El caso de los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca y un desvío de fondos acechan al gobernador de Veracruz.
México
Cuenta el politólogo
Carlos Ronzón, que el anterior gobernador de Veracruz, Fidel Herrera –actual cónsul de México
en Barcelona–, gustaba de rodearse de muchachos jóvenes sin cualidad
política. “Fidel es avasallador”, cuenta Ronzón por teléfono desde Veracruz.
“Repartía cargos entre personas obedientes para intervenir cuando quisiera.
Eran ‘los niños de la fidelidad’ o los niños fieles, todos empezaron ahí”. El
profesor de la Universidad Veracruzana Alberto Olvera recuerda que el niño fiel
más destacado fue el actual gobernador, Javier Duarte. “Una vez narró Fidel”,
cuenta Olvera, “que Duarte volvía de España con sus maletas y se le ofreció
para ponerse a su servicio (…) Literalmente, Duarte empezó cargando la maleta
en efectivo de Fidel. Él daba dinero en efectivo a la gente, era su forma de
gobernar”.
Ninguno de los
especialistas consultados recuerda que Duarte haya
imitado a su antecesor y haya repartido dinero, efectivo, por los pueblos de
Veracruz. Todos señalan, sin embargo, que Duarte fue el elegido de Fidel por
puro pragmatismo. Dice Ronzón: “No era el más brillante, pero sí el más
obediente”.
El gobernador de
Veracruz encara estos días uno de sus momentos más difíciles al frente del
Ejecutivo. Hace dos semanas, la Auditoría Superior de la Federación informaba
de que Veracruz había desviado 2.000
millones de dólares de sus cuentas de 2011 a 2014. El presidente del
PRI, el partido de Duarte, declaraba enseguida que el gobernador debería
explicar dónde había ido a parar el dinero. Mientras tanto, la derecha pide
desde el Senado que se enjuicie políticamente al gobernador. La semana pasada,
la prensa local fue un hervidero de rumores sobre su dimisión.
Javier Duarte (Veracruz, 1973) es,
probablemente, uno de los gobernadores más odiados en la historia reciente de
México. Llegó al poder en 2010 entre las críticas que señalaban irregularidades
en el proceso electoral. En 2011 lanzó la Ley de Perturbación del Orden Público
que, en la práctica, facultaba a las autoridades a actuar contra tuiteros y
blogueros que criticaran al Gobierno. En 2013 la Suprema Corte la declaró
anticonstitucional. En ese contexto, Duarte pidió cárcel para un fotoperiodista
que había publicado unas fotos que mostraban a integrantes de un grupo de
autodefensas en la entidad. “Es una vacilada”, dijo el gobernador. En Veracruz,
dijo Duarte, no hay autodefensas; en Veracruz, dijo una vez, solo roban
“frutsis y pingüinos”, dulces, en las tiendas.
En 2011, unos
sicarios abandonaron 35 cuerpos en
Boca del Rio, municipio turístico pegado al Puerto de Veracruz.
México constataba que el estado del golfo, la región del son jarocho, del
carnaval más famoso del país, se convertía en otra víctima de la reyerta que
mantenía el Estado contra el crimen organizado y que por entonces ya dejaba
decenas de miles de muertos.
Aunque nadie ha probado nunca los
vínculos de Duarte o su Gobierno con el crimen organizado, la ósmosis de su
partido, el PRI, con la delincuencia es comidilla habitual de la prensa local y
nacional. En un juicio celebrado en Estados Unidos en 2013, un agente del FBI
señaló que el cartel de Los Zetas había aportado 12 millones de dólares a la
campaña que llevo a Fidel Herrera a la gubernatura. La reaparición de Herrera
en Veracruz tras dejar el cargo fue de la mano de Duarte. Ocurrió en los
carnavales de 2013. Pese a las críticas, Duarte lo defendió. “Es un turista
distinguido”, dijo.
Duarte vivió más o
menos tranquilo hasta julio de 2015. Entonces, la activista Nadia Vera, el
fotoperiodista Rubén Espinosa y otras tres personas morían asesinadas en la
Ciudad de México. Vera y Espinosa habían trabajado durante años en
Veracruz. Meses antes de morir, Vera dijo incluso que responsabilizaba al
gobernador de cualquier cosa que le pudiera pasar. Aunque no se ha probado que
Duarte o nadie de su Gobierno esté detrás de lo ocurrido, la muerte de ambos
generó un alud de críticas contra la figura del gobernador: en sus años de
Gobierno, 14 periodistas veracruzanos han sido asesinados.
En enero de este
año, policías estatales
secuestraron a cinco jóvenes en la entidad. Igual que en el caso de
los 43 normalistas de Ayotzinapa, los policías los habrían entregado a una
célula criminal. De momento, la fiscalía solo ha encontrado restos de dos de
ellos. Esta situación ilumina el drama de los desaparecidos en Veracruz. Son un
millar de casos, algunos vinculados a la policía estatal.
Si hay un aspecto que molesta a la
sociedad jarocha –asumiendo, claro, la crisis de inseguridad en el Estado–, es
la actitud de Duarte al respecto. En octubre del año pasado, en una visita a
Orizaba, una mujer increpó al gobernador por la falta de resultados en la
búsqueda de su familiar desaparecido. Duarte, un hombre orondo, de voz
histriónica, sostuvo durante minutos una pequeña sonrisa. La mujer, a grito
pelado, regañó al gobernador: “No se burle, quite su sonrisa porque yo no vivo
desde ese tiempo, señor”. La periodista Daniela Pastrana, que viaja
constantemente a Veracruz, califica a Duarte de “irascible y berrinchudo. Nunca
ha tenido el control”, dice.
La profesora Esther
Hernández, ex directora del Instituto Veracruzano de la Cultura, señala que el
gran problema del estado es la impunidad, asunto que comparte el profesor
Olvera. “Veracruz es uno de los estados más
impunes del segundo país más impune de América”, dice. La
profesora Hernández sufrió el asesinato de su hija en 2010. Las autoridades no
han encontrado a los asesinos. “No hay avance porque no se busca, no se hace
nada. Ha sido peor el gobierno de Duarte. El estado está en bancarrota, la
universidad está en un momento muy difícil, el Gobierno le ha retenido recursos
por más de 100 millones de dólares, cosa que no había ocurrido antes. Lo mismo
con el Instituto de pensiones del estado”.
El último escándalo en Veracruz
alude al manejo de los fondos estatales. La auditoría implica a Duarte y los
niños fieles, políticos que empezaron su carrera bajo el ala de Fidel Herrera,
diputados federales, ex altos cargos.
Le quedan diez meses de Gobierno y
el gobernador no se da por aludido. Columnistas y analistas anunciaron la
semana pasada que Duarte dimitiría en pocas horas. Pero el mandatario se
mantiene. Da igual lo que digan las “campañas” que tratan de derribarle. Da
igual, también, lo que él diga. Una vez, en una entrevista, Duarte dijo que se
identificaba con “el generalísimo Franco”, quien tenía su mismo timbre de voz.
“No estoy acorde a su ideología política, pero creo que su fortaleza es una
parte importante a resaltar”. Y siguió, como si nada.
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