Quizá,
una encuesta de percepción le jaló la oreja a Andrés Manuel pues luego de meses
de estar empeñado en confrontarse con algunas corrientes críticas en Morena,
que exigían un liderazgo democrático, ha reconsiderado y llama a la unidad de
las fuerzas progresistas.
En efecto, AMLO desde Tijuana llama a “parar la división y evitar
fricciones entre grupos progresistas pues solo el pueblo está dividido” y
alerta con una de sus máximas tremendistas: “los ladrones y asesinos del PRIAN
se encuentran coludidos, demostrado en la fiesta de Diego Fernández de
Ceballos”.
Y es que evidentemente el ruido que genera la confrontación entre
morenistas en varios estados, no se queda para la memoria de los desaciertos,
sino fluye libremente en los medios de comunicación y la gente con eso se forma
o reafirma la idea de que la izquierda es buena para pelear internamente pero
incapaz para conducirse con sobriedad y responsabilidad política.
La reconsideración del tabasqueño entonces es oportuna cuando se
están dando rupturas y distanciamientos. Sin embargo, más de alguno de los
agraviados señalan que le falta algo de autocrítica pues ha sido él quien ha
roto lanzas contra quienes buscan ejercer su derecho a disentir, proponer,
dirigir y ser considerado en nominaciones.
Otros, como sucedió con decenas de jóvenes de Sinaloa, simplemente
abandonaron el barco lopezobradorista y algunos de los que se quedaron
probablemente estén preguntándose sobre qué tan diferente es Morena con
respecto al resto del sistema de partidos. Un sistema muy cargado de
presidencialismo tóxico para cualquier sistema democrático.
AMLO en estos meses está arriba en las encuestas, con un 42 por
ciento de intención de voto, cómo sucedió en la fase previa a las elecciones de
2006 y 2012, y eso es una buena noticia para sus propósitos presidenciales,
pero también es una alerta pues tarde o temprano, por gravedad política,
tenderá a bajar y el desafío no es como evitarlo sino cómo reducir costos e
incrementar los beneficios.
Está la experiencia de esos dos procesos electorales
presidenciales fallidos y aunque se podrá argumentar con mayor o menor
sustento, que en ambos comicios se le robó la Presidencia, lo cierto es
que no todo se puede meter en ese costal de agravios políticos.
Los comicios son entes activos donde intervienen actores que
luchan por el poder y toman decisiones. Pueden ganar o equivocarse con los
subsecuentes efectos en el comportamiento electoral de las personas. Y AMLO es
falible, como cualquier otro ser humano, y quizá su mayor dificultad es aceptar
la responsabilidad que le corresponde. En su larga cadena de discursos hay muy
poca autocrítica.
Hoy mismo
no hay un mea culpa cuando pide terminar con las
fricciones. El día que esto suceda tendremos a un AMLO más de carne y hueso,
menos apegado a una imagen autoconstruida, digna de devoción, que es útil ante
lo más fieles, pero no para la gran masa de mexicanos que tiene en general una
mala opinión de los políticos por encima de colores y anagramas partidarios.
La táctica leninista de dos pasos adelante, un paso atrás con ese
llamado a la unidad, es muy recomendable en las estrategias de avanzar en la
conquista del poder aunque hay que recordar que Lenin tenía un partido de
masas, revolucionario, programático, unificado en torno a su liderazgo y eso
cuenta para la estabilidad partidista.
En efecto, el enemigo está afuera donde se mueven las otras
fuerzas y liderazgos que igual buscan conservar o acceder al poder y
frecuentemente tiene a su alcance muchos recursos para sacar adelante sus más
caros propósitos.
Entonces dicho de otra manera, avanzar dos pasos y retroceder uno,
tendrá sentido teniendo la humildad de la autocrítica y sobre todo una visión
de país en un mundo globalizado que obliga a tener claras las alianzas
indispensables para empujar un verdadero proyecto alternativo de nación más
ahora qué la izquierda variopinta de América latina pierde terreno.
Y, eso, llama a revisar el discurso político que sigue siendo para
los leales. Para los que están convencidos de que AMLO es el bueno. Sin
embargo, el desafío es convencer a los que desprecian la política y a los
políticos, a los que les compran el voto, a los jóvenes indiferentes o franjas
de nuevos electores.
Un problema en AMLO es que su discurso no se ha renovado y sigue
con los mismos mensajes capsulares, acusatorios. Cierto ahora es el tiempo de
construir cavando tumbas para la llamada “mafia del poder” pero, repito, eso es
un mensaje para los leales no para el electorado escéptico.
El recurso de la búsqueda de culpables es eficaz hasta cierto
punto. Luego sirve poco porque le está machacando lo que muchos intuyen o
sufren, que es la desigualdad en que viven y lo que quieren es un discurso más
esperanzador. Menos retórico. A mí en lo personal me gustó mucho aquel lema de
la campaña de 2006 que al mismo tiempo que presentaba a la coalición, buscaba
el voto del interlocutor y llamaba a la reflexión colectiva: Por el bien de todos,
primero los pobres.
En esas ocho palabras AMLO resumía todo un programa de gobierno e
incluía a tirios y troyanos. Ningún otro partido tuvo uno mejor en ese año de
alta competitividad electoral. Sintetizaba una larga aspiración justicia,
socialdemócrata, de un Estado social que con sus políticas fiscales hiciera
posible una menor desigualdad entre ricos y pobres, como antídoto indispensable
para atender los grandes problemas nacionales.
Sin embargo, los giros retóricos y acusatorios pusieron en entredicho
a AMLO, potenció las estrategias y trampas de sus adversarios qué siguen
estando ahí, no se han ido y van por más cómo reza un slogan publicitario.
Esperemos, entonces, que no sea un paso atrás para seguir haciendo
lo mismo porque el riesgo hoy es cómo volver agrupar las izquierdas y evitar
una mayor fragmentación electoral en los comicios de este año y los de 2018.
En
definitiva, AMLO debería por razones de táctica partidista agregar un mea culpa que hablaría verdaderamente de su
preconizada humildad política. Un valor escaso en la política mexicana.
Pero,
quizá, es pedir demasiado.
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