Cinco familias desmembradas por la
inseguridad en Veracruz, viviendo a la intemperie, como animales, describe la
madre de un desaparecido. La única ayuda que han recibido por parte del
gobierno estatal han sido pedazos de colchonetas para medio descansar. Comen de
la ayuda que les brinda la gente. Llegaron más pronto las amenazas de muerte
que la ayuda del gobernador.
Han pasado ocho días desde la desaparición
de los cinco jóvenes en Tierra Blanca, Veracruz; Javier Duarte se ha abstenido
de hablar con los familiares. Por su parte, las únicas palabras que el fiscal
general del estado, Luis Ángel Bravo Contreras, ha emitido son: "Estamos
trabajando, todo es parte de un proceso".
"No es posible que si ya tienen a seis
detenidos no puedan sacarles la verdad. Nos dicen que no es fácil, que los
delincuentes tienen derechos humanos, pero yo me pregunto, ¿acaso tienen más
privilegios que mis hijos? No puede ser posible, estamos decepcionados de las
autoridades", declara furiosa Columba Arróniz González.
En un momento de oración, cinco familias
exorcizan sus demonios, lloran por sus hijos desaparecidos, arrojan sus temores
mediante quejidos. Desde hace 168 horas, el Ministerio Público (MP) de Tierra
Blanca se ha convertido en una especie de templo religioso, donde existe más la
fe en Dios que en la justicia terrenal.
"¡Señor mío, manda una señal de
nuestros chamacos!" es la frase que apertura el rosario de las nueve de la
noche en el interior de la dependencia municipal. Al menos una treintena de
personas suplican el pronto regreso de los cinco muchachos levantados por
elementos de la Secretaría de Seguridad Pública (SPP) del estado el 11 de enero
de 2016.
Los cinco padres consumen más cigarrillos
que agua potable, las madres lloran el triple de lo que duermen. La podrida
suerte ha mantenido su constante negativa. El tiempo se empeña en morir pronto
y la confianza en las autoridades veracruzanas sencillamente se extinguió.
"Tierra Blanca los apoya"
En el interior del MP, apenas custodiado
por dos policías municipales, gente de Tierra Blanca se congrega y emite
muestras de apoyo a las familias sumergidas en la tragedia. No son necesarios
las palabras; un apretón de mano, una palmada en los hombros o el intercambio
de lágrimas, sirven como muestras de solidaridad.
Quien llega por primera vez no necesita
preguntar por los padres afligidos, basta con detenerse a comparar semblantes;
son ellos, los de ojos color gris cenizo, los del aspecto lúgubre; arrodillados
frente al altar con fotografías y veladoras aromáticas, clamando ayuda divina
para dar con el paradero de sus cinco viajeros de Playa Vicente, Veracruz.
En punto de las 22:00 horas, afuera del
sitio ministerial, resuenan frases de protesta: ¡Vivos se los llevaron, vivos
los queremos! ¡Nos faltan cinco! Se trata de un grupo de manifestantes que
oscila entre las 300 personas. Habitantes hastiados de los múltiples
secuestros, asesinatos y desapariciones forzadas en Tierra Blanca, Veracruz.
"Venimos a apoyarlos, señores, a
decirles que estamos con ustedes. También tenemos miedo de vivir en este lugar.
Pero nos queda claro que si hoy son ustedes, mañana podemos ser nosotros",
se escuchan los gritos roncos de una mujer de edad avanzada.
Los padres agradecen entre lágrimas,
advierten que se trata de una lucha permanente: "No nos vamos a mover de
aquí hasta que nos regresen a los cinco". En respuesta, los líderes del
movimiento, prometen otra marcha para el día siguiente. "No están solos,
Tierra Blanca los apoya".
Antes de retirarse, los manifestantes
entregan bolsas con apoyos: alimentos, medicinas, objetos de higiene personal,
incluso organizan una colecta que sirve para los gastos esenciales de los familiares.
Una desgracia que une a personas de diferentes pueblos, a miembros de
diferentes credos. Ante la ausencia total del respaldo estatal.
Insomnio acompaña a la desdicha
La noche del 17 de enero culmina, 24 horas
más de esperanzas que se largan. Las familias cumplen con sus últimas
comisiones en el día: los más jóvenes buscan en sus aparatos inteligentes
noticias de sus primos o hermanos. Las madres sirven el café caliente y piezas
de pan para la cena, los padres agendan entrevistas en diferentes noticieros
para las horas próximas.
Se organizan grupos de cinco, así irán
formados a casa de un vecino del MP que ofreció su baño para el aseo personal
de estas personas. De igual manera, se juntan montones de ropa sucia, alguien,
de manera aleatoria, deberá ir a Playa Vicente por prendas limpias.
No hay palabras durante la noche fría,
menos noticias favorables. El silencio comienza a invadir las instalaciones. Es
momento de formar una hilera de 30 colchonetas en el piso. Los elementos del MP
apagarán las luces en los primeros minutos del día 18 de enero.
Un sanitario es repartido entre los 30
familiares, lo comparten de manera organizada, al igual que los contactos
eléctricos, nadie quiere quedarse incomunicado, todo mundo desea estar alerta.
La orden es utilizar los aparatos electrónicos lo menos posible.
Aparentemente es momento de dormir, no
obstante, la angustia tampoco descansa; las madres sólo se ruedan en sus
pedazos de colchón, los padres caminan con los brazos cruzados para
contrarrestar la ansiedad, tonos de notificaciones en los celulares asedian la
tranquilidad de los presentes. Se debe atender cada mensaje, cada llamada,
puede tratarse de los desaparecidos.
Las horas caminan lentamente durante la
madrugada, ronquidos esporádicos de fatiga se logran apreciar, sin embargo los
sobresaltos son más frecuentes, al igual que los ataques de tos, estornudos de
cuadros gripales, el consumo de pastillas para el dolor de cabeza o para la
presión baja.
Hay sonidos de sirenas repentinos,
destellos de torretas, escenarios que en cualquier otro lugar parecerían
habituales, sin embargo doña Gloria de la O Santos, asegura que son ruidos que
le producen miedo, "No olvido que estamos protestando en el mismo sitio
que mis hijos fueron privados de su libertad, a escasas dos cuadras de los
hechos. Mucho menos omito que aquí ya nos amenazaron de muerte", la madre
asustada, prefiere no detallar.
Así se gastan las horas hasta las cuatro de
la mañana, cuando oficiales de la policía ministerial comienzan a reportarse.
Ignoran a los treinta cuerpos tendidos en el piso, hablan en voz alta, corren
por supuestas emergencias. Aproximadamente cada integrante duerme tres horas al
día.
Gendarmes de trajes negros y armas largas,
comparten el sitio con señoras que barren la explanada y preparan el café. Los
padres alistan sus discursos para los cuestionamientos telefónicos, los más
jóvenes ordenan su galería de fotos y los mensajes que serán difundidos en las
redes sociales, todo con el mismo cometido, encontrar a los cinco
desaparecidos.
Así acontece un día en el MP para los familiares
de los cinco jóvenes, el tiempo sigue corriendo, la comida se agota, más aún la
paciencia y las esperanzas de vida. No obstante, los padres no se moverán del
sitio, seguirán protestando en condiciones deprimentes, viviendo como animales.
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