Los de abajo / La Jornada
Gloria Muñoz Ramírez
Anabel Flores representa todos los
atropellos contra la prensa. Fue asesinada en Veracruz, el estado con el mayor
número de periodistas agraviados en México. Es mujer y, por ello y como
siempre, la agresión también es de género y fue presentada semidesnuda aventada
al filo de una carretera. Madre de dos hijos, Anabel fue criminalizada y
presentada de manera infame, como si se lo mereciera.
La exposición de su cuerpo no es menor. Sembrar el terror,
difundir un mensaje, hacer visible y común lo inconcebible. Pero Anabel Flores
somos todos, todas las que ejercemos este oficio. Nos reunimos frente a la
representación del gobierno de Veracruz, el mismo encabezado por el inefable
Javier Duarte, en cuyo periodo han sido asesinados 17 periodistas. El silencio
inunda el espacio en el que colgamos de las rejas las fotos de Anabel, de
Rubén, Goyo y Moisés. Los y las periodistas nos abrazamos cómplices del dolor
y, sí, también del miedo.
Nos preguntamos cosas. ¿Por qué no vinieron más colegas? ¿Por
qué la sociedad civil no reclama como propios nuestros agravios? ¿Por qué no
viene, siquiera, a acompañarnos? Y luego, otras preguntas: ¿es la prensa, así,
en general, la que se alejó hace mucho tiempo de la sociedad a la que
pertenece? ¿Qué hicimos o, lo más grave, qué no hemos hecho para que la
sociedad no se sienta cubierta por nosotros, por nosotras, sino para que nos
haga parte de sus reclamos, de su clamor de democracia y justicia? ¿Eso del
cuarto poder no está ya muy viejo? Para quienes creen que lo ejercen, es seguro
que no.
La prensa no es la voz de nadie. Ni siquiera la sensible y
cuestionadora. Los pueblos tienen palabra y la hacen escuchar cuando lo
deciden. Los periodistas asumimos una labor cuando estos pueblos se abren y
quieren hablar. La investigación periodística desanuda, pero no da voz a los
sin voz, que vaya que ellos tienen. Pero resulta que en este país ese trabajo
se paga con la vida o con las amenazas abiertas y veladas, con los secuestros y
desapariciones. O con un estate quieto, mínimo.
Si algunos no apelamos al Estado y, de hecho, lo consideramos
parte o cómplice de las agresiones, entonces ¿a qué nos aferramos?, ¿por dónde
nos defendemos? Ya no basta con contar cadáveres y denunciar atropellos.
Sigamos denunciando a los responsables, exigiendo justicia y, sí, protestando
en las calles, aunque no siempre sepamos pararnos con una pancarta. Como que
nos incomoda, pues nuestra tarea, hasta hace poco, era retratarlas o
reportarlas en un texto. ¿A qué apelamos? Sí, a la sociedad, pero primero
tenemos que sentirnos parte de ella, entre iguales. Y más ahora que nos están
matando a todos. Y a todas.
foto: Desinformémonos
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