- Me
llamo Anabel Flores Salazar y tengo 32 años. Soy periodista. Cubro la fuente
policiaca en Cordoba y Orizaba en el estado de Veracruz. Más bien, cubría.
Estoy muerta. Anoche me asesinaron.
Observo la escena. Veo mi cuerpo inerte, ya sin vida. Estoy tirada en una cuneta de la carretera a la altura del kilómetro 1+580 de la carretera Cuacnopalan-Oaxaca. Tengo mi pantalón bajado hasta los pies. Me falta una calceta y una bolsa de plástico me cubre la cabeza. Mis manos están atadas a mi espalda con una cuerda que baja hasta mis pies. No entiendo porque me tiraron aquí como si yo fuera un desecho, como si mi vida no valiera nada. Aunque sé que esto es México. Aquí la vida de una mujer vale menos que nada.
Anoche me torturaron hasta morir. Fue aterrador. No quiero darles muchos detalles, pero lo que me hicieron, fue inhumano. Nadie merece morir como yo. Nadie.
Me sacaron de mi casa. Eran las dos de la mañana. Estaba durmiendo con mis hijos: Esau, mi bebé de 15 días de nacido y Ian, mi chiquito de tres años. Se asustaron mucho. Mi tía Sandra Luz Morales, también se asustó. Fue un comando. Entraron gritando. Eran entre ocho y diez hombres vestidos de militar con cascos, chaleco antibalas, encapuchados y armas largas. Mi tío iba llegando a la casa y se los encontró. Cuando él abrió la puerta, los militares aprovecharon para meterse a la fuerza, gritando, insultando. En esta casa vivo con mis tías y mi mamá. Ellas me ayudan, cuidan mis hijos mientras trabajo.
Un grupo de hombres entra a mi cuarto. Escucho ruido. Uno de ellos dice: “Es ésta”. Me agarran de un pie. Me tiran al suelo. ¿Qué pasa? ¿Me están secuestrando?… Mi tía les grita. ¿Por qué se la llevan? Uno de ellos contesta: “es una orden de aprehensión”. Mi tía les exige ver la orden. La respuesta es un grito seco: “¡Tírese al suelo!”. Mi tía se niega a hacerlo. La apuntan con una arma. Y a mí me sacan arrastras, sin zapatos.
Veo tres camionetas y me suben a una. No sé a dónde me llevan. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Con voz entrecortada pregunto: ¿a dónde me llevan? Nadie contesta. El silencio es también una respuesta. Pienso en mis niños, en mis hijitos. ¿Qué va a ser de ellos si a mí me pasa algo? ¿Quién los va a criar? Pienso en ellos. Ayer mi bebé tenía temperatura, estuve con él todo el día en la cama, cuidándolo. Es tan hermoso. Ser madre es un privilegio, una bendición. Me emociono, lloro.
La camioneta donde me trasladan va a alta velocidad. Toman la autopista. No sé a dónde me llevan. Me estremezco. Mis manos tiemblan. El convoy se detiene. Me bajan. Me golpean. Sé que voy a morir. Quiero ver el rostro de mis verdugos, pero están encapuchados. Me colocan una bolsa de plástico en la cabeza hasta que dejo de respirar.
Estoy muerta. Muerta como mis otros 14 compañeros periodistas asesinados durante el gobierno de Javier Duarte, muerta como mi colega Regina Martínez, como Yolanda Ordaz de la Cruz. Soy la decimoquinta. Me niego a ser un número, una estadística. Desde el 2002 han sido asesinadas 14 mujeres periodistas. La mayoría torturadas, algunas decapitadas, otras más descuartizadas. Son feminicidios. Todos tienen un componente de género. Nos han matado por ser mujeres y por nuestro trabajo, porque somos periodistas, por escribir; nos han matado para silenciar nuestra voz.
Me veo tirada en esta cuneta de la carretera. Pasan los coches, no se detienen. A nadie parece importarle, hasta que me encuentran por la mañana. Me han tapado con una manta azul. El gobierno de Javier Duarte me difama. El fiscal general de Veracruz, Luis Ángel Bravo Contreras, dice que estaba vinculada a grupos de la delincuencia organizada. ¡Mentira! ¿Cómo es posible que difamen a una muerta que no se puede defender? Siempre es igual. ¡Cuánta impunidad!
De pronto, me veo en una plancha de acero inoxidable en el anfiteatro. Veo a mis familiares. Me identifican. Y me veo en el ataúd. Me están velando. Observo a mis amigos, a mis colegas. Escucho lo que dicen, me defienden, hay organizaciones exigiendo justicia. Pero sé que mi asesinato será un crimen más sin resolver. La justicia para los 120 periodistas asesinados en México, es un sueño. La constante es la impunidad.
Jamás pensé terminar así. Me despido. No quiero irme. Veo a mis hijos ajenos a todo. Ian juega y Esau está dormido. Algún día mi mamá les explicará lo que me sucedió. Espero que lleguen a sentirse orgullosos de su madre, que no crean las mentiras del gobierno, que sepan que amaba mi trabajo periodístico, que me encantaba escribir, que estaba comprometida con la verdad y que lo más hermoso en mi vida eran ellos, mis tesoros.
Les pido perdón, hijos. Me perderé sus cumpleaños. No los veré graduarse de la primaria, tampoco asistiré a sus asambleas para verlos cantar o bailar, no los enseñaré a andar en bicicleta, ni estaré el día de su primera comunión, ni les haré el nudo de la corbata cuando se casen…
Les pido perdón. Ese no era mi plan, se los aseguro. Me han arrancado la vida, hijos míos, me han arrancado de su vida, de nuestra vida en familia, pero estaré siempre en sus corazones.
Los amo hijos míos. ¡Hasta siempre!
*Sanjuana Martínez, es periodista mexicana freelance, autora de doce libros.
www.websanjuanamartinez.com.mx
Twitter: @SanjuanaMtz
Facebook: Sanjuana Martinez
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