23 de febrero de 2012

¿Explotación o informalidad?

Leib Ciliga
El derrumbe de las ideologías de izquierda dejó un vacío en la crítica que no ha podido ser colmado. Resulta incorrecto hablar de vasallaje y de explotación. Ahora ocupan su sitio la pobreza y los pobres, los indignados y los «del 1 por ciento». Eufemismos y, se diría antes, hipocresías. Podrá uno indignarse por la existencia de muchos pobres y pocos ricos. También por las desigualdades, por el poderío de los banqueros con sus ambiciones y fraudes a cuestas. La indignación y la crítica resultan insuficientes si el objeto de análisis es desviado hacia los sujetos, los pobres y los ricos, en vez de enfocar el estudio sobre las relaciones sociales que los producen.

Para entender la situación mexicana requerimos recordar que las crisis que han empobrecido a las mayorías y enriquecido a unos cuantos han sido el resultado, centralmente, de algunas decisiones gubernamentales. Por su profundidad y extensión, destaca en primer lugar la equivocada política económica del gobierno federal, la que hoy buscan algunos partidos volver a aplicar. Se le suman las equivocaciones y despropósitos de los gobiernos de los estados y los ayuntamientos. El reconocimiento de la existencia de pobreza y de los pobres es muy reciente. Data del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando el número de los excluidos había crecido exponencialmente y se habían convertido en una amenaza sistémica, más allá de las luchas y reivindicaciones neo-zapatistas. Anteriormente se estudiaba, desde la «izquierda» la marginación, los «pendientes de justicia de la Revolución Mexicana», la situación de la clase obrera y los abusos de la burguesía nacional. El éxito mediático del programa Solidaridad y la creación de una secretaría de Estado dedicada exclusivamente a estudiar y tratar de eliminar la pobreza es una decisión del gobierno «neoliberal» del PRI de Carlos Salinas, cuando el escenario es cubierto por la globalización económica y es reconstruida la burguesía mexicana, llamada desde entonces la clase empresarial. Se olvida, a pesar de que fue hace muy poco tiempo.

También suele esconderse del análisis que los pobres producidos por el gobierno también fueron la base para la estabilidad financiera y la recuperación económica del país. El crecimiento de una nueva clase media y la disminución de la pobreza, aunque muy pocos acepten estas nuevas realidades, fueron posibles gracias al control casi absoluto que el PRI ejerció sobre trabajadores de la ciudad, campesinos y clases medias. Las amargas medicinas que les aplican los gobiernos a griegos, españoles, italianos, portugueses y franceses nos resultaría a los mexicanos un tratamiento para gripa o indigestión. A muchos se les olvida, algunos ni siquiera lo saben y muchos más ni lo vivieron, que tres generaciones de mexicanos nos quedamos con el bate al hombro, ponchados en home, cuando emprendimos nuestras carreras productivas y anhelos de construir una vida mejor.

Los pactos para aplicar las medidas correctivas a sus propios errores los hicieron los gobiernos del PRI con el sometimiento de los trabajadores. En realidad, desde siempre, la clase trabajadora no ha formado parte activa de un acuerdo nacional democrático sobre la producción, la productividad y la competitividad del sistema productivo nacional/internacional. Por estas razones no existen sistemas de seguridad social universales (desempleo, salud, jubilaciones), ni sistema educativo de alta calidad de cobertura nacional. Lo que existe es gracias a la «generosidad de la Revolución Mexicana para con su pueblo», a la «magnanimidad de los gobernantes y de los empresarios».

El problema de la distribución de la riqueza en México no será resuelto si no son modificadas las relaciones que unen a trabajadores con propietarios o empresarios. No es únicamente un problema de obsolescencia de la Ley Federal del Trabajo. Al país le urge que empresarios y trabajadores creen organizaciones realmente competitivas, sin importar que su producción sea exclusivamente para mercados nacionales o internacionales. La realidad puede ser moldeada por las leyes si éstas no contradicen severamente las relaciones sociales. La llamada economía informal es en realidad ilegal, y su existencia no se limita a los puestos en las banquetas, en negocios criminales o clandestinos. La ilegalidad aparece lo mismo en empresas formales que en las instituciones públicas a través de contratos amañados para evadir pagos en seguridad social y al fisco y compras ilícitas y aviadores y un largo etcétera.
 
Un ejemplo de capital social competitivo, es decir de organización empresarial racional que a todos beneficia es el siguiente. General Motors, la empresa gigantesca, símbolo del poderío norteamericano del capitalismo industrial entró en quiebra, por la obsolescencia de sus procesos productivos y la calidad superior de sus competidores, especialmente los japoneses. GM se acogió a los procedimientos legales de liquidación de empresas al tiempo que iniciaba una nueva concepción de competitividad y se reorganizaba gerencialmente para lograrlo. ¿Resultados? «El mayor fabricante de vehículos, General Motors, reportó una ganancia récord de 7 mil 600 millones de dólares al cierre de 2011, un incremento de 62 por ciento respecto al nivel de 2010, lo que marca un récord en su historia. Los trabajadores se verán beneficiados con un cheque de 7 mil dólares por concepto de utilidades». (Negocios, Reforma, 17/II/2012).

Contraste ésta con la situación de Mexicana de Aviación, con la de Luz y Fuerza del Centro, con Pemex, con CFE, con Televisa, con TV Azteca, con Telmex. GM es una empresa pública, en el sentido de que sus decisiones, sus errores y aciertos, sus resultados y sus compromisos son conocidos por todos los interesados, principalmente sus trabajadores y accionistas. La «publicidad» de GM en este sentido es mucho mayor que la de cualquier institución pública mexicana. En su momento tuvo que reconocer su quiebra, exhibir sus balanzas contables, anunciar el despido masivo de empleados, indicar con toda claridad que plantas y procesos serían cancelados y cuáles cancelados, aceptar la intervención del gobierno para supervisar sus decisiones.

En México lo que vivimos es la expoliación de riquezas naturales y humanas sancionadas por las leyes, puesto que esta situación endémica no ha sido resuelta. El problema no es la informalidad como tal, sino la ilegalidad y la corrupción que hacen de la explotación, la relación predominante en nuestras empresas e instituciones: por eso en nuestro país sólo 26 por ciento de la riqueza producida es entregada al «factor trabajo» y el resto al «capital». En Francia, desde finales del siglo XIX, correspondía al trabajo 75 por ciento del PIB. El nuevo modelo de desarrollo capitalista ha modificado esa proporción a favor del capital, problema que tendrá que ser resuelto. Este es el gran desafío mundial del capitalismo: cómo volver a beneficiar a las mayorías sin perder competitividad. ¿Qué haremos en México?

leib.ciliga@gmail.com

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