NUEVO CANDIDATO CON UN VIEJO PRI... |
Jorge Fernández Menéndez / Razones
EXCÉLSIOR
No hay procesos circulares en la historia. Los acontecimientos pueden ser similares pero, en realidad no se repiten. Pero las jornadas que ha vivido el priismo en estos últimos días parece proyectar un aire de regreso al pasado, a algo que ya vimos, que se alimenta, paradójicamente, de las ambiciones a futuro.
El registro de Peña Nieto fue un destape con todas las de la ley. Estuvieron todos los ingredientes: la decisión de que no debería haber contrincantes para contar con un candidato sin mácula; la movilización de las fuerzas sectoriales y estatales no estuvo ausente: la CNC promete, cómo no, diez millones de votos; a los gobernadores priistas se les pide, amablemente, que envíen cada uno unos 500 militantes al acto de registro. Buena parte de la estructura que opera en torno a Peña Nieto está convencida de que el primero de julio será un día que simplemente completará el trámite de la confirmación del triunfo, tanto que, como antaño, ya hay quienes están distribuyéndose desde ahora posiciones antes del retorno al poder. Y los hay quienes también están ajustando cuentas internas en un proceso que apenas comienza.
Todo se parece al pasado, pero no lo es. Ha habido una suerte de vuelta de tuerca sobre él: lo que antes parecían protocolos inalterables, hoy suenan fuera de tiempo y de contexto; lo que antes era parte de la cultura política hoy parece un abuso, una violencia innecesaria en el proceso interno; lo que antes era tradición hoy parece anacrónico. Pero también, lo que antes era un trámite político hoy se ha convertido en una elección que será competitiva, real, donde nadie le regalará nada al priismo.
Peña Nieto lleva la ventaja y tiene de su lado, sin duda, las expectativas. Pero la decisión que deberá tomar, que tiene que haber tomado ya, es decisiva para su futuro y el de su partido: deberá abonar a ese pasado, a esas formas que persisten en el inconsciente colectivo, en la cultura política pero que no dejan de ser parte del pasado, o se presenta, desde ya, como parte de algo nuevo, diferente, que no compita pensando en la restauración, sino en un futuro de cambio. Peña debe ser consciente de que puede ganar apostando a cualquiera de las dos cartas: hay muchos que consideran que regresando al pasado las cosas podrán retomar el curso, como si nada hubiera pasado desde 1994 a la fecha. Hay otros que esperan algo nuevo, diferente, que exista una continuidad con un proceso de cambio que, por muchas razones, se agotó, se detuvo desde hace años.
La elección del próximo primero de julio estará lejos de ser un paseo para el priismo y el arma que usarán sus adversarios será la del temor por el regreso al pasado. Dependerá de los priistas y sobre todo de Peña Nieto debilitar o no ese argumento. Por lo pronto, hay algunos elementos preocupantes en ese sentido. Nadie debería engañarse: Manlio Fabio Beltrones declinó en sus aspiraciones a la candidatura presidencial, aunque desde antes sabía que estaba lejos de ser el favorito, no sólo por un comprensible deseo de unidad, sino porque fue orillado a ello. La convocatoria fue expedida en tales términos que hacía imposible llegar a lo que Manlio hubiera querido, que era participar en el proceso de debate de la línea política de la candidatura priista y garantizar espacios para sectores del PRI que no necesariamente se identifican como cercanos a Peña Nieto. Se festejó enormemente que Manlio decidiera no registrarse sin comprender que lo mejor que le hubiera podido ocurrir a la campaña priista, incluso teniendo, como estaba y está, un candidato decidido, hubiera sido ver a Peña Nieto debatiendo y manejándose ante un rival de altura que no pondría en riesgo su candidatura, pero que lo obligaría a mostrar mucho más qué hay debajo de ella.
Ésa no fue la decisión que animó hasta ahora el proceso interno, ni parece ser la que animará la campaña: la idea, en algo similar a lo que hizo Mariano Rajoy en las pasadas elecciones españolas, es no comprometerse, pedir un voto de confianza, alimentar expectativas sin asumir políticas muy concretas, dejar que los otros hagan propuestas y mientras tanto administrar la ventaja. No está mal y quizás el resultado termine siendo similar al del domingo pasado en España. Pero quizás las cosas resultan diferentes, quizás al PRI se le exija mucho más y sus oposiciones puedan ofrecer algo distinto. Quizás los grupos de poder interno del tricolor están tan hambrientos de regresar al poder que terminan, como están haciendo en varios estados, rompiendo y poniendo en peligro alianzas porque se consideran defraudados por cualquier acuerdo que no los beneficie personal y directamente. No sé como lo harán, pero el PRI debe trascender las expectativas de distribución del poder a la vieja usanza, pero tratar de construir una nueva cultura política dentro de sus propias tradiciones. Por lo pronto, durante la semana pasada, todo fue demasiado a la antigüita.
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