Viernes
Contemporáneo Por: Armando Ortíz/La pobreza de Javier Duarte
“Pobrecito mi patrón,
piensa que el pobre soy yo”
La pobreza es relativa, una persona con 100 millones pesos se
puede sentir pobre frente a una persona con 100 millones de dólares. Pero una
persona con dos mil pesos en la bolsa se puede sentir más rico que los dos
anteriores, porque para sacar la semana sólo necesita 500 pesos, y sabe que
trabajando honradamente la próxima semana y la próxima podrá obtener otros dos
mil pesos. Es como la parábola de la viuda pobre. Cuentan los Evangelios que
Jesús vio que en las arcas del templo a los hombres que depositaban sus
dádivas, pero también vio a una viuda pobre que sólo depositó dos monedas de
ínfimo valor. Jesús dijo a sus discípulos: “En verdad les digo: Esta viuda,
aunque pobre, echó más que todos ellos. Porque todos estos echaron dádivas de
lo que les sobra, mas esta echó, de su indigencia, todo el medio de vivir que
tenía”.
Pero hay otro tipo de pobreza, una pobreza que al hombre más rico
puede llevar a la indigencia y esa es la pobreza de espíritu. Una persona pobre
de espíritu es un sujeto indolente, egoísta y arrogante que sólo piensa en su
beneficio propio; que sólo piensa en llenar su vientre para sentirse
satisfecho. No le importan los demás, no le importa perjudicar a los demás con
tal de no perder su galardón en oro. Una persona pobre de espíritu no piensa en
respetar la ley, no le importa la ley; busca la manera de evadir la ley. Sólo
le interesa acumular, tener grandes cantidades de dinero, sin importar que sólo
tenga una vida, sin importar que sus excesos lo acercan más a la muerte que a
la vida. A una persona pobre de espíritu no le importa acarrear ostracismo a su
familia, antes bien la mancha con su avaricia, la contagia.
Una persona pobre de espíritu miente. Asegura que no tiene nada
para que nadie le quiete lo que se ha robado y jura que es suyo. Mira la paja
en el ojo ajeno, pero no ve la enorme viga que tiene en el suyo. Una persona
pobre de espíritu enloquece cuando alguien le quita una parte de lo que con
gran esfuerzo se ha robado.
Javier Duarte dice que es pobre, que sólo tiene unas cuantas
propiedades que ha heredado de su familia y una modesta cuenta bancaria donde
le depositan su sueldo como gobernador. Los documentos que han mostrado sus
adversarios, documentos reales que involucran una red de prestanombres entre
amigos, cómplices y familiares, señalan una fortuna que raya los tres mil
millones de pesos. Pero eso sí, se atreve, con todo el cinismo del mundo, a decir
que la denuncia de Miguel Ángel Yunes Linares en su contra sólo tiene tintes
electoreros.
Aún si Miguel Ángel Yunes estuviera involucrado, o su familia
estuviera involucrada en las empresas ofshore o “paraísos fiscales”, Javier
duarte debería tener la decencia de quedarse callado hasta que no aclare lo que
los cientos de documentos mostrados dicen sobre su dinero mal habido. Pero
Javier no es decente, por eso no se va a quedar callado.
Javier Duarte sí es pobre, eso nos consta, pero pobre de
espíritu. Es de esos sujetos que son tan pobres que sólo tienen dinero. Un día,
cuando goce de total impunidad, en su castillo de Madrid se acostará en su
lecho, todo el orondo y satisfecho; entonces dirá: “Alma, tienes muchas cosas
buenas almacenadas para muchos años; pásalo tranquila, come, bebe, goza”.
Entonces escuchará una voz que le dirá: “Insensato, esta noche exigen de ti tu
alma. Entonces, ¿quién ha de tener las cosas que almacenaste?”.
Ese es el destino de todos los que se enriquecen con el robo,
pero empobrecen en el espíritu.
Armando
Ortiz
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