Por: Darío Ramírez -
A la memoria de los
periodistas Gregorio Jiménez, Noel López Olguín, Miguel Ángel López
Velasco, Misael López Solana, Yolanda Ordaz de la Cruz, Regina Martínez,
Guillermo Luna, Gabriel Huge, Esteban Rodríguez, Víctor Manuel Baez, asesinados
durante la gestión de Javier Duarte. Las voces sabias siempre me han dicho que
no debo de escribir enojado. Que ensucia las letras y perturba las ideas.
El
enojo es pasajero, las letras en el texto son indelebles. Tal vez tengan razón
y debería buscar refugio para librar el enojo y hartazgo que siento en estos
momentos.
Debería poner más atención a las Olimpiadas de Sochi, o a la buena
noticia de que ganaron los Pumas. Cualquier tema superfluo para amainar el
enojo. Lo cierto es que no puedo y asumo el riesgo de usar palabras enojadas.
Hace menos de 72 horas se encontrón sin vida el cuerpo de Gregorio Jiménez,
periodista veracruzano.
Hace casi una semana Gregorio fue privado de la
libertad. Otra vez Veracruz, otra vez un periodista desaparecido, otra vez las
autoridades omisas.
Estudiar el récord de homicidios de periodistas en Veracruz
debería promover un cambio radical en nuestro país. Un golpe de timón. Debería
avergonzarnos a todos los mexicanos. Pero no, al parecer la vida de 15
periodistas asesinados en ese estado durante los últimos 14 años no es
suficiente para alcanzar la indignación de toda la sociedad.
Del gobierno y gobernantes
será mejor no decir nada, no tienen indignación por nada, al contrario, lucran,
se acomodan, gozan del estado de indefensión de la prensa. Durante el
interminable sexenio de Javier Duarte 10 periodistas han sido asesinados.
El
número evidentemente dice poco. Pero son 10 personas que se dedicaban al
periodismo, que tenían familias y amigos. Son 10 historias que aguardan de
manera incómoda en plena impunidad. 10 historias que nunca sabremos la verdad
sobre los hechos y motivos que llevaron a sus asesinatos. -Leer que ningún caso
ha sido resuelto aumenta el enojo, debo de advertir- A las autoridades
mexicanas no les cae bien que se diga que México es uno de los lugares más
peligrosos para ejercer el periodismo.
Pero los números no mienten, hay 76 periodistas
asesinados desde el 2000. En el alud de violaciones a derechos humanos, de
personas asesinadas y desaparecidas, parecería que 76 no es un número
significativo. Pero eso respondería a la institucionalización de la derrota que
tenemos en el imaginario la sociedad mexicana. El número en sí es
escalofriante.
Por favor no nos acostumbremos a ver la violencia con tanta
frialdad. Durante la semana que Gregorio permanecía desaparecido poco a poco
diversas voces se fueron juntando para demandar que las autoridades
investigaran su paradero y lo entregaran con vida a sus familiares y amigos.
Como pocas veces he visto, grupos de reporteros se manifestaban en las calles
de Xalapa y Coatzacoalcos. Se veían dejos de solidaridad. Llamadas iban y
venían para hacer que los reporteros se sintieran acompañados.
Sus demandas
legítimas comenzaron a retumbar en otras partes de México y en el extranjero.
Desde España, Argentina y Colombia, grupos de reporteros demandaban lo mismo:
Queremos con vida a Goyo. De manera inmediata comenzamos a enterarnos que
aquellos colegas que salían a la calle eran intimidados por agentes de la
policía municipal.
Muchos reporteros denunciaron que autoridades hablaban a los
medios de comunicación para presionar e impedir las manifestaciones. Prácticas
dignas de cualquier régimen autoritario. Aun así, decenas tomaron las calles.
Nuestras calles.
El disenso incómodo para los gobernantes tomaba fuerza
para presionar a las autoridades hacer por lo que les pagamos. No eran muchos
en número, pero eran una evidencia clara de que no todo es miedo en la prensa
veracruzana. Al final podemos concluir que gracias a esa presión las
autoridades hicieron su trabajo para encontrar a Gregorio Jiménez. Mientras la
solidaridad (escasa en estos tiempos) interconectaba al gremio periodístico, el
silencio de las autoridades federales era evidente, y lo fue hasta que
encontraron sin vida a Goyo. Mientras la noticia trágica acaparaba
espacios en la prensa y la indignación de la sociedad era más evidente,
el Presidente Enrique Peña Nieto, presumía que había cargado la Copa del Mundo.
Ni en ese momento ni en ningún otro, ninguna autoridad del gobierno federal
dijo algo. Optaron por ese silencio cobarde… aquí no pasa nada si no decimos
que algo pasa. El silencio del desdén.
El silencio omiso y cómplice. El
silencio que denota la falta de gobernantes diligentes, responsables y
comprometidos. De esos no hay, de esos no tenemos. Es el silencio que busca
perpetuar el miedo y arrinconamiento de la prensa. Es el silencio que evidencia
que una prensa vigorosa estorba para la democracia que el PRI (y demás
partidos) tienen en mente. Es un silencio que busca fragmentar los lazos
solidarios, que busca intimidar con su silencio ruidoso las voces de disenso y
el periodismo incómodo.
Es un silencio en el que es cómodo gobernar porque a
nadie tienes que rendir cuentas. Es un silencio que obliga a cuidarnos las
espaldas, porque la ausencia del estado es evidente. Es un silencio cómodo para
quien no le gusta la crítica y el escrutinio. Mientras Gregorio permanecía
desaparecido, el gobernador se reunía con sus familiares, ningún motivo serio,
se buscaba la foto y la simulación de que le importaba el paradero del
reportero. En la reunión, según lo que reportó el periódico Notiver, el
dadivoso gobernador ofrecía una casa a los familiares. Leyó usted bien, una
casa como muestra de “apoyo”. O si lo quiere leer, un intento de compra de su
silencio. Es decir, la vida de Gregorio valía una casa en esos momentos.
La
familia respondió con toda entereza: “no queremos una casa, lo queremos de
vuelta con vida”. La costumbre de cooptar a la prensa por parte de las
autoridades veracruzanas está ampliamente documentado. En ese estado más vale
comprar a cualquier precio cualquier intento de periodismo independiente. Pero
todavía hay periodistas en el estado que no tienen precio. Cuando la
devastadora noticia de la muerte llegó, pasó poco tiempo y ya teníamos a la
vocera del gobierno de Veracruz, así como a su secretario de gobierno,
afirmando categóricamente que el homicidio no tenía ningún vínculo con el
ejercicio periodístico de Gregorio Jiménez. ¿Cómo lo sabían sin ninguna
investigación ministerial? Fácil, no lo sabían. El objetivo inmediato era
quitar la idea lo antes posible de que el motivo podía ser la profesión y
convertir el caso de Gregorio en un homicidio más, simplemente uno más de
tantos que tenemos en el país.
De esta manera, como en el caso de Regina
Martínez, las autoridades ya sabían que la responsable (no presunta, sino
responsable) era la dueña de un bar, el móvil fue un tema personal y nada tenía
que ver con lo que publicó Jiménez. El discurso oficial no debería extrañarnos.
Lo que llama la atención es cómo medios reprodujeron de manera inmediata y sin
ninguna duda la versión oficial de los hechos. Tomaron como verdad los dichos
de Gina Domínguez. Eso no es periodismo, ustedes me disculparán.
Será el enojo
provocado por conocer tantos casos de periodistas asesinados que me inclino a
pensar que nunca sabremos los motivos reales por los que Gregorio Jiménez fue
asesinado. Pero también me queda claro que el caso de Gregorio Jiménez, y los
otros muchos, nos debe de importar porque es un tema de libertades.
Acostumbrarnos, solapar, no indignarnos ni enojarnos, son estados que no nos
podemos, como sociedad, permitir. Debemos hacer nuestra parte: demandar un
contexto seguro para ejercer el periodismo. Es un tema de libertades. Es
un tema de la defensa de nuestras libertades.
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