1 de abril de 2016

EL LLAMADO DE LÓPEZ OBRADOR

Quizá, una encuesta de percepción le jaló la oreja a Andrés Manuel pues luego de meses de estar empeñado en confrontarse con algunas corrientes críticas en Morena, que exigían un liderazgo democrático, ha reconsiderado y llama a la unidad de las fuerzas progresistas.
En efecto, AMLO desde Tijuana llama a “parar la división y evitar fricciones entre grupos progresistas pues solo el pueblo está dividido” y alerta con una de sus máximas tremendistas: “los ladrones y asesinos del PRIAN se encuentran coludidos, demostrado en la fiesta de Diego Fernández de Ceballos”.
Y es que evidentemente el ruido que genera la confrontación entre morenistas en varios estados, no se queda para la memoria de los desaciertos, sino fluye libremente en los medios de comunicación y la gente con eso se forma o reafirma la idea de que la izquierda es buena para pelear internamente pero incapaz para conducirse con sobriedad y responsabilidad política.
La reconsideración del tabasqueño entonces es oportuna cuando se están dando rupturas y distanciamientos. Sin embargo, más de alguno de los agraviados señalan que le falta algo de autocrítica pues ha sido él quien ha roto lanzas contra quienes buscan ejercer su derecho a disentir, proponer, dirigir y ser considerado en nominaciones.
Otros, como sucedió con decenas de jóvenes de Sinaloa, simplemente abandonaron el barco lopezobradorista y algunos de los que se quedaron probablemente estén preguntándose sobre qué tan diferente es Morena con respecto al resto del sistema de partidos. Un sistema muy cargado de presidencialismo tóxico para cualquier sistema democrático.
AMLO en estos meses está arriba en las encuestas, con un 42 por ciento de intención de voto, cómo sucedió en la fase previa a las elecciones de 2006 y 2012, y eso es una buena noticia para sus propósitos presidenciales, pero también es una alerta pues tarde o temprano, por gravedad política, tenderá a bajar y el desafío no es como evitarlo sino cómo reducir costos e incrementar los beneficios.
Está la experiencia de esos dos procesos electorales presidenciales fallidos y aunque se podrá argumentar con mayor o menor sustento, que en ambos comicios se le robó la Presidencia, lo cierto es que no todo se puede meter en ese costal de agravios políticos.
Los comicios son entes activos donde intervienen actores que luchan por el poder y toman decisiones. Pueden ganar o equivocarse con los subsecuentes efectos en el comportamiento electoral de las personas. Y AMLO es falible, como cualquier otro ser humano, y quizá su mayor dificultad es aceptar la responsabilidad que le corresponde. En su larga cadena de discursos hay muy poca autocrítica.
Hoy mismo no hay un mea culpa cuando pide terminar con las fricciones. El día que esto suceda tendremos a un AMLO más de carne y hueso, menos apegado a una imagen autoconstruida, digna de devoción, que es útil ante lo más fieles, pero no para la gran masa de mexicanos que tiene en general una mala opinión de los políticos por encima de colores y anagramas partidarios.
La táctica leninista de dos pasos adelante, un paso atrás con ese llamado a la unidad, es muy recomendable en las estrategias de avanzar en la conquista del poder aunque hay que recordar que Lenin tenía un partido de masas, revolucionario, programático, unificado en torno a su liderazgo y eso cuenta para la estabilidad partidista.
En efecto, el enemigo está afuera donde se mueven las otras fuerzas y liderazgos que igual buscan conservar o acceder al poder y frecuentemente tiene a su alcance muchos recursos para sacar adelante sus más caros propósitos.
Entonces dicho de otra manera, avanzar dos pasos y retroceder uno, tendrá sentido teniendo la humildad de la autocrítica y sobre todo una visión de país en un mundo globalizado que obliga a tener claras las alianzas indispensables para empujar un verdadero proyecto alternativo de nación más ahora qué la izquierda variopinta de América latina pierde terreno.
Y, eso, llama a revisar el discurso político que sigue siendo para los leales. Para los que están convencidos de que AMLO es el bueno. Sin embargo, el desafío es convencer a los que desprecian la política y a los políticos, a los que les compran el voto, a los jóvenes indiferentes o franjas de nuevos electores.
Un problema en AMLO es que su discurso no se ha renovado y sigue con los mismos mensajes capsulares, acusatorios. Cierto ahora es el tiempo de construir cavando tumbas para la llamada “mafia del poder” pero, repito, eso es un mensaje para los leales no para el electorado escéptico.
El recurso de la búsqueda de culpables es eficaz hasta cierto punto. Luego sirve poco porque le está machacando lo que muchos intuyen o sufren, que es la desigualdad en que viven y lo que quieren es un discurso más esperanzador. Menos retórico. A mí en lo personal me gustó mucho aquel lema de la campaña de 2006 que al mismo tiempo que presentaba a la coalición, buscaba el voto del interlocutor y llamaba a la reflexión colectiva: Por el bien de todos, primero los pobres.
En esas ocho palabras AMLO resumía todo un programa de gobierno e incluía a tirios y troyanos. Ningún otro partido tuvo uno mejor en ese año de alta competitividad electoral. Sintetizaba una larga aspiración justicia, socialdemócrata, de un Estado social que con sus políticas fiscales hiciera posible una menor desigualdad entre ricos y pobres, como antídoto indispensable para atender los grandes problemas nacionales.
Sin embargo, los giros retóricos y acusatorios pusieron en entredicho a AMLO, potenció las estrategias y trampas de sus adversarios qué siguen estando ahí, no se han ido y van por más cómo reza un slogan publicitario.
Esperemos, entonces, que no sea un paso atrás para seguir haciendo lo mismo porque el riesgo hoy es cómo volver agrupar las izquierdas y evitar una mayor fragmentación electoral en los comicios de este año y los de 2018.
En definitiva, AMLO debería por razones de táctica partidista agregar un mea culpa que hablaría verdaderamente de su preconizada humildad política. Un valor escaso en la política mexicana.


Pero, quizá, es pedir demasiado.

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