POR ÁLVARO DELGADO ,
MÉXICO, D.F. (apro).- Luis Donaldo Colosio es un ídolo fabricado
con amnesia, ignorancia y mentiras, porque su comportamiento real como político
priista y salinista fue la antítesis del demócrata.
La
biografía política de Colosio –que este 23 de marzo cumplió dos décadas de
haber sido asesinado por el sistema al que sirvió y del que se sirvió– está
asociada a los fraudes electorales, los asesinatos políticos, los latrocinios y
tantas arbitrariedades del poder priista en su expresión más siniestra: El salinismo.
Afiliarse
es un acto de adhesión, no de repudio, y Colosio empezó a militar en el PRI en
1968, el año de la matanza de estudiantes en México, y su supuesto compromiso
de democratizar el poder –en vísperas de su sacrificio– es la nítida confesión
del régimen represor al que perteneció.
Más
aún, con la arrogancia de los autócratas, Colosio daba por hecho que sería
Presidente de México. ¿Cómo pensaba ganar? Como estaba acostumbrado el PRI y él
mismo: A la mala.
La
supuesta conversión de Colosio a la democracia sigue siendo, a dos décadas de
su asesinato, una fantasía barata. Los hechos acreditan que fue un priista más
sometido a Salinas, su jefe hasta su muerte.
Como
coordinador de la campaña de Carlos Salinas, en 1988, Colosio fue protagonista
principalísimo de una elección marcada por el fraude electoral y los asesinatos
de Francisco Xavier Ovando y Román Gil, colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas,
que fueron los primeros dos de los más de 500 cometidos en el sexenio contra
simpatizantes de éste.
Presidente
del PRI por decisión de Salinas, Colosio fue el responsable de todos los
operativos fraudulentos en las elecciones que siguieron para imponer una
“democracia selectiva”: En 1989, por ejemplo, Michoacán no y Baja California
sí.
A
Michoacán, Colosio envió una legión de mapaches electorales para recuperar el
estado, encabezados por José Guadarrama Márquez –ahora perredista operador de
Jesús Ortega–, y en Baja California cedió la primera gubernatura al PAN con
Ernesto Ruffo.
En la
elección de 1991, Colosio se propuso la recuperación del PRI al costo que sea.
Decía Colosio: “Queremos la mayoría en el Congreso para seguir acompañando al
presidente Carlos Salinas de Gortari en el cumplimiento del mandato social de
transformar la vida nacional”.
Y sí:
Lo logró con el recién creado Instituto Federal Electoral /(IFE) bajo el
control de su partido, con Salinas como coordinador de la campaña desde el
gobierno, con multimillonarios recursos del Programa Nacional de Solidaridad
(Pronasol) y con todas las mapacherías.
Hasta
la prensa extranjera, fascinada por las reformas privatizadoras de Salinas,
observó el festín de trampas: Carrusel, ratón loco, operación tamal, compra y
coacción de voto, “rasuramiento” del padrón.
Aún
existía el Colegio Electoral, donde los presuntos diputados defendían su
triunfo y ahí se repitió la tradición: La oposición denunció, el PRI
aplastó.
Colosio,
quien fue subordinado del subsecretario Manuel Camacho Solís en la Secretaría
de Programación y Presupuesto encabezada por Salinas, fue también un falsario
de la democratización del PRI y represor de los disidentes Rodolfo González
Guevara, fundador de la Corriente Crítica quien terminó por renunciar.
Y el
único intento cupular para la supuesta democratización, el Movimiento para el
Cambio Democrático (MCD), muy pronto se frustró también, como lo narra el
periodista Julio Hernández López, quien fue invitado por Colosio para presidir
como secretario adjunto del CEN ese organismo.
En su
libro “Las horas contadas del PRI, la historia real de una disidencia por la
democracia”, editado por Grijalbo en 1997, Julio cuenta que, tras acciones en
los estados para sacudir al PRI –que él mismo presidió en San Luis Potosí entre
1994 y 1995–, el intento se frustró.
“Colosio
no podía contradecir las instrucciones de Carlos Salinas y José María Córdoba.
Y la instrucción, después de la asamblea, era la de reversa completa. Marcha
atrás. Media vuelta. A esperar mejores tiempos.”
Añade:
“Platiqué con Colosio. Empujar sería contraproducente para el proceso en
general y para el proceso en particular. No había condiciones, las circunstancias
habían cambiado”.
Julio
renunció a la secretaría adjunta, aunque siguió al frente del MCD, “pero todo
se deshizo. A fin de cuentas éramos un movimiento cupular, dependiente de la
voluntad y la protección del presidente del partido”.
Ese
presidente del PRI se incorporaría, en 1992, al gabinete como titular de la
Secretaría de Desarrollo Social, creada para él por Salinas, tras la
recuperación electoral del año anterior. Cargado de recursos, perfilado ya para
ser el ungido de su jefe, Colosio recorrió el país en una abierta precampaña.
El 5 de
noviembre de 1993, tres semanas antes de su destape, Colosio descendió a la
lisonja con Salinas, en Tehuacán, Puebla:
“Esta
es una ocasión propicia para rendir un reconocimiento al hombre que conduce con
gran acierto y compromiso los destinos del país: Carlos Salinas de Gortari.
“Creo
que aquí, como en el resto del país, la obra del gobierno de la República finca
las bases de un nuevo tiempo mexicano, en el que está presente de manera
decisiva la labor y el desempeño de su liderazgo permanente y ejemplar, de su
temple y de sus profundas convicciones (…).
“Por su
liderazgo, el Presidente supo convocar, unir y construir mejores destinos para
el país y anticiparse a los cambios mundiales, sin vacilar en defender su
soberanía (…).
“Por la
magnitud de las transformaciones emprendidas, la obra de Carlos Salinas seguirá
siendo fuente de inspiración en los años venideros”.
¿Colosio
un demócrata? Qué tontería…
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en Twitter: @alvaro_delgado
(Las
opiniones expresadas en el texto son responsabilidad exclusiva del autor)
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