Violencia, asesinatos de periodistas y repetidos ataques oficiales a las libertades ciudadanas son apenas algunos de los elementos que han marcado a la administración de Javier Duarte en Veracruz.
José Homero | República
Todos tenemos miedo pero creo que la mayoría preferimos
morir cobardemente que
vivir de una manera cobarde.
Con miedo, si te dejas y
dejas que te domine, no vas a poder hacer nada.
Si haces las cosas bien
en vida, como lo hizo Regina [Martínez],
tu asesinato, en vez de
callar, te dará más fuerza. Más y más fuerza.
Rubén Espinosa, entrevista de Mylene Moulin, 28 de abril de 2015
Nuestra república se ha convertido en el reino de la
antonomasia. Tenemos una “ciudad del feminicidio”, estados de pobreza
proverbial, ciudades sedes de la prostitución, la droga y el desmán, además de
la “ciudad más grande del mundo”. A este territorio retórico se agrega, en años
recientes, Veracruz como el “estado donde se asesina a periodistas”.
Los recientes asesinatos de la colonia Narvarte, ocurridos el
viernes 31 de julio, entre cuyas víctimas se encontraba un fotógrafo de prensa
fugitivo de Veracruz, Rubén Espinosa, y una promotora cultural, antropóloga de
formación y activista en Xalapa, Nadia Vera, junto con otras tres mujeres,
incluyendo a una empleada doméstica, además de aumentar las fúnebres e
insólitas cifras de periodistas de Veracruz asesinados, ha atraído la atención
mundial hacia un estado cuyo nombre evocaba antes sensualidad, libertad, placer
y hoy, en cambio, es sinónimo de terror e impunidad.
En las redes sociales y en esa forma de la ligereza que es a
veces el periodismo de opinión –el cual, a pesar de supeditarse a un criterio
personal, no exime de aportar pruebas y comprobar o argüir al menos las
impresiones– se ha condenado ya a Javier Duarte caracterizándolo como un
dictador represivo, culpable de la violencia contra el periodismo. Imposible
dilucidar, sin pesquisas, la culpabilidad del gobierno de Veracruz en los
crímenes perpetrados en territorio veracruzano y ahora fuera de este contra
periodistas, reporteros y activistas originarios o residentes en Veracruz. Lo
que sí es posible analizar son las prácticas ejercidas por el mandatario
veracruzano en detrimento de la libertad.
La fiesta de las balas
El sexenio de Javier Duarte comenzó, no real sino
simbólicamente, el viernes 14 de enero de 2011 con una balacera que dejó un
reguero de cadáveres. Si este es el acto fundacional de un sexenio que estaría
marcado por el terror y por la ausencia de transparencia en el rendimiento de
cuentas sobre el ejercicio legal de la violencia –en esa balacera el número de
víctimas se desconoce pero murieron por igual criminales e inocentes, y no hubo
sobrevivientes–, poco antes, apenas seis meses atrás, el 8 de junio de 2010, se
había celebrado el fin del sexenio –también simbólico– de Fidel Herrera
Beltrán. Esa noche perecieron acribillados Fouad Hakim e Irene Méndez
Hernández, matrimonio conformado por vástagos de dos prominentes familias, una
líder del comercio –Hakim–, otra notable en la cultura –Hernández Palacios. Ese
crimen señaló la despedida de Herrera Beltrán y el fin de la infatuación en que
muchos veracruzanos habían vivido su sexenio.
El estado de Veracruz no había vivido hasta entonces la
narrativa común a los territorios en disputa por las bandas criminales.
Circulaban historias de balaceras en bares y antros de la ciudad de Veracruz y
de la coludida Boca del Río, además de que todos conocíamos a alguien que
pagaba derecho de piso, pero no había noticias vívidas, mucho menos que
conmovieran a amplios sectores de la sociedad, bien porque no incluían a
figuras prominentes o porque no comprendían balaceras que se desarrollaran en
diversos puntos de la ciudad con una persecución de tintes fílmicos. Así, el
sexenio se inauguraba literalmente a sangre y fuego.
Presos de ciento cuarenta caracteres
Si hay una característica que pueda dar cohesión al sexenio de
Duarte es la tentación por negar la crítica, por sofrenar la libertad.
En la lista de acciones equívocas ocupa el primer sitio la
represión ejercida contra dos usuarios de redes sociales: Maruchi Bravo Pagola
y Gilberto Martínez Vera; una, conocida periodista, escritora y antigua
socialité del puerto de Veracruz; el otro, profesor de matemáticas. El jueves
25 de agosto las ciudades de Veracruz y Boca del Río –que conforman
prácticamente una sola ciudad– sufrieron un ataque de pánico cuando fluyeron, a
través de la red, mensajes que alertaban de grupos criminales atacando centros
educativos. La histeria provocó accidentes, muestras de terror, incluyendo
padres que se saltaban las rejas de las escuelas o corrían desesperados ante la
impotencia de las autoridades educativas para apaciguar a alumnos y familiares.
Duarte –entonces un activo, jocoso y en ocasiones incluso despreocupado
tuitero– advirtió a través de su cuenta que se castigaría a quienes provocaron
los ataques de sicosis. Al término del día la Dirección de Comunicación Social,
en su calidad de vocera del Gobierno del Estado de Veracruz, anunció que se
investigaban diecisiete cuentas de usuarios de Twitter bajo el posible cargo de infundir pánico.
Con eficiencia, una eficiencia nunca mostrada contra delincuentes peligrosos ni
entonces ni después, se inculpó a dos tuiteros por fomentar la histeria –aunque
en una muestra más de la confusión que distingue al sexenio, al principio se
habló de tres detenidos.
Periódicos y portales de noticias con abundante publicidad
oficial –antes que el gobierno dejara de pagar sus deudas– difundieron que, de
acuerdo con el comunicado de la Procuraduría de Justicia de Veracruz, se
trataba de un complot para desestabilizar al estado y por ende a la
administración del doctor Duarte. Así, el gobierno detuvo a dos tuiteros, los
encarceló, les inventó cargos de terrorismo, buscó manipular la ley, y después
de una semana de detención ilegal los liberó. No sin antes dejar el precedente
de que en un estado de la República mexicana se jugaba a la dictadura. Y aunque
fue un episodio desdichado –sobre todo para los detenidos, quienes sufrieron
toda clase de vejaciones ilegales durante su cautiverio–, Duarte no quedaría
conforme. Años después reemprendería su intento por censurar las redes
sociales, por ponerle dique a internet.
Hay cadáveres
La tarde del martes 20 de septiembre de 2011 dos camionetas de
redilas aparecieron abandonadas en uno de los carriles de la avenida Adolfo
Ruiz Cortines, una de las principales de Boca del Río, en el corazón de una
zona exclusiva. Los cuerpos de doce mujeres y veintitrés hombres, todos con
huellas de tortura, fueron regados por el asfalto mientras dos mantas
proclamaban la autoría y asentaban su mensaje. Veracruz entraba abiertamente a
la narrativa del crimen organizado y ahora podía contar también su propia pila
de cadáveres, de ajusticiamientos, de la provocación e insolencia de los
criminales ante las autoridades tácitas o cómplices. La matanza, la tercera más
cruenta en la guerra contra el narcotráfico que emprendió el gobierno federal,
además de situar a Veracruz en el mapa funesto, mostró lo que sería y es uno de
los sellos de la función de Duarte: cosificar a las víctimas, deshumanizarlas,
denigrarlas. Y la presunción como verdad previa a cualquier investigación.
El entonces procurador de Justicia –el muy criticado abogado
Reynaldo Escobar, hoy defensor de la organización paragubernamental Los
Cuatrocientos Pueblos–, en la primera conferencia de prensa, dijo desconocer el
número de cadáveres pero añadió que todos estaban
identificados y eran delincuentes. La inepcia para resolver los
crímenes y conjurar la violencia se acompaña en Veracruz por un sistemático
desprecio por la vida humana. Los muertos no son valorados como seres humanos
sino enjuiciados desde la soberbia: eran criminales, se lo merecen. Este
desprecio ha sido una constante del gobierno de Duarte. Un eco de esa política
está en la reciente amonestación que en Poza Rica efectuó a los
periodistas: no se porten mal.
Hay Festival: historia de un desencuentro
La consecución de la sede del Hay Festival para Xalapa –gracias
a los buenos manejos de la entonces secretaria de Turismo, Leticia Perlasca, y
al responsable de la organización para México, Óscar Montes, antiguo
funcionario del gobierno de Miguel Alemán Velazco, gobernador de Veracruz de
2000 a 2006– se tornó una oportunidad única para resarcir la imagen turbia del
estado y de su gobernador y para cimentar la presunta conversión de Veracruz en
sitio del turismo cultural.
El primer Hay Festival Xalapa sucedió del 6 al 9 de octubre de
2011, fresco el escándalo de la verbena de cadáveres en Boca del Río. Mientras
todo era celebración y amabilidad en la prensa local, nacional e internacional, Manuel
Vincent fungió como aguafiestas al
recordar, días después, la paradoja de celebrar la libertad en una colina
mientras abajo se acumulaban los cadáveres: “Poco antes de comenzar la fiesta
literaria fueron arrojados desde un puente sobre la autopista unos veinte
cadáveres, los cuerpos por un lado y por otro las cabezas cercenadas… En medio
de ese festín de sangre el Hay Festival se celebró en Xalapa”.
Así comenzó la historia de un matrimonio malavenido. En la
segunda edición abundaron las referencias a la inseguridad en Veracruz, a los
asesinatos de periodistas y a la represión a la libertad de expresión
–emblematizada por el encarcelamiento de los tuiteros. Peter Godwyn, presidente
del PEN Estados Unidos, en reunión con Duarte en Casa Veracruz –la residencia
oficial–, le trasmitió a este la preocupación del PEN Club estadunidense por la
situación del periodismo en Veracruz, entregándole una lista de
recomendaciones. “México es uno de los países más peligrosos para ejercer el
periodismo”, ya que desde el año 2000 “por lo menos 67 periodistas, escritores
y blogueros han sido asesinados, doce desaparecidos y un sinnúmero han sido
amenazados y hostigados”, expresó Godwyn. En respuesta Duarte giró instrucciones a su equipo de prensa para que no se
grabaran las palabras de Godwyn. Esto ocurrió en 2012.
Ese mismo año Jon Lee Anderson cuestionó la investigación del
asesinato de Regina Martínez, reportera de Proceso cuya muerte en abril de 2012, en plena celebración de otra
fiesta cultural, la Feria Internacional del Libro Universitario, fue un
escándalo mundial. Ese año también Café Tacuba y Paco Ignacio Taibo II
denunciaron la atroz realidad del estado. La confrontación entre los invitados
al Hay Festival y un gobernador reacio a la crítica era ya abierta.
En la tensa edición de 2013 Guillermo Osorno –quien había
aludido igualmente en su conversación de la edición anterior a la falta de
seguridad para el periodismo en Veracruz– y Carl Bernstein se refirieron a la
alarmante situación de riesgo en Veracruz.
Para 2014 era fehaciente la incongruencia de celebrar en
Veracruz, ya desde entonces el estado más peligroso para ejercer el periodismo,
un festival de las letras. Diego Enrique Osorno y Sergio González Rodríguez
denunciaron la represión contra los periodistas realizada por Duarte –no
omitieron el nombre, por eso lo repito. Previamente Antonio Martínez Velázquez
había difundido a través de Animal Político una carta en la que pedía a los intelectuales y
creadores asistentes reflexionar sobre su papel como avales de la política
represiva del gobernador de Veracruz. Apenas días después de concluido el
festival, Guillermo Osorno publicó en El Universal una contundente “Carta
a Cristina, acerca de Iguala” (7
de octubre de 2014), donde comparaba la situación de Veracruz con la de Iguala
–cuyos horrores apenas comenzaban a difundirse. El mensaje de ambas cartas era
el mismo: reflexionar sobre la pertinencia de continuar celebrando el Hay
Festival en el estado represor por excelencia de México.
La oficina de Comunicación Social del Gobierno del Estado de
Veracruz difundió, por esos días, una fotografía de Duarte con Salman Rushdie.
El escritor indio desmintió que él secundara la política de este: “Mi presencia
en una fotografía con el gobernador no debe ser vista como un respaldo. …
Asimismo estoy sumamente preocupado por los periodistas asesinados en Veracruz
y en la ciudad de México hablé sobre los peligros para los periodistas en
México y la necesidad de protegerlos y de investigar los crímenes contra
ellos.”
Este matrimonio aberrante entre un festival de la libertad y un
gobierno sin proyecto cultural –y sí, en cambio, en una cruzada contra la
libertad– concluyó con el anuncio en febrero de 2015 de la cancelación del Hay
Festival en Xalapa.
El ataque al gremio
Cabría asentar, para el lector foráneo, que Veracruz ha sido
tradicionalmente un territorio violento donde la prensa ha sido amenazada lo
mismo por criminales establecidos –como los cacicazgos regionales de apellidos
célebres en la política local: Lagunes, Yunes– que por los organismos
gubernamentales encargados de reprimir la crítica, como ocurrió durante los
sexenios de Agustín Acosta Lagunes, Patricio Chirinos Calero y Miguel Alemán
Velazco. De ahí que las estadísticas de los ataques contra periodistas puedan
variar dependiendo de la marca que delimite el periodo. Para limitarnos al
sexenio de Javier Duarte, son 163 las agresiones documentadas contra
periodistas durante el lapso de 2011 a enero de 2015, conforme a la
investigación de la historiadora Celia del Palacio Montiel, “Violencia y medios
de comunicación”, publicada en la revista académica Balajú.
Este es el obelisco a las víctimas acaecidas en el ejercicio de
la profesión:
- Noel López Olguín, La
Verdad de Jáltipan,Noticias de Acayucan, 1 de junio de 2013
(había desaparecido el 8 de marzo de ese año).
- Misael López Solana, firmaba como Milo Vela, Notiver,20
de junio de 2011.
- Miguel Ángel López Velasco, Notiver,20
de junio de 2011.
- Yolanda Ordaz de la Cruz, Notiver,26
de julio de 2011.
- Gabriel Manuel Fonseca Hernández, El
Mañanero de Oluta,17 de septiembre de 2011.
- Regina Martínez, Proceso,28
de abril de 2012.
- Guillermo Luna, Veracruz
News,3 de mayo de 2012.
- Gabriel Huge, Notiver,3 de mayo de
2012.
- Esteban Rodríguez, AZ,3
de mayo de 2012.
- Víctor Báez Chino, Milenio,
14 de junio de 2012.
- Miguel Morales Estrada, Diario
de Poza Rica,19 de julio de 2012.
- Sergio Landa Rosales (ya había sido
secuestrado y liberado en noviembre de 2012; huyó del estado y regresó en
enero de 2013), Diario de Cardel,22
de enero de 2013.
- Tomás David Matus, columna
“Cafetópolis”, Coatepec, 26 de octubre de 2014.
- Gregorio Jiménez de la Cruz, Notisur,11
de febrero de 2014.
- Octavio Rojas Hernández, El
Buen Tono,12 de agosto de 2014.
- Moisés Sánchez, La
Unión,Medellín de Bravo, 2 de enero 2015.
- Armando Saldaña Morales, periodista
radiofónico, estación Ke Buena, 4 de mayo de 2015.
- Juan Mendoza Delgado, portal informativo Escribiendo la verdad,
2 de junio de 2015.
- Rubén Espinosa, agencia AVC Noticias,
corresponsal de Proceso y Cuarto Oscuro, 31 de
julio de 2015.
Cabe agregar que casi ninguno de los asesinatos ha sido
resuelto, y en los que se ha anunciado resolución, como en el caso de Regina
Martínez o Moisés Sánchez, el veredicto ha sido cuestionado. En la mayoría de
los casos la investigación sigue abierta. Si estas cifras son ya indignantes,
hay que sumarles todavía las desapariciones, los secuestros, las agresiones
físicas, los ataques a viviendas y redacciones, el despojo y robo de equipo de
trabajo, muchas veces por parte de la misma policía estatal. El propio Rubén
Espinosa sufrió ese acoso para impedirle que tomara fotografías mostrando la
violencia institucional.
Epílogo
La primera edición del Hay Festival en 2011 iba a ser dedicada a
Sergio Pitol, premio Cervantes 2005. La publicidad estaba lista: el cartel
señalaba en sitio destacado el homenaje al escritor; las palabras de
presentación de Cristina Fuentes, directora del festival en español, lo
celebraban: “homenajeando la obra y trayectoria del célebre escritor Sergio
Pitol”.
Un incidente alteró el programa. La Orquesta de las Américas
(YOA) se encontraba en Xalapa a invitación del Instituto Superior de Música del
Estado de Veracruz (ISMEV). Para celebrar esta residencia la YOA ofreció un
concierto con Jue Wang como solista. El concierto se demoró debido a que el
gobernador había sufrido un retraso en su agenda. Tras una espera de cuarenta
minutos, Sergio Pitol, uno de los muchos melómanos y aficionados que esperaban
disfrutar del concierto, abandonó la Sala Grande del Teatro del Estado. Los
empleados del gobernador, incluidos los burócratas culturales, intentaron
detenerlo sin lograrlo. El tardío arribo de Duarte fue saludado con abucheos e
improperios. Furibundo, ordenó a los responsables de Turismo estatal que
borraran la dedicatoria del Hay Festival a Pitol. No fue la única consecuencia:
también destituyó a Adolfo Mota, secretario de Educación de Veracruz,
institución de la cual depende el ISMEV; tomó represalias contra el Instituto
Superior de Música, institución anfitriona de la YOA, la cual nunca volvió a
disfrutar de presupuesto ni autonomía; y expulsó de Xalapa al corresponsal de Reforma que difundió el incidente. Por su parte, el
homenaje a Sergio Pitol dentro del Hay Festival, si bien no se canceló, se
realizó ya sin la relevancia que ameritaba y que apenas un mes atrás proclamaba
la publicidad del festival.
En la retórica de cierto cine de los noventa, los márgenes del
texto, que diría Gerard Genette, comenzaron a ser tan importantes como la
narrativa misma. Si he concluido con este episodio, casi un sainete kafkiano,
es porque lo considero una suerte de nuez narrativa para comprender el carácter
del gobernador, capaz de castigar a quienes considere responsables del desaire
más futil.
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