John M. Ackerman (Revista Proceso, 15 de octubre, 2017)
El presidente Enrique Peña Nieto y su canciller, Luis Videgaray,
esperaban que, si se arrastraban con suficiente abyección a los pies de Donald
Trump, el magnate neoyorquino finalmente les tendría lástima y dejaría intacto
su apreciado juguete salinista: el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN). Pero todo parece indicar que la estrategia tapete de los
indignos representantes de nuestro mal gobierno terminará en un fracaso
histórico para la diplomacia mexicana.
Conforme avanzan las rondas de renegociación, se confirma la sospecha de
que el gobierno de Trump nunca tenía el menor interés en “actualizar” o
“modernizar” el acuerdo trilateral, sino que solamente busca tiempo para
arrinconar y chantajear al gobierno de México con el fin de obligarlo a aceptar
términos aún más lesivos y desiguales que la versión actualmente vigente del
tratado. En su desesperación por detener la estrepitosa devaluación del peso y
evitar un estallido social en el corto plazo, Peña Nieto le entró al juego del
ocupante de la Casa Blanca y ahora se encuentra en un callejón sin salida.
Para mantener el TLCAN, Trump exige al gobierno mexicano una serie de
concesiones inaceptables que hundirían la economía nacional durante décadas.
Propone, por ejemplo, obligar a México a aumentar sus importaciones de bienes y
servicios de Estados Unidos, así como fijar en 50% o más el porcentaje
requerido de insumos estadunidenses en los productos industriales de mayor
valor agregado exportados desde México al país vecino. Washington también busca
reservar su derecho a violar el acuerdo de manera unilateral en cualquier
momento, por medio de la eliminación del capítulo 19 del tratado, así como
incluir una revisión obligatoria de los términos del TLCAN cada tres o cuatro
años con el fin de ir ajustando detalles si no se supera el presunto “déficit
comercial” de Estados Unidos con México.
Aceptar estos términos convertiría a México en un simple apéndice de la
economía estadunidense. Simultáneamente se aumentaría nuestra dependencia del
norte y se reducirían los beneficios de nuestro acceso privilegiado al mercado
de nuestro poderoso vecino. A cambio de unas cuantas migajas, sacrificaríamos
de manera definitiva la posibilidad de desarrollar una verdadera política
industrial y de desarrollo agropecuario que pudieran resolver la pobreza y la
desigualdad que tanto lastiman hoy al pueblo mexicano.
A Peña Nieto y a Videgaray no les preocupa que México desaparezca como
Estado soberano. Ellos firmarían cualquier acuerdo con el fin de mantener una
semblanza de estabilidad financiera durante los meses previos a las elecciones
de 2018.
Sin embargo, el pueblo mexicano no es tonto y podría castigar al
gobierno muy fuertemente en las urnas por este acto de alta traición. Así que
los vendepatrias también tienen guardado un “Plan B”. Desde ahora preparan la
opción de envolverse en la bandera y levantarse indignados de la mesa de
negociación del TLCAN con el fin de lucrar políticamente con su propio fracaso
diplomático, presentándose como los grandes defensores de la patria frente a la
intransigencia del gandalla de la Casa Blanca.
Sin embargo, pocos mexicanos se dejarían engañar por los discursos
patrioteros de estos nacionalistas de ocasión. Es demasiado tarde para
rectificar. Too little, too late, como dicen los gringos tan admirados por los
tecnosaurios que hoy predominan en el gabinete federal. Peña Nieto y Videgaray
han dado demasiadas muestras concretas de su abyección al imperio para poder
rectificar a estas alturas del partido.
Todos recordamos, por ejemplo, la abierta utilización de los recursos y
el prestigio del Estado mexicano para intervenir a favor de Trump durante la
pasada campaña presidencial en Estados Unidos, con la invitación al magnate
neoyorquino a Los Pinos el 31 de agosto de 2016. El juramento de Peña Nieto en
su conversación telefónica con Trump del pasado 27 de enero –de que “el
espíritu de mi gobierno es la posición de mi administración, es que las cosas
vayan bien para Estados Unidos y que todo vaya bien para su gobierno (de Trump)”–
también pinta de cuerpo entero la visión y la ideología del primer mandatario
mexicano.
Ya basta de improvisaciones y oportunismos en la agenda bilateral. Tanto
el entreguismo servil como el patrioterismo hipócrita lastiman la posición
internacional de México y contribuyen al debilitamiento de la economía
nacional. Urge una nueva diplomacia firme, serena y capaz, que genere respeto
en el escenario internacional.
Con o sin el TLCAN, la relación bilateral entre México y Estados Unidos
seguirá. Pero para que esta relación sea productiva y efectiva, para que rinda
frutos para México y los mexicanos, hace falta una verdadera interlocución
entre iguales. Y una condición necesaria para poder lograr esta igualdad es un
gobierno mexicano plenamente legítimo que cuente con el respaldo de su propio
pueblo y que esté dispuesto a luchar con los ciudadanos en defensa de la
soberanía nacional y la justicia social.
Twitter: @JohnMAckerman
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