Cuando es exagerado y continuo
puede causar úlcera, estrés, traumas y ansiedad.
Fernando
Guzmán.
El
miedo es una espada de doble filo, aseguró Francisco Sotres, investigador del
Instituto de Fisiología Celular (IFC).
Sotres,
quien estudia los mecanismos cerebrales involucrados en dicha emoción
que nos alerta ante una amenaza, sea real o imaginaria, agregó: “Es una
respuesta de supervivencia”. El miedo ayuda al cuerpo a contender contra algo o
alguien (un depredador) que puede ser peligroso.
El
que es exagerado puede ser causa de desórdenes psiquiátricos como estrés
postraumático y ansiedad generalizada. Damnificados que perdieron su casa y/o a
familiares por un sismo en Ciudad de México entran en pánico con un leve
temblor.
El
miedo genera respuestas fisiológicas, corporales y conductuales, explicó
Sotres. Además, hay aumento del ritmo cardiaco, sudoración y dilatación de las
pupilas, así como liberación de hormonas como cortisol y adrenalina.
La
adrenalina nos pone en un estado de vigilancia alta ante un estímulo amenazante
y el cortisol –hormona que producen las glándulas suprarrenales– ayuda a los
músculos a liberar más azúcar. Ambos alertan para escapar, esconderse o
enfrentar el peligro.
Hay
de miedos a miedos. Unos son innatos, cuya impronta ha dejado la evolución en
los circuitos cerebrales. De esos, en general, “a los que más tememos son las
alturas y a los lugares encerrados”. En otros animales, el temor es a los
depredadores. Así también, hay unos aprendidos, la mayoría, los más comunes, y
están asociados a estímulos peligrosos del medio ambiente. Si nos asaltan en un
parque, recordamos ese lugar como amenazante.
Fragmento
de El Grito, de Edvard Munch.
Disparos
de la amígdala
La
amígdala del cerebro, donde confluye y se asocian la información sensorial
sobre los estímulos amenazantes y su contexto, dispara reacciones fisiológicas
(estrés) y corporales (contracción de los músculos) ante el peligro.
Por
su maquinaria cerebral más compleja, el humano puede imaginar el futuro de
manera diferente a los animales. Una cebra ante un león tiene que estar alerta
para enfrentarlo o huir. Nosotros, después de librar un peligro, podemos quedar
con un miedo exagerado que pone al cuerpo en estado de emergencia continua. Y
eso puede generar úlcera, traumas y otros desórdenes mentales.
En
los seres humanos, reiteró Francisco Sotres, “es una espada de doble filo”. Es
una alarma que permite responder a estímulos peligrosos. Si no pudiéramos
reaccionar ante las amenazas, probablemente estaríamos muertos.
Sin
embargo, cuando es una alarma que suena todo el tiempo y sin que haya peligro,
o nos lleva mucho tiempo recuperarnos de un evento traumático, se empiezan a
generar desórdenes psiquiátricos.
Imaginar
permanentemente un peligro, hace que el cortisol se libere continuamente, se
consuma todo el azúcar del cuerpo e incluso baje el nivel de respuesta
inmunológica. Si eso uno “lo arrastra todo el tiempo”, se puede enfermar más
rápido.
En
el cerebro también hay repercusiones: todo este cortisol aumenta el tamaño de
la amígdala y disminuye las de otras regiones que son importantes para suprimir
el miedo. En gente atemorizada o que pasó por un trauma muy fuerte y del que no
se repone, reacciona muy rápido a cualquier estímulo aunque no sea amenazante.
Si
esta imaginada situación sigue durante mucho tiempo, puede causar cambios en la
conformación del cerebro y en la respuesta fisiológica corporal ante el miedo.
Miedo,
de Teresa Carbonell.
Tres
regiones cerebrales
En
el laboratorio, en diferentes modelos con animales, Sotres trata de identificar
los diversos tipos y grados de miedo. Cómo se genera y cómo sobreponerse al
temor.
Crea
una memoria asociada al miedo en la amígdala de ratas cuando las expone a un
sonido particular simultáneo a una descarga eléctrica. También las exhibe
continuamente al tono, pero sin el shock, para crear una memoria de seguridad
que les ayuda a no temer a ese tono.
En
una terapia, aseguró el investigador, a sujetos con un miedo particular, se les
expone permanentemente a un estímulo amenazante, para que aprendan que ya no es
peligroso. “Tratamos de entender qué pasa en el cerebro de las ratas, para ver
cómo podemos ayudar a la gente con miedo exagerado a que se recupere más
rápido”, apuntó.
Al
tratar de identificar qué partes del cerebro pueden ayudar a “meter freno” a
ese acelerador que es la amígdala, Francisco Sotres y colaboradores han
encontrado que la corteza prefrontal (ubicada arriba de los ojos) ayuda a
revaluar una situación para que la glándula sea menos activa.
A
la gente con miedo exagerado se le ayuda promoviendo la comunicación de la corteza
prefrontal con la amígdala para inhibir ese estímulo de defensa ante una
amenaza. Esto podría darse, indicó el especialista, porque la respiración
profunda, la meditación, el ejercicio, las terapias de evaluación de estímulos
y la psicoterapia hablada ayudan mucho a ‘tranquilizar’ a las personas.
También
trata de identificar elementos cerebrales mucho más específicos involucrados en
el miedo: Por ejemplo, qué vías neuronales son claves para su generación o
inhibición.
Con
ese propósito entrenan al animal a tomar una decisión que le ayude a
sobreponerse al miedo para obtener una recompensa. Se ha observado que los
individuos con mayor propensión a sobreponerse al miedo para obtener algo,
tienen capacidad de regular la capacidad de la amígdala a partir de
“engancharla” a la corteza prefrontal.
Si
logramos identificar cómo sobreponerse a esta emoción de manera activa, esto
eventualmente podría ayudar a generar nuevos tratamientos para ayudar a la toma
de decisiones ante un estímulo amenazante.
Otra
parte cerebral vinculada a la amígdala y a la corteza prefrontal es el
hipocampo, que hace que el individuo tenga o no miedo, a partir de la
asociación del contexto.
Una
serpiente que te sale al paso en la Reserva del Pedregal no ocasiona la misma
emoción que la misma serpiente que ves en el zoológico de Chapultepec.
También
Francisco Sotres trata de observar en segundos y milisegundos la actividad de
estas tres regiones. Su secuencia: cuál va primero; así como qué codifica cada
una y cómo se comunican entre ellas ante algo o alguien amenazante.
Cómo
se asocian en el cerebro para que, al haber un costo (caminar sobre una
parrilla electrificada) y un beneficio (comida), la rata se sobreponga al
miedo.
Aunque
reconoce que todavía está lejos de que sus resultados de ciencia básica sean
aplicados en clínica, su meta es determinar cómo estos circuitos cerebrales
pueden ser más propensos a activarse para sobreponerse al temor y no para
generar “nada más miedo”.
México
es un pueblo feliz, asegura una encuesta; pero, con todo lo que pasa en el
país, ¿somos una sociedad con miedo? “Es una paradoja en nuestra historia.
¿Cómo llegamos a eso? No sé. Tampoco sé si somos muy felices a pesar del lugar
y el momento violento en el que nos tocó vivir. Quizá sea una señal de lo
resilientes –capacidad que se tiene para recuperarse frente a la adversidad–
que somos”, concluyó Sotres.
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