté así.
— ¿Cuál es su opinión de las autodefensas?
— Esto viene siendo porque a la organización que yo pertenezco se divide
y unas personas, unos mugrosos, suben a la sierra a extorsionar a la gente. Por
eso la gente de la sierra se está defendiendo y qué bueno, qué bueno que lo
hagan, pero también qué malo ¿por qué? Porque el día que subamos nosotros,
pobre gente, no va a tener la capacidad para defenderse.
— ¿Usted vota en elecciones, se asume como ciudadano mexicano?
— No. Yo no tengo identificación. Yo ya no figuro en ningún lado. Mis
expedientes cuando estaba en el gobierno los saqué. Nada…
— Como un fantasma…
— Así es. Puedes buscar mis datos donde quieras, no los van encontrar.
Pero si yo te busco, sí te encuentro.
En los próximos días, la nota roja Veracruz saldrá de los diarios
locales para llegar a los periódicos nacionales con dos historias: en
Xalapa-Enríquez, cinco personas fueron ejecutadas en un bar y en Amatlán de los
Reyes se hallaron cinco cuerpos desmembrados de presuntos integrantes de Los
Zetas con un narcomensaje que decía “La limpia CJNG, ya estamos aquí (…) X
(por) un Veracruz limpio. Esto me pasó por venir a meterme a Veracruz donde
limpian con todo a los mugres Z”.
Ese mensaje lo pudo leer todo el país, porque, por alguna razón, la
Fiscalía de Veracruz eligió transcribir el mensaje de la narcomanta y enviar el
contenido a través de un comunicado oficial. Queriéndolo, o no, el gobierno de
Veracruz sirvió como altavoz de las palabras del CJNG.
‘Aquí en Veracruz, nosotros no estábamos. Entramos porque nos lo
permitió el gobierno de Fidel Herrera y eso sí te lo garantizo’.
La vibración del teléfono sobre el piso de la habitación avisa que los treinta minutos se han acabado. El pacto que hicimos obliga a parar la conversación.
La vibración del teléfono sobre el piso de la habitación avisa que los treinta minutos se han acabado. El pacto que hicimos obliga a parar la conversación.
En unos minutos, el zeta se despedirá. Sonreirá, o eso creeremos, y
pedirá — ordenará — que salgamos nosotros primero y lo dejemos dentro de la
habitación. Él esperará un momento y abandonará la habitación hacia un rumbo
desconocido. A partir de entonces, la comunicación se cortará. Antes de que eso
suceda, queremos un último registro del encuentro.
“¿Podemos tomarle una fotografía, aunque sea de espaldas?”, preguntamos
y él se niega. “No quiero nada de eso”. Asentimos, sabiendo que hay un plan B:
una máscara de plástico blanca, que le cubriría sus facciones y sólo le dejaría
mostrar sus ojos.
“Bueno… pero también tápenme el cabello”, accede y se voltea para
ajustarse la liga de la máscara al cabello. Cuando levanta sus brazos, se asoma
la cacha de su pistola. Todo el tiempo estuvo armado. Se asomará una segunda
vez cuando vuelva a elevar sus brazos para colocarse sobre la cabeza una sábana
blanca que le oculte el cabello.
Se coloca frente a una pared blanca e improvisa un gesto que nadie le
pidió: sube la mano, encoge el meñique, anular y dedo medio, extiende el índice
y yergue su pulgar.
Mejor explicado: un jefe de sicarios de Los Zetas en Veracruz, vestido
como fantasma, armado de verdad, en una habitación de hotel cerrada con llave,
nos apunta con su mano convertida en pistola, luego de contar cómo son los
pactos entre su cártel, el gobierno y sus rivales.
Clic.
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