SEXO Y ESCÁNDALO EN LA
ARISTOCRACIA FRANCESA
Era una bella joven, pero
desapareció en el año 1876. Pocos preguntaron por ella en los siguientes 25
años, hasta que una carta anónima reabrió uno de los casos más tétricos que el
hombre conoce.
Foto: La pavorosa historia de Blanche Monnier: el castigo más aterrador de una madre
Por Héctor G. Barnés
08/11/2015
En 1876, Blanche Monnier era
una muy atractiva joven de 26 años con una vida social muy activa. Procedía de
una buena familia de la aristocracia francesa, formada por defensores de la
realeza que odiaban visceralmente a los republicanos. Su padre Charles-Émile
fue decano de la facultad de letras de Poitiers y su hermano, Marcel, trabajaba
como prefecto. En definitiva, se trataba de una mujer bien situada que por esos
días conoció a un abogado arruinado que le sacaba bastantes años y del que cayó
irremediablemente enamorada.
Un buen día, Monnier
desapareció sin dejar rastro. Su madre y su hermano lloraron su pérdida en
público. Su padre moriría en 1882 y, apenas tres años después, el abogado que
había enamorado a la joven. Nadie parecía acordarse ya de la pequeña de los
Monnier cuando el 23 de mayo de 1901, en el albor de un nuevo siglo, el fiscal
general de París recibió una extraña carta en la que se podía leer lo
siguiente: “Señor fiscal general, tengo el honor de informarle de un
acontecimiento excepcionalmente serio. Me refiero a una solterona que está
encerrada en la casa de la señora Monnier, casi muerta de hambre, y que ha
vivido sobre basura podrida durante los últimos 25 años. Es decir, sus propios
desechos”. En la segunda planta de la casa de los Monnier, los investigadores
encontraron una puerta cerrada con llave. Al abrirla, percibieron un hedor
insoportable Si esta carta resultaba sorprendente no se debía únicamente a la
dura acusación que vertía, sino también, a que la familia Monnier gozaba de una
reputación intachable. La madre, que por aquel entonces contaba con 75 años,
había recibido un galardón del Comité de Buenas Acciones por sus contribuciones
a la ciudad, y convivía pacíficamente con su hijo. Sin embargo, y por si acaso,
la policía decidió visitar la casa de la aristócrata familia donde comprobaron
que todo lo que habían leído no sólo era cierto, sino que era incluso peor.
El secreto tras la puerta
En la segunda planta de la casa de los Monnier, los investigadores encontraron una puerta cerrada con llave. Al abrirla, lo primero que percibieron fue un hedor insoportable. Una vez sus ojos se acostumbraron a las tinieblas, pudieron ver en un rincón de la estancia a una mujer malnutrida y sentada sobre una cama de paja. Por toda la habitación había restos de heces y vómito. “Tan pronto como entramos en la habitación, vimos, en la parte trasera y tumbada en una cama, su cabeza y cuerpo cubiertos con una manta repulsivamente sucia, una mujer que el señor Marcel Monnier identificó como su hermana, la señora Blanche Monnier”, declaró uno de los testigos en el juicio oficiado por el juez Du Fresnel. “La desafortunada mujer estaba tumbada completamente desnuda sobre un lecho de paja podrida. Todo a su alrededor formaba una especie de costra formada por excrementos, trozos de carne, verduras, pescado y pan podrido. También vimos cáscaras de ostras y bichos corriendo por la cama”. Cuando los policías intentaron hablar con ella, se limitó a gritar y encogerse en su cama. Rápidamente, los agentes de la ley salieron de la habitación, disuadidos por el insoportable hedor, para registrar el resto de habitaciones: “El comedor estaba bien amueblado, la cocina cuidada y la escalera, limpia. Todo estaba en su sitio. La anciana señora Monnier estaba ataviada con una bata de vestir decorada con cuadrados negros y blancos. En resumen, no parecía ser la clase de mujer que rechazaba su cuidado personal”. Ello no evitó que fuese apresada rápidamente y terminase confesando lo que había ocurrido. Preocupada por que su hija alternase con el anciano y fracasado comerciante, que podía poner en entredicho el honor de la familia, decidió encerrarla en su cuarto hasta que lo rechazase (algunas versiones señalan que Blanche pudo llegar a tener un hijo con el abogado). Algo que no ocurrió en los últimos 25 años, ni siquiera después de la muerte del enamorado de la joven.
Para entonces, Blanche había perdido la cabeza irremediablemente, tras pasar más de dos décadas sin ver la luz del sol. Pesaba tan sólo 24 kilos al haberse alimentado tan sólo con los restos de la comida de su madre, que apenas sobreviviría dos semanas más tras sufrir un ataque al corazón al ser detenida. Blanche sería enviada al hospital psiquiátrico de Blois, donde moriría en 1913, el mismo año que su hermano, retirado en una mansión de los Pirineos El juicio, que conmocionó Francia, arrancó el 11 de octubre. En él se declaró a Marcel cómplice de actos de violencia y fue condenado a 15 meses de prisión. Según su versión de los hechos, había intentado internar a Blanche en un manicomio pero se había encontrado con la negativa de su madre, ya que ello pondría en tela de juicio su honor; además, añadía que la mujer podría haber abandonado la habitación cuando quisiera. En el proceso se puso de manifiesto que Blanche sufría una larga lista de problemas mentales que se agravaron con el tiempo, de la histeria anoréxica a la coprofilia pasando por el exhibicionismo. Blanche sería enviada al hospital psiquiátrico de Blois, donde moriría en 1913, el mismo año que su hermano, retirado en una mansión de los Pirineos. Nadie sabe quién envió la carta anónima, aunque entre los candidatos se encuentran tanto Marcel como alguien relacionado con el personal de servicio de la casa.
Los abismos de la razón humana
Ni qué decir tiene que el caso
estremeció a la opinión pública francesa de su momento, y su sombra se alargó
durante décadas. En 1930, el Premio Nobel de Literatura André Gide, obsesionado
por el funcionamiento del sistema legal, publicó “La secuestrada de Poitiers”
(Tusquets), en el que relataba lo ocurrido con pelos y señales a partir de la
información disponible, sólo que cambiando los nombres de la protagonista por
el de Mélanie Bastian. La narración fascinó a muchos intelectuales, entre los
que se encontraba el director de cine español Luis Buñuel, que afirmó con buen
ojo clínico que “lo atrayente de este libro es cómo, viviendo en un mundo
llevado, según dicen, por la razón, aparecen de pronto estos casos de pura
irracionalidad que desmienten o rectifican esta asertación. Hitler, por
ejemplo. Que un loco satánico arrastre tras de sí a millones de gentes en el
país de la razón y de los filósofos es algo parecido”. Lo que para muchos es
una de las historias más románticas del siglo XIX (la enamorada que no quiso
renunciar a su amor ni siquiera después de muerto), para otros tantos es un
reflejo de la irracionalidad que puede promover un sistema de valores
intolerante y clasista como el de la aristocracia francesa de la época. Es
probable que este caso también perturbase al filósofo Michel Foucault, nacido
en Poitiers, el pensador que en “Vigilar y castigar” reflexionó sobre los
sistemas penales modernos de confinamiento y castigo. ¿Tendría a la señora
Monnier en mente al escribirlo?
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