Pedro
Echeverría V.
1. El 25 de octubre y 7 de
noviembre –según calendarios- se conmemora el 100 aniversario de la Revolución
Rusa encabezado por Lenin y los bolcheviques. Aquí en México la “izquierda
amaestrada” habla de “la primera revolución socialista” para distinguirla de la
revolución burguesa mexicana que estalló en 1910 y juró su Constitución
Política en febrero de 1917. La realidad es que fueron muy diferentes los
objetivos de aquellas dos revoluciones: la rusa se planteaba construir el
socialismo igualitario a partir de llevar al poder al proletariado (obreros de
la gran industria) y la mexicana sólo significaba la construcción o
instauración de una sociedad burguesa con respeto a la propiedad privada, pero
eliminando vicios de la dictadura porfiriana de 35 años.
2. Hoy, cuando hacemos el
balance, comprobamos que aquella gran revolución rusa que fue un magnífico
ejemplo de la humanidad al plantear la posibilidad de que los obreros, los
campesinos, los explotados y oprimidos asuman el gobierno y el poder, sólo
podemos entusiasmarnos por sus primeros siete años, hasta la muerte de Lenin en
1924; desde entonces vendrían las terribles divisiones y enfrentamientos entre stalinistas, trotskistas y los mismos menchevique que se adelantaron a advertir acerca de lo que sucedería al tomar
el gobierno en una sociedad no madura para ello. Estos dirigentes jamás
pelearon por dinero o propiedades como cualquier burgués; sus enfrentamientos
fueron por la construcción del socialismo.
3. Pero esas confrontaciones no
nacieron de la nada, sino de una realidad que se vivía en Rusia y en el mundo
que demostraban la gran fortaleza del capitalismo mundial que controlaba la
producción, la riqueza, los mercados, las armas y que si no se registraban más
revoluciones obreras en el universo una sola revolución no resistiría. Lo positivo de la revolución rusa del 17 fue que desató una gran
agitación en todo el orbe llevando a los obreros a confrontarse contra sus explotadores, pero las nuevas y grandes batallas que
surgieron aún eran débiles ante la fortaleza de los poderosos gobiernos de
países imperialistas y capitalistas. La nueva revolución, después de sus
maravillosos primeros años, para no ser aplastada, comenzó a negociar su
existencia.
4. Cuando en 1959 yo apenas
ingresaba a la izquierda socialista, pensé que todo era muy sencillo, muy fácil
después del triunfo de una revolución. Pensé que en Rusia, después de 46 años
de revolución, las fábricas, las empresas, todo el gobierno y el ejército
estaban en manos directas de los trabajadores y por eso estaban construyendo el
socialismo; que tanto ese año como el siguiente (1960) lo mismo pasaría en
Cuba: los socialistas expropiarían todas las grandes propiedades e
inmediatamente pasaban a manos del pueblo. Sin embargo tuvieron que pasar
algunos años para que la disputa chino-soviética y la corriente trotskista me
enseñaran lo que había pasado con esas revoluciones y lo que sucedía con los 14
llamados países socialistas.
5. Ya desde entonces, gracias a
mis lecturas (no a la escuela) me comenzaba a quedar claro lo que en México
había pasado con la revolución. Aquí nunca se lucha por el socialismo, por la
igualdad y todos los líderes de la revolución mexicana venían de las clases
medias y altas cuyos ideales se originaban esencialmente de los EEUU que
–aunque se había apoderado en 1848 de más de la mitad de nuestro territorio y
aún nos amenazaba de manera permanente de invasión- no era un país tan
desprestigiado en el mundo. También pensé equivocadamente entonces en la radicales diferencias entre una y otra
revolución. Pensé –terriblemente equivocado- que las revoluciones se definían
por los ideales o lo que decían sus dirigentes y no por los resultados de sus
avances reales.
6. El desplome de la revolución
rusa de 1917 o de la URSS y sus aliados “socialistas” en 1989-90 no fue ninguna
sorpresa para los estudiosos y analistas. Yo desde 1965, después de mis
primeros años en el PCM, comencé a ser un crítico de la URSS y junto a mi apoyo
a los guerrilleros vietnamitas invadidos, me acerqué a las posiciones del
Partido Comunista Chino que combatían el coqueteo y los arreglos del ruso
Jruschov con los yanquis Kennedy y Johnson. Conocí y repudié la reivindicación
stalinista de los chinos, pero en la década de los años sesenta y parte de los
setenta, ellos representaron las posiciones revolucionarias. Los trotskistas
eran más libertarios en otros campos, pero nunca dejaron de reivindicar el
autoritarismo de parido de Lenin.
7. Hay un elemento sobre la
Revolución rusa que siempre me ha parecido importantísimo: en febrero de 1917
la burguesía rusa con una revolución derrocó la dictadura zarista; Rusia estaba
en la primera guerra y Lenin planteaba que era la oportunidad de acabar con el
poder de la burguesía rusa de Kerenski tomando los bolcheviques el poder en
octubre. Los mencheviques Martov, Dan, dijeron que no se podría construir una
sociedad socialista porque ni siquiera el capitalismo se había desarrollado y
que se llegaría a un Estado degenerado. Lenin y los bolcheviques dijeron “hoy o
nunca” y dieron en octubre una “especie de golpe de Estado”. Lenin a los dos
años tuvo que crear una nueva política económica para dar paso a las
inversiones burguesas… y al parecer muchas tierras tuvieron que ser devueltas.
8. A la inmensa mayoría de
“marxistas-leninistas” les gusta halagar a Lenin como si fuera dios y a la
revolución rusa como “la primera socialista”. Nada de nada. Lo que sucedió con
Rusia se repitió en Cuba, Nicaragua y los países de “zona de influencia de las
guerras”. Los modelos de Rusia y China actual son modelos capitalistas y lo que
existe en el mundo es una lucha intercapitalista. Los pueblos sólo tienen y han
tenido, la obligación de luchar en las calles, la fábricas, los campos, las
escuelas y construir la fuerza necesaria para enterrar a los explotadores y
opresores. Está bien festejar los aniversarios revolucionarios, pero no hay que
irse con la finta. Mi único dogma es la conquista de la igualdad para enterrar
a las clases sociales y la lucha de clases.
9. ¿Qué socialismo hay que
defender? Ante la conservación y fortalecimiento del capitalismo e imperialismo en el mundo y el aplastamiento
de la economía y las batallas de los pueblos, sólo las luchas permanentes por
un ideal igualitario en las calles del mundo –aunque tuvieran que pasar muchos
años o décadas- pueden garantizar que los trabajadores un día entierren a sus
burguesías expoliadoras. Para ello tienen que estallar revoluciones que no se
paren, que no descansen, que no se queden a la mitad del camino; que barran con
todos los obstáculos que se oponen a la desigualdad política, económica y
social. A pesar de sus desvíos y limitaciones hay que hacer más revoluciones,
pero cuidando que no sean traicionadas, secuestradas y puestas nuevamente al
servicio de otras clases dominantes.
(3/X/17)
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