Publicado originalmente por La Jornada de Oriente en Línea
Entre encendidas
protestas de la oposición, y las fracciones mayoritarias en el Palacio
Legislativo de San Lázaro aprobaron ayer –por 343 votos contra 116– la
desaparición del Fondo Nacional de Pensiones de los Trabajadores al Servicio
del Estado (Pensionissste) y su conversión en una Afore de régimen paraestatal.
Aunque el resultado
de la votación era previsible, pues desde la noche del pasado lunes la minuta
correspondiente se impuso en la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados
con los sufragios de los partidos Revolucionario Institucional, Verde, Panal y
Acción Nacional, alineación que se repitió ayer en el pleno, no por ello deja
de resultar indicativo de la determinación antilaboral que caracteriza al
régimen actual.
Cabe recordar, en
efecto, que en las postrimerías del sexenio anterior el PRI y el PAN aprobaron
una reforma laboral que vulneró gravemente los derechos de los trabajadores y
que, a contrapelo de lo que sus promotores aseguraron en ese entonces
(noviembre de 2012), incrementó la informalidad, redujo el crecimiento –de por
sí deplorable– de los trabajos formales y redujo la calidad de los empleos
existentes. Posteriormente, ya en el marco del Pacto por México, los
legisladores de los partidos integrantes de esa coalición aprobaron la llamada
reforma educativa– que es, en realidad, una extensión de la laboral para ser aplicada
contra los maestros que trabajan para el Estado–, cuya aplicación ha causado
las turbulencias sociales por todos conocidas.
Ahora, la
desaparición del Fondo de Pensiones del Issste es un paso más en la reducción
de los derechos, conquistas y garantías de los empleados del sector público. De
acuerdo con la reforma implantada ayer en San Lázaro, el destino de los 120 mil
millones de pesos que pertenecen a las jubilaciones de los trabajadores del
Estado será decidido a discreción del secretario de Hacienda y Crédito Público,
y el Pensionissste se convertirá en una paraestatal que podrá serdesincorporada o
incluso liquidada en cualquier momento por voluntad presidencial.
Por añadidura, el
gobierno federal no se hará responsable de los dineros de los jubilados
actuales y futuros en caso de que se vean afectados por una administración
inadecuada o por un quebranto financiero.
Si se tiene en
mente la obsesión por reducir el sector público a su mínima expresión y por
transferir a manos privadas todos los bienes y facultades del Estado que se
pueda –obsesión que desde hace tres décadas domina al grupo gobernante y que ha
causado en el país un desastre social, político y hasta económico de enormes
dimensiones–, no puede dejar de pensarse que tras la votación legislativa
contra el Pensionissste se encuentra el designio de privatizar, así sea en
etapas, las instituciones de seguridad social de la nación.
Y aunque hoy los
operadores gubernamentales nieguen que exista ese propósito, resulta inevitable
recordar uno de los principales engaños en la promoción de la reforma
energética: también se dijo entonces que ésta no tenía por objetivo la
privatización. Sin embargo, al amparo de los términos establecidos en dicha
reforma, grandes territorios, recursos y bienes del sector han pasado al
control de capitales privados.
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