Micaela Fernández Darriba
-Reverendo, tengo que hablar
con usted.
-Dime, Laura. ¿Qué necesitas?
-Necesito comprender algo.
Necesito saber qué dice el evangelio sobre nosotras, las mujeres. Estoy
atravesando una crisis de fe.
-Bueno, Laura, esa es una
pregunta muy compleja. En realidad, es algo que una mujer no debería ni
preguntar. Ustedes han sido creadas para obedecer y servir a Dios y a sus
maridos. Cuando crezcas y contraigas matrimonio tu esposo te guiará por la
senda del Señor.
-Reverendo, eso no es justo.
Usted, acaba de dar un sermón y dijo, contundentemente, que hombres y mujeres
éramos iguales ante Dios. ¿Y ahora me dice esto?
-Laura, tienes que entender
que no es bueno que estés aquí cuestionando mis palabras. Soy un pastor, un
emisario, un mensajero divino. No se puede dudar ni por un segundo de lo que
digo.
-Reverendo, una vez leí que
alguien había dicho que "la religión era el opio de los pueblos".
Hoy, estoy comenzando a creer que esta afirmación es completamente acertada.
-¡Perooo, cooomooo se atreve,
señorita Ingalls. Eres una oveja descarriada. Ya de pequeña mostrabas una
rebeldía inusitada. Vete ahora mismo.
-¿Sabe qué pasa, Señor Alden?
Yo sueño con un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes
y totalmente libres.
-Vete de aquí, mocosa
impertinente y desvergonzada. Y que toda la ira divina recaiga sobre ti, pecadora.
-Robert, porque ese es su
nombre verdadero, yo me voy de aquí. No pisaré una iglesia ni de casualidad.
Pero, sepa que usted es un machista.
-Fueraaa, Laura. No vuelvas
más. Ni se te ocurra poner un pie en mi congregación.
-Nunca más lo haré. Ahora sé que la única iglesia que ilumina es la que arde. Me voy llorando, pero de emoción. Soy completamente libre porque tengo la certeza de que mi cuerpo es mío. Me voy directo a la vigilia porque el proyecto está en las calles y sepa que por mucha que haga no podrá impedir nunca.
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